Tostão: “Fuimos revolucionarios”
El falso nueve de Brasil de 1970 evoca el funcionamiento futurista de la selección más legendaria de todos los tiempos
Eduardo Gonçalves de Andrade, alias Tostão, es oftalmólogo. Desde hace casi medio siglo conduce una vida prácticamente anónima en Belo Horizonte, la ciudad donde nació en 1947. Pero cuando coge el teléfono y le mencionan la Copa del Mundo de 1970, el genial estratega de la selección más legendaria de la historia del fútbol evoca cada instante sin esfuerzo, como si todos los protagonistas siguieran vivos y el tiempo se hubiese detenido cuando el árbitro pitó el final, un 21 de junio, hace medio siglo en el estadio Azteca.
Pregunta. ¿Por qué su selección dejó una huella tan profund...
Eduardo Gonçalves de Andrade, alias Tostão, es oftalmólogo. Desde hace casi medio siglo conduce una vida prácticamente anónima en Belo Horizonte, la ciudad donde nació en 1947. Pero cuando coge el teléfono y le mencionan la Copa del Mundo de 1970, el genial estratega de la selección más legendaria de la historia del fútbol evoca cada instante sin esfuerzo, como si todos los protagonistas siguieran vivos y el tiempo se hubiese detenido cuando el árbitro pitó el final, un 21 de junio, hace medio siglo en el estadio Azteca.
Pregunta. ¿Por qué su selección dejó una huella tan profunda?
Respuesta. Por la coincidencia de talentos individuales con talento colectivo que es la base del fútbol organizado, disciplinado tácticamente. Veníamos de una época en la que el fútbol era muy disperso: defensa, mediocampo y ataque actuaban de forma no siempre sincronizada. Los equipos se destacaban por los lances aislados. Y en el Mundial del 70 asistimos a un fútbol más colectivo. Se juntó esa armonía coral con la fantasía y la capacidad individual de los jugadores. El otro detalle importante es que fuimos una selección revolucionaria tanto en la preparación física como en la estrategia del juego. En los segundos tiempos Brasil siempre jugaba mejor que en los primeros y conseguía hacer más goles. Otro detalle fue el problema de la altitud [México DF se encuentra a 2.250 metros sobre el nivel del mar]. Lo preparamos de forma muy científica. Desde el punto de vista metodológico Zagallo fue un técnico que se salía del patrón normal. Porque en Brasil los entrenadores tenían poca importancia. Los jugadores resolvían. Pero Zagallo era un estrategista. Le gustaba mucho insistir diariamente en entrenamientos que modificaban la conducta del equipo en diversas fases del juego, en posicionamientos defensivos y ofensivos. Hoy todos hablan de eso. Pero a finales de la década del 60 no era común.
P. ¿Cuál fue la gran innovación táctica?
R. Por primera vez en la historia de Brasil, el de 1970 fue un equipo compacto: cuando perdía la pelota todos marcábamos del mediocampo hacia atrás cerrando los espacios al adversario. Había acciones improvisadas, pero el funcionamiento era colectivo. Cuando los rivales entraban a nuestra mitad de campo nosotros combatíamos mucho. Esto no era común entonces. Eso lo vemos ahora. Y cuando recuperaba la pelota salía rápido. Intercambiando pases o con lanzamientos en largo, especialmente a Jairzinho que tenía una velocidad y una fuerza física increíble. El juego de Brasil era equiparable al de una gran selección del siglo XXI. En el 2-1 de la semifinal contra Uruguay, todos los jugadores brasileños estábamos defendiendo en nuestro campo. Jairzinho aprovechó un error de Fontes, jugó con Pelé en el círculo central, Pelé me la dejó a un toque y yo le di el pase a Jairzinho que marcó de tiro cruzado. Jugábamos con contraataques, tocando rápido. Después del Mundial de Rusia hicieron una comparativa estadística entre la selección de 2018 y la de 1970. ¡Brasil del 70 daba más pases, driblaba más, chutaba más y robaba más balones! ¿Cómo no va a ser impresionante lo que hicimos?
P. Hubo una escuela de entrenadores en España que daba lecciones sobre el saque de banda ofensivo. El 1-0 a Italia en la final parte de un saque de banda suyo… ¿Esos detalles realmente son relevantes?
