No era un crimen doparse, sino ser cazado
Michel Pollentier, despojado del amarillo en 1978 por fraude en un control de orina, se defendió hablando de dopaje generalizado
Vestido con un chándal Puma rojo, Michel Pollentier, medio tumbado en un sillón, en la habitación 32 del hotel Le Castillan de Alpe d’Huez, seguía sin comprender su descalificación del Tour de 1978, la dureza de los responsables antidopaje. “Llevaba el aparato, sí, pero no lo utilicé”. Ganó en la cima, en solitario, vestido con el jersey de lunares de la montaña, retorciéndose con su estilo característico, y levantó el brazo con timidez. Calor, agotamiento después de las 21 curvas desde Bourg d’Oisans, una ascensión brutal, y un belga otra vez después de Eddy Merckx en lo más alto de la carrer...
Vestido con un chándal Puma rojo, Michel Pollentier, medio tumbado en un sillón, en la habitación 32 del hotel Le Castillan de Alpe d’Huez, seguía sin comprender su descalificación del Tour de 1978, la dureza de los responsables antidopaje. “Llevaba el aparato, sí, pero no lo utilicé”. Ganó en la cima, en solitario, vestido con el jersey de lunares de la montaña, retorciéndose con su estilo característico, y levantó el brazo con timidez. Calor, agotamiento después de las 21 curvas desde Bourg d’Oisans, una ascensión brutal, y un belga otra vez después de Eddy Merckx en lo más alto de la carrera. Se puso líder, recibió los honores del podio, vomitó y se fue al hotel a ducharse antes de pasar por el control de orina. Cuando llegó a la camioneta se encerró y allí pasó dos horas y media junto a los responsables del control, a los que su director daba palique. Se llevó una sorpresa:
– Bájese el culotte hasta las rodillas y suba el maillot hasta el pecho–, le pidió el doctor Le Calvez.
– ¿Esto es nuevo, no? – respondió.
– No, no es nuevo. Es el reglamento.
Y se descubrió el pastel. Renato Sacconi, el inspector de la UCI, no podía creerse lo que veía. Pollentier se había colocado en el hotel una pera de goma escondida en la axila, llena de orina no contaminada, con un tubo que llegaba, por debajo de la ropa, hasta sus genitales. La idea era apretar el sobaco y llenar el tubo, lejos de la vista de los inspectores, pero el reglamento aplicado con rigor le delató.
“No lo utilicé”, decía. “Oriné delante de ellos en el bote”. Pero ya estaba sentenciado por fraude continuado. Los argumentos, más de 40 años después, suenan disparatados. “¿Por qué no hicieron lo mismo cuando ganó Hinault?”, alegaba Fred De Bruyne, el director de Pollentier en el equipo Flandria, que amenazó con retirarse. “Hace tiempo que nos la tienen jurada a los belgas”, se lamentaba Freddy Maertens, compañero de equipo.
Ante las evidencias, la defensa del ciclista belga, expulsado del Tour porque su infracción llevaba aparejada una suspensión inmediata por dos meses, se basó en que todos lo hacían. ¿Utiliza usted productos prohibidos?, le preguntaron los periodistas: “Como los demás, para estar en igualdad de condiciones que ellos”. La misma lógica que utilizaba en la carta a los directores del Tour, Levitan y Goddet, en la que pedía clemencia: “Mi carrera ciclista no está, ciertamente, menos contaminada de infracciones contra el reglamento médico que la de la mayor parte de mis colegas belgas y extranjeros”. Todos lo hacen, en definitiva. Ni un ápice de arrepentimiento. No era un crimen doparse, sino ser cazado. Había tomado Atupín, un producto prohibido en varios países. Pollentier no estaba seguro de que en Francia pudiera detectarse o no, así que optó por tratar de evitar el análisis. “Me quejo porque nunca hasta ahora obligaron a los corredores a desnudarse para pasar el control. ¿Por qué fui yo el primero?”. Ese Tour lo ganó Hinault, al que no hicieron desnudarse, según Pollentier.