Procedimiento estándar de emergencia

Aunque a menudo pueda parecer lo contrario, el Barça sigue siendo propiedad de sus socios y fueron estos los que, de manera abrumadora, depositaron su confianza en Bartomeu

Koeman, en su presentación en el Camp Nou.JOSEP LAGO (AFP)

Todavía no se ha cumplido una semana desde el mayor naufragio en la historia del club y en Barcelona ya no se habla de otra cosa que no sea la buena pinta que tiene el nuevo socorrista. “Así se las ponían a Filippo II”, podría declarar el tristemente famoso capitán Francesco Schettino si le gustase el fútbol, siguiera con cierta atención la actualidad del Barça y su opinión, en un giro diabólico del destino, pudiera inte...

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Todavía no se ha cumplido una semana desde el mayor naufragio en la historia del club y en Barcelona ya no se habla de otra cosa que no sea la buena pinta que tiene el nuevo socorrista. “Así se las ponían a Filippo II”, podría declarar el tristemente famoso capitán Francesco Schettino si le gustase el fútbol, siguiera con cierta atención la actualidad del Barça y su opinión, en un giro diabólico del destino, pudiera interesarle a alguien.

Huir hacia delante y buscar el abrigo del viejo ídolo es el tipo de maniobra que solo puede ser aceptada como procedimiento estándar de emergencia en un club como el catalán: ocupado democráticamente, anestesiado socialmente y acostumbrado a los chutes de adrenalina para combatir las siempre peligrosas paradas cardiorrespiratorias. “No dimito por responsabilidad”, dijo el presidente Bartomeu en una entrevista organizada el pasado martes por Barça TV: ahí es nada. Como en el celebrado monólogo del humorista Miguel Lago sobre el incidente del Costa Concordia, solo le faltó decir aquello de “manejo mejor desde esta ubicación las labores de rescate. Y bueno... Si encima me traen un gin-tonic, ya sería una cosa loca”. Por suerte o por desgracia, sigue siendo hombre de frases hechas y pocas palabras.

En realidad, solo hay una razón por la que Bartomeu no debe dimitir, la más poderosa de cuantas se puedan esgrimir: tiene la legitimidad de su parte, la concedida por los 25.823 votos cosechados en las últimas elecciones a la presidencia del club. Aunque a menudo pueda parecer lo contrario, el Barça sigue siendo propiedad de sus socios y fueron estos los que, de manera abrumadora, depositaron su confianza en el entonces presidente interino para dirigir las riendas de la entidad por un periodo de seis años más. ¿Por qué debería dimitir ahora Bartomeu? ¿Por qué el equipo encajó ocho goles en Lisboa y no cuatro, como el año pasado en Liverpool? Parece un argumento peregrino y hasta infantil, en especial cuando acumula faltas más graves e indecorosas en su currículo que un simple descalabro deportivo. Pero el fútbol es así de caprichoso, de pasajero, y por eso se aferra Bartomeu al cargo anunciando la llegada de Ronald Koeman como remedio a todos los males: una buena parte de los que anteayer clamaban por su dimisión, estarán dispuestos a despedirlo con honores si el holandés da con la tecla de aquí a marzo. Es la ley primera del fútbol y la demostración palpable de que el Barça no es tan especial como se cree. Lo fue, qué duda cabe, pero renunció a ese factor diferencial el día que invistió a Bartomeu como presidente frente al modelo romántico y cruyffista de Laporta.

Ahora que vienen mal dadas se apela, justamente, a todo cuanto se pretendió destruir en 2015: un acto reflejo de supervivencia que retrata a una parte importante de la masa social del Barça y define, prácticamente al detalle, la personalidad resiliente y camaleónica de Bartomeu. Suya es la frase “votar sí a la moción de censura es votar no a Johan Cruyff”. La del capitán Schettino, todavía más indecorosa pero igual de válida cuando uno solo trata de escurrir el bulto, fue “no abandoné el barco, es que me caí en un bote”. El sentido de la responsabilidad no es solo una cuestión de irse o quedarse.

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