R. La tendencia es el prejuicio, no solo en el fútbol. En la vida en general. Nos inclinamos por juzgar que la improvisación no caza con una estructura. Decimos que los creativos no son organizados ni disciplinados, que los jugadores esforzados no valen para dar un buen pase. En todas las profesiones se separa a los creativos de los pragmáticos. Cuando unes esas dos cosas, cuando juntas el utilitarismo con la fantasía, salen grandes cosas. Los genios nunca son unidimensionales.
Yo en el Cruzeiro jugaba en la posición de Pelé. Era un diez goleador. Para jugar al lado de Jairzinho y Pelé, dos jugadores extremadamente agresivos, era necesario tocar de primera. Yo para ellos fui un facilitador. Como Firmino en en Liverpool con Salah y Mané
P. La leyenda dice que el esquema era el 4-2-4, con Gerson y Clodoaldo en el medio. Y arriba se recita la delantera: Jairzinho, Tostâo, Pelé y Rivalino. ¿Qué hay de prejuicio y de realidad en este 4-2-4?
R. Era más un 4-3-3 porque Rivelino, Gerson y Clodoaldo formaban una línea de tres medios. Jairzinho, Pelé y yo nos movíamos arriba, pero intercambiando mucho las posiciones. Jairzinho conseguía ser extremo y delantero centro. Pelé bajaba para armar, pero muchas veces se tiraba a la izquierda como extremo. Rivelino intercambiaba el extremo izquierdo con el mediocampo. La movilidad era muy grande a partir de una referencia táctica. Yo antes de la Copa, en el Cruzeiro, jugaba de mediapunta y organizador. En la Copa tuve que improvisar como delantero centro. Rivelino en el Corinthians jugaba en la posición de Gerson, de volante organizador, y en el Mundial lo desplazaron a la izquierda. Jairzinho en el Botafogo era delantero centro y en México jugó de extremo. Hicimos cambios que encajaban con las características de los jugadores, uniendo una cualidad con otra, completándonos dentro del campo. Muchas veces un equipo juega durante un año sin conseguir formar un gran conjunto. Como por arte de magia, en poco tiempo nosotros encajamos unos con otros hasta hacer un juego colectivo e individual excepcional.
P. Usted en México se desmarcaba al espacio como si llevara el gol en la sangre. ¿Cómo fue su reconversión en nueve?
R. Yo en el Cruzeiro jugaba en la posición de Pelé. Era un diez goleador. Me movía mucho de una transición a otra, estaba en todos lados, entraba en el área, salía, daba goles, volvía. Así me adapté a la selección como delantero centro. Para jugar al lado de Jairzinho y Pelé, dos jugadores extremadamente agresivos, artilleros, siempre listos para ir a definir, era necesario saber que ellos precisaban de un tercer hombre más inclinado a pasar la pelota, a tocar de primera. Yo para ellos fui un facilitador. Procuraba ayudarlos a finalizar. Cuando Zagallo asumió como seleccionador en 1967 él pensaba que yo era el heredero de Pelé, y no podía jugar a su lado porque nos superpondríamos. Él quería que ahí jugara Dadá, un centrodelantero típico, de los que esperaban el balón y remataban. Después, en 1970, Zagallo me llamó y me dijo: “¿Tú podrías jugar por delante de Pelé, sin bajar mucho, como hacías en el Cruzeiro?”. “No hay problema”, le dije, “voy a jugar como Evaldo en el Cruzeiro; él es un facilitador que se mueve en el área. Él me ayuda a llegar con claridad. Yo haré lo mismo para Pelé y Jairzinho en la selección”.
Jugaba a un toque. Dos como máximo. Cuando la pelota te llega ya tienes que saber dónde están los compañeros. Rápidamente. El juego no se puede parar. Si controlas la pelota y la frenas, la jugada se detiene y la defensa te cierra
P. ¿Qué debe hacer un buen facilitador?
R. Jugar a un toque. Dos como máximo. Cuando la pelota le llega ya la tiene que tener dominada y tiene que saber dónde están los compañeros. Rápidamente. El juego no se puede parar. Si controlas la pelota y la frenas, la jugada se detiene y la defensa te cierra los espacios. Esa era una de mis características. En el Cruzeiro yo jugaba mucho a un toque. Cuando llegué a la selección un día durante un partido vino Gerson y me dijo: “Oye, juega con dos toques en vez de uno, ¡que así me dará tiempo de llegar!”. Yo le dije: “Vale, con Pelé y Jairzinho jugaré a un toque, y contigo a dos”.
