En Tortoreto vuelve el Sagan campeón de sus años jóvenes
Triunfo en solitario del eslovaco, que ataca en el muro de Tortoreto como atacaba cuando ganó el Tour de Flandes en una etapa que hizo explotar Pello Bilbao y en la que Almeida se refuerza
Sale el arcoíris en el Adriático gris e ilumina un Giro que parte triste y diezmado de Lanciano, con dos equipos menos y la covid en su burbuja, y saluda a Peter Sagan, un niño feliz que hizo del arcoíris su único hábito durante tres años y que cuando la lluvia, en lo más oscuro del día, casi en lo más oscuro del Giro del otoño, ataca duro en un muro, ataca duro como cuando era un niño, como cuando en Australia, en su primera carrera profesional, una semana antes de cumplir los 20 años, se mezcló en una fuga del Armstrong de regreso, que le doblaba en edad. Ataca más aún, más duro, tan duro co...
Sale el arcoíris en el Adriático gris e ilumina un Giro que parte triste y diezmado de Lanciano, con dos equipos menos y la covid en su burbuja, y saluda a Peter Sagan, un niño feliz que hizo del arcoíris su único hábito durante tres años y que cuando la lluvia, en lo más oscuro del día, casi en lo más oscuro del Giro del otoño, ataca duro en un muro, ataca duro como cuando era un niño, como cuando en Australia, en su primera carrera profesional, una semana antes de cumplir los 20 años, se mezcló en una fuga del Armstrong de regreso, que le doblaba en edad. Ataca más aún, más duro, tan duro como cuando en sus años de esplendor, a los 26, atacó en el Viejo Quaremont y luego en el Paterberg para ganar su Tour de Flandes una tarde de calor y primavera. La dinamita de Sagan, de 30 años, ya no gana sprints masivos, pero ante un muro como el de Tortoreto (2,5 kilómetros al 7% con un paso al 20%) Sagan no es dinamita y velocidad de sprinter, el eslovaco es orgullo de campeón, clase, inspiración. Le da duro Sagan y acaba con la resistencia de Ben Swift, el último de la fuga, y ya solo le queda el descenso y ocho kilómetros por carreteras rectas enlazadas por curvas insidiosas al borde del mar, hasta la playa, hasta la meta.
Levanta los brazos el triple campeón del mundo por primera vez desde hace 461 días, un sprint en el Tour del 19, cuando consiguió ante un novato Van Aert la victoria número 113 de su carrera. Uno así no podía respirar tranquilo coleccionando segundos puestos en los sprints, y en el Giro ya llevaba tres.
Y es tanto Sagan, tan grande, que aumenta su ventaja y descorazona a un pelotón desencadenado porque Pello Bilbao lo ha hecho explotar y es un sálvese quien pueda, una radiografía de caracteres y personalidades tan nítida como la que solo puede resultar de etapas grandes.
Y todos reciben el reflejo en la playa del sol que se empieza a hundir por la montaña, y la luz del arcoíris. Y surge Pozzovivo, dios lucano del sufrimiento y la lucha, y ataca después de haberse caído. Y se ve a Nibali, y personifica la astucia, la paciencia de la araña que solo se mueve cuando sabe que va a hacer daño; a Kelderman, segundo en la general y patrón de la indecisión; a Fuglsang, héroe de la desgracia, y pincha a falta de 10 kilómetros y pierde más de un minuto, y al líder Almeida, que es la audacia, el coraje, la falta de miedo que asusta: él mismo ataca ante el atentismo de sus compañeros de general asumiendo la responsabilidad de su maglia rosa porque se ha ido Bilbao, y luego vuelve a enseñarles a todos su rueda trasera en el sprint por el tercer puesto, que lanza a fuego para abonarse 4s más.
Dice la prensa que el Giro sin Thomas está tan abierto que lo puede ganar cualquiera entre una docena, y los 12 se lo creen. Se lo cree Bilbao, tercero en la general, que es de Gernika y, aunque en los Abruzos de la costa no hay robles sino almendros y olivos, quizás se sienta como en una etapa de la Vuelta a su País Vasco, lluvia, subidas, bajadas, muros, peligro. “Tal como era la etapa, los últimos 40 kilómetros eran una invitación al ataque. Improvisé en el descenso porque vi que algunos de los mejores no bajaban cómodos, estaban sufriendo”, explica Pello, que se divierte forzando en las curvas y se va, y hasta está a punto de alcanzar a Sagan en el último muro, y se siente en el País Vasco y también respira en su tierra, porque en los Abruzos, en L’Aquila, ganó el año pasado por primera vez en un Giro. Y su movimiento acaba de destrozar al pelotón. “Al final no pude hacer nada. Pero al menos lo intenté. Estas etapas en el Giro son siempre una invitación a atacar”.
Y todos se abrigan y tiran de chubasquero para prepararse para lo que viene el jueves, la etapa de los Nove Colli en el Cesenatico del Pirata, el territorio de emboscadas que tanto dicen que le gusta a Nibali. Y creen que lloverá.