La final más bella y con más goles
La historia proclama la goleada (7-3) del Real Madrid ante el Eintracht en Hampden Park (1960) como el partido por excelencia de la competición. También fue la que tuvo mayor número de espectadores (127.621)
Don Alfredo estaba ensimismado. Callado. Abstraído. Tenía que comentar las imágenes que estaba viendo, para ello había ido al plató en directo, pero la emoción le embargaba. Estaba casi mudo. En el monitor se emitía un partido singular por su excepcionalidad. La final de la Copa de Europa 1959-60. La mejor, la más bella y más goleadora de la historia de la competición cumple 65 años. Aquella que concentró en el estadio, Hampden Park de Glasgow, el mayor número de aficionados (127.621) y la única en la que un mismo jugador marcó cuatro tantos: Puskas.
Así lo han proclamado y reconocido s...
Don Alfredo estaba ensimismado. Callado. Abstraído. Tenía que comentar las imágenes que estaba viendo, para ello había ido al plató en directo, pero la emoción le embargaba. Estaba casi mudo. En el monitor se emitía un partido singular por su excepcionalidad. La final de la Copa de Europa 1959-60. La mejor, la más bella y más goleadora de la historia de la competición cumple 65 años. Aquella que concentró en el estadio, Hampden Park de Glasgow, el mayor número de aficionados (127.621) y la única en la que un mismo jugador marcó cuatro tantos: Puskas.
Así lo han proclamado y reconocido siempre los historiadores futbolísticos más eruditos, animados también por los recuerdos siempre nostálgicos de los aficionados británicos que tenían ese encuentro en un altar y lo podían ver todos los primeros de año. Aquel Real Madrid-Eintracht, diez goles (7-3), quinto título consecutivo de los blancos, cinco de cinco, era el regalo de Navidad que les ofrecía la BBC.
Septiembre de 1991. La cadena Tele 5 difundía Futbolísimo, un programa en el que se recopilaban los mejores partidos históricos de los equipos españoles. Esa noche, casi demmadrugada, tocaba la obra maestra. La final de las finales. Nunca se había emitido completo el partido en nuestro país. Blanco y negro puro y duro. Con tomas lejanas, pero cierta nitidez. Imágenes de la BBC. Di Stéfano estaba inquieto. Dos razones. Su acusada timidez no le hacía sentirse cómodo en un estudio de televisión y la segunda, y más trascendente, no había visto nunca el partido repetido en su integridad.
Su gran ventaja es que lo había jugado y había sido el otro gran protagonista de aquella primavera tarde escocesa. Si Puskas marcó cuatro, él había firmado tres que pudieron ser cuatro. Bien que lo recordaba siempre. “Para dos viejos como nosotros no estuvo mal marcar los siete goles, pero hubiera preferido que mi cabezazo al poste hubiera entrado y así hubiéramos marcado cuatro cada uno”.
A pesar de ello, solo él podía alardear de haber marcado en las cinco finales que disputó. Una detrás de otra. La hazaña sigue vigente. Don Alfredo hablaba siempre de esa final con la misma naturalidad que lo hacía de las anteriores. “No nos pusimos nunca nerviosos a pesar de ir perdiendo. La presión era grande. Sin jugar todo el mundo hablaba de los pentacampeones, pero teníamos mucha experiencia. Yo marqué los dos primeros y luego el último. El primero la pegué con la espinilla. El segundo fue de oportunista. Fueron los más importantes”.
Según pasaban los minutos y la transmisión, Don Alfredo estaba tan metido en el partido que se giraba en su silla hasta el punto de que llegó un momento en que casi estaba de espaldas a la cámara y con los ojos fijos en el monitor. “Lo bueno del fútbol es jugar al fútbol, porque si uno está en la cancha y no maniobra con la pelota, es correr al fútbol, no jugar al fútbol”. Fue, según recuerda la hemeroteca, una de las pacas frases largas que Don Alfredo artículo esa noche mientras disfrutaba de la obra maestra.
