El burofax y el elefante del emérito
Solo hay algo peor que la marcha de Messi, y es que Messi se quede en estas condiciones. Al primer empate saltarán por los aires todas las costuras de un acuerdo forzado
Un día, viendo un partido, Alfredo di Stéfano me dijo que cuando se pasaba 10 minutos sin tocar el balón, se preguntaba: “¿qué estará pensando esta gente de mí?”. Una definición de lo que conocemos como vergüenza deportiva. Llegó la hora de preguntarse: ¿qué estará pensando la gente del Madrid de Bale? Porque el galés, que cada temporada empeora su hándicap futbolístico, ha decidido fa...
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La marcha silenciosa
Un día, viendo un partido, Alfredo di Stéfano me dijo que cuando se pasaba 10 minutos sin tocar el balón, se preguntaba: “¿qué estará pensando esta gente de mí?”. Una definición de lo que conocemos como vergüenza deportiva. Llegó la hora de preguntarse: ¿qué estará pensando la gente del Madrid de Bale? Porque el galés, que cada temporada empeora su hándicap futbolístico, ha decidido faltarle el respeto al club, a sus compañeros y a la profesión. El gran Alfredo no era ningún ingenuo. Conocía mejor que nadie el lado oscuro del aficionado. En otro partido, apuntó a las tribunas con su bastón para sentenciar: “Dile a uno solo de estos que piense. Son todos enemigos en potencia”. Bale, escondido detrás del caso Messi y del pandémico y mudo fútbol, se marchará del Real Madrid en silencio, sin enemigos, porque el tiempo le fue, simplemente, borrando.
La revolución que dejó todo como estaba
Jorge Messi corría por Barcelona esquivando periodistas sin saber qué decir, porque el burofax ya lo había dicho todo, y el Barça contenía la marea informativa con trascendidos que intentaban calmar la ansiedad popular. Los dos enigmas de la negociación tenían difícil respuesta: ¿qué era un acuerdo justo?, ¿cuánto vale una leyenda en retirada? Hablamos del divorcio entre una institución que es “más que un club” contra otra que es “más que un jugador”. Tan grandes, que la tercera pregunta era aún más complicada: ¿qué solución intermedia salvaría la reputación de Messi y la del presidente del Barça ante la historia? La respuesta era: ninguna. En este proceso, la parte emocional se ha comido a la racional y el anunció estelar contradiciéndose a sí mismo no cambiará las cosas. Messi se queda, pero los problemas futbolísticos, las desconfianzas personales y el deseo de irse implícito en el burofax, también se quedan.
La no marcha estruendosa
Y la gente del Barça, ¿qué piensa de Messi? En el fragor de la batalla, supongo que nada bueno. Por esa razón, hubiera sido un error prolongar la situación, porque hay ámbitos, el eminentemente emocional del fútbol es uno de ellos, en el que el paso del tiempo no hace más que alimentar a los monstruos (recuerden: “enemigos en potencia”, según el profeta Alfredo). Ver a la mayor leyenda del club huyendo después de un idilio de 20 años hubiera resultado una condena histórica para el Barça, además de una tristeza para el sistema de lealtades que hacen del fútbol un fenómeno sentimental. Pero, en este punto, sigo creyendo que solo hay algo peor que la marcha de Messi, y es que Messi se quede en estas condiciones. Al primer empate saltarán por los aires todas las costuras de un acuerdo forzado. El Barça seguirá perdiendo el tiempo, y Messi el encanto de su larga trayectoria porque, en la derrota, el burofax será para Leo como la foto del elefante para el rey emérito.
Divorcio por amor
El que lo hizo bien fue Rakitic, que aprovechando el ruido ambiental se fue de puntillas. Abandona un amor de juventud al que se entregó durante seis años porque quería ganar títulos, para volver con el amor de su vida, que lo trajo a España y ahora lo repesca, porque quiere ser feliz. El Barça por el Sevilla. El Barça encantado por la despedida y el Sevilla satisfecho por la llegada. Como escribió Jesús Bengoechea en La Galerna con respecto a Messi: “Quien deja a su pareja por nadie da un paso mucho más definitivo (aunque no lo parezca) que quien la deja por otro o por otra”. Es verdad, y a las pruebas me remito. Pero las palabras también importan y Rakitic, que tiene arte para la comunicación, supo decir lo que las dos partes querían oír.