El Getafe se topa con Lukaku
El gigantesco delantero belga sintetiza el juego simplista del Inter con el gol que exhibe las carencias del equipo madrileño, exhausto tras el regreso del confinamiento
José Bordalás gesticulando al borde del paroxismo y pidiendo a gritos desde la banda que sus jugadores le entregaran el alma —”¡más, más, más, más!”— sintetizó la crisis que devolvió a su equipo a la prosaica realidad. Llevados al límite, los jugadores del Getafe descubrieron que no daban para más. Sucedió mediada la segunda mitad de un partido trabado, después de un esfuerzo descomunal frente al Inter, la defensa más impenetrable de Italia y el segundo clasificado de la Serie A, gestor astuto de un contragolpe simplísimo de Lukaku, autor del 1-0, llave de la eliminatoria. Ahogado por el esfue...
José Bordalás gesticulando al borde del paroxismo y pidiendo a gritos desde la banda que sus jugadores le entregaran el alma —”¡más, más, más, más!”— sintetizó la crisis que devolvió a su equipo a la prosaica realidad. Llevados al límite, los jugadores del Getafe descubrieron que no daban para más. Sucedió mediada la segunda mitad de un partido trabado, después de un esfuerzo descomunal frente al Inter, la defensa más impenetrable de Italia y el segundo clasificado de la Serie A, gestor astuto de un contragolpe simplísimo de Lukaku, autor del 1-0, llave de la eliminatoria. Ahogado por el esfuerzo por remontar, el Getafe se fue paralizando poco a poco.
Camino del desenlace de su aventura en octavos de la Liga Europa, el Getafe exhibió la bajada de tensión que en la Liga le arrastró de los puestos de Champions a la nada, tras el regreso del confinamiento. Sumaba un gol en los últimos seis partidos cuando se midió al Inter. No fue capaz de interrumpir la sequía. Perdido el ímpetu para presionar de manera sostenida, el equipo quedó desarmado, sin la vía que le permite alcanzar posiciones de remate con suficiente frecuencia como para compensar la falta de inventiva y finura en la definición.
La primera jugada de cada partido suele ser una señal cargada de información. En Genselnkirchen, la primera jugada la inició el Inter con una galopada de De Vrij. El central partió el mediocampo buscando un destino con la pelota en el pie. Se la quitó Arambarri cuando entró en el desfiladero que montó Bordalás con un trivote —Arambarri, Maksimovic y Timor— a costa de aislar a Mata en la punta. Sin perder un instante, Arambarri abrió a la derecha y Nyom entró como un tren a la espalda de Young para meter el primero de tres centros muy bien colocados. Pasó a un palmo de la bota de Mata. Antes del cuarto de hora, Maksimovic —ejerciendo de mediapunta postizo— de cabeza, y Mata a puerta vacía, dispusieron de dos oportunidades de abrir el marcador. Handanovic le sacó el tiro al serbio y Bastoni se arrojó en plancha para salvar a su equipo de la zarpa del madrileño.
Agitado por el ritmo que le imponían, el Inter aprendió pronto que su rival no le dejaría prosperar con el balón controlado sin antes pasarlo por una batidora de marcajes sincronizados sobre sus jugadores más preclaros, especialmente Brozovic. También descubrió que si sus carrileros no ayudaba a sus tres centrales, entre Cucurella y Nyom le provocarían dos brechas en los costados. Pasado el estupor, la respuesta la coordinó Antonio Conte desde la banda. En la caja hueca del estadio del Schalke los gritos más efusivos fueron los del entrenador italiano llamando a la simplificación. Si el Getafe elevaba la presión, balón largo a los dos puntas.
El partido puso de manifiesto la ausencia de ingenio de los dos contendientes. Considerando que el presupuesto del Inter multiplica por seis al del equipo madrileño, la falta de recursos futbolísticos denuncia un fracaso. Si el Getafe persiguió el gol mediante la presión y las llegadas desde atrás, el Inter acabó saltando líneas en busca de Lautaro y Lukaku. El argentino y el belga no dejaron de desmarcarse a la mínima. Pero la primera ocasión clara del Inter fue producto de un error grosero de Timor, que se la dio a Lautaro. El delantero remató cruzado, con fuerza, a la esquina. Soria desvió el tiro.
El Inter avanzó con más dificultades que su rival, pero tuvo la fortuna de contar con dos delanteros capaces de construirse ocasiones con poquísimos suministros. Transcurrida la media hora, el joven Bastoni recibió una pelota de cara y lanzó con precisión a 50 metros para Lukaku, que ya había iniciado el desmarque. Etxeita dejó que botara la pelota y se centró en perseguir al hombre. Le cuerpeó dos veces como quien choca con un tractor y cuando llegó al área iba tan ahogado, y Lukaku tan fresco, que el duelo se dirimió con un toquecito sencillo. El gigante cruzó el tiro con la zurda y el central apenas hizo ademán de taparlo con la pierna que no debía, como si la derecha la usara solo para apoyarse. Fue un golazo. Un gancho en la muralla de donde se agarró todo el Inter.
Fue una solución precaria. El Inter estuvo a punto de pagar su especulación cuando faltaban 15 minutos y Godín desvió con la mano un centro de Jonas. El VAR indicó penalti, Handanovic no movió un pelo y Molina, tal vez sorprendido por la sangre fría del portero, lanzó el balón fuera para desesperación general de la expedición madrileña, que ya se sabía agotada. Bordalás les pidió entonces un esfuerzo más. Pero sus jugadores estaban exprimidos. Sin fuerzas para contener al Inter, que se desmadejó. Eriksen —aprovechando otro pase largo de Bastoni— se escapó del sufriente Arambarri y sentenció el pase a cuartos.