La ‘santiaguina’ de Bernabéu
Casi todos los protagonistas de ese partido apuntaban en sus declaraciones en que había sido la final de las finales por las propias circunstancias del equipo. No habían hecho un buen Campeonato doméstico, cambiaron de entrenador para las semifinales contra el Barcelona -al que ganaron en los dos campos (3-1 y 1-3)- y ellos mismos tenían la sensación de que la Europa futbolística estaba harta de que siempre ganase el mismo y quería que se acabase su largo reinado.
Consciente de todo ello, antes del encuentro, el presidente, Santiago Bernabéu, soltó a los jugadores una de sus famosas “santiaguinas” –así se denominaban sus efusivas arengas-. “La mayoría de vosotros habéis realizado la hazaña de conquistar cuatro veces la Copa de Europa. Si esta noche conseguís la quinta habréis cerrado la etapa más brillante de la historia del Real Madrid. Pensad que tenemos cinco dedos en cada mano, que tenemos cinco sentidos... debemos tener cinco copas. Pensad también en el orgullo que sentirán los españoles que han venido desde nuestra patria y todos aquellos que por necesidad trabajan por estos lugares y añoran España. Es el nombre de España y el del Real Madrid el que vais a defender”.
El héroe del partido fue Ferenc Puskas, Pancho para sus compañeros. Al húngaro los aires británicos le motivaban. El 25 de noviembre de 1953, siete años antes, había guiado a Hungría a la victoria ante Inglaterra en el hasta entonces intocable Wembley (3-6), en otro de los partidos señalados por la leyenda. Al Real Madrid no llegó hasta 1958, tras dos años de inactividad y con 20 kilos de más. Fue una apuesta personal del presidente, asesorado por personas que conocían bien el talante del jugador. Tenía ya 30 años. Su carrera se extendió en el club blanco hasta los 39. Con 12 tantos en siete partidos fue el máximo goleador de esa edición de la Copa de Europa, repitiendo en 1962 –marcó tres en la final contra el Benfica (5-3 para los portugueses)– y en 1964.
El corazón de Puskas
Después del partido, en los vestuarios de Hampden Park, el presidente se dirigió a Puskas delante de todos los compañeros. “Yo siempre he creído en ti, Pancho, porque tu fuerza está aquí”, señalándole con un dedo el corazón. El futbolista, todo bondad según aseguraban sus compañeros, se emocionó y apenas pudo responder a Bernabéu con su castellano macarrónico pero inteligible. Su reflexión sobre la final fue quirúrgica. “Los goles iban cayendo y los alemanes no hacía otra cosa que mirarnos. No por pasividad, precisamente, es que no tocaban la pelota. Total que casi desde el 2-1 comenzamos a festejar la conquista de la quinta”.
La final fue un homenaje al fútbol como se puede comprobar viendo el partido. Además de los diez goles, seis balones a la madera, cuatro del Real Madrid, y múltiples ocasiones. El rival de turno no tenía el pedigrí de otros finalistas anteriores. A nivel de clubes, el fútbol alemán no tenía el potencial de su selección, campeona en el Mundial 54 y cuarta en el del 58. Ni siquiera tenía un Campeonato nacional, -la Bundesliga nació en el 63-, pero el Eintracht era una máquina de hacer goles. Le había hecho dos sets al Glasgow Rangers en semifinales (6-1 y 3-6). Se puso por delante en el partido, pero cuando el rodillo blanco entró en funcionamiento, se rindió. Entre los minutos 17 y 73, marcó siete goles. Los dos primeros de Di Stéfano, a punto de cumplir los 34 años, los cinco siguientes de Puskas, con los 33 ya celebrados, y el último otra vez de Alfredo, justo en medio del segundo y tercero de los alemanes.
En el virtual podio de las finales con más goles después de esta de Glasgow se encuentran otras dos disputadas por el Real Madrid de la época. Cuatro años antes, en la primera edición, había ganado el partido decisivo por 4-3 al Stade de Reims y dos años después perdió por 5-3 ante el Benfica portugués. Siete y ocho goles respectivamente.