P. Hoy con los espacios cada vez más reducidos los equipos que quieren atacar siempre necesitan jugar a un toque…
R. Firmino en el Liverpool es el facilitador de Mané y Salah. Ellos son muy rápidos y Firmino se mueve en el medio jugando rápido para que Mané y Salah lleguen en velocidad al gol. Es más o menos lo que hice con Jairzinho y Pelé. A mí, Firmino siempre me da esa impresión: siempre juega con toques rápidos, como hacen los jugadores extremadamente cognitivos.
P. ¿Cómo fue su primer encuentro con Pelé?
R. Antes del Mundial del 66. Yo tenía 19 años. Me llevaban a los amistosos como el relevo de Pelé. Todos consideraban que yo debía ser su relevo porque ocupaba la misma posición: bajaba al mediocampo para recibir, como hacía Pelé... No era un futbolista para estar cerca de la portería. Durante años fui el suplente de Pelé. Hasta que en las eliminatorias del 69, el seleccionador, Joao Saldanha, me dijo: “Usted va a jugar al lado de Pelé”. Esas eliminatorias fueron mi mejor momento en toda mi carrera con la selección. Nos entendíamos muy bien. Porque Pelé, antes de que la pelota le llegara, cuando la recibía Gerson o Rivelino, él empezaba a moverse y me miraba. Como diciendo: “Presta atención a lo que voy a hacer”. Exigía concentración máxima. Antes de que le llegara la pelota él ya te estaba incitando. Era de una inteligencia tal que para acompañar su raciocinio había que ser muy rápido. Cuando Zagallo nos vio cambió de opinión y decidió que jugaríamos juntos el Mundial.
La primer virtud de Pelé era el pase. El fútbol es el pase. El problema del fútbol brasileño es que desde hace 20 o 30 años valorizó poco el pase y sobrevaloró al jugador que dribla, remata y hace goles
P. Usted cuando define las virtudes de Pelé, por encima de todo menciona que pasaba bien la pelota. ¿No es el gol la cualidad más valiosa de un futbolista? ¿Y las fintas que hacía Pelé, como esa que hizo a Mazurkiwicz?
R. El fútbol es el pase. Uno de los principales problemas que tiene el fútbol brasileño es que desde hace 20 o 30 años valorizó poco el pase y sobrevaloró al jugador que dribla, remata y hace goles. Entonces, los grandes maestros de la pelota, los grandes jugadores, los grandes pensadores del mediocampo, como Gerson, Falcao, Cerezo, Rivelino, desaparecieron. El mediocampo fue dividido entre volantes que defienden y volantes que juegan cerca del área rival, que driblan y llegan, como Pelé y Zico. Pero desaparecieron los grandes pensadores. Como Xavi, como Iniesta, como Kroos… Hasta hoy. La selección brasileña actual tiene a Casemiro, que es un gran jugador del medio hacia atrás, y a Neymar, que es un gran jugador del medio hacia el gol. Falta un gran pensador. Desde hace 30 años Brasil no tiene un jugador parecido a Xavi. Por eso el juego de Brasil dejó de ser un juego de pases para convertirse en un juego de estocadas, sin cambio de dirección, sin ritmo. Mermó el juego colectivo, de intercambio de pases, de empatía, de unión, que caracterizó a Gerson, a Rivelino, a Clodoaldo, o a Pelé que bajaba a tocar con todo el mundo. Ya no se forman jugadores así. Y después de 30 años parece que nos estamos dando cuenta.
P. Después del pase, usted dice que la gran virtud de Pelé es la agresividad.
R. Tenía todas las cualidades en un nivel superlativo. Y donde no tenía rival era en la agresividad en dirección al gol. Usaba las dos piernas, iba bien de cabeza... y se desmarcaba con mucha fuerza. Era muy guerrero, más allá de la técnica del driblig y el pase, que era muy buena. Cuando me preguntan por la diferencia entre Messi y Pelé yo digo que la agresividad. Pelé era muy fuerte físicamente. Y sumaba a todos sus valores ese espíritu guerrero. De fajador. Se irritaba cuando lo marcaban, cuando le pegaban, y comenzaba a inflamarse y a correr detrás de la pelota como si fuera un defensa, buscando el cuerpo a cuerpo y empleando su corpulencia para proteger la pelota y llegar al gol por las bravas. No siempre los jugadores saben usar la fuerza física. Él era fuerte y sabía ser fuerte.
P. Usted contra Uruguay da dos pases de gol con efecto de freno, uno a Clodoaldo y otro a Jairzinho, que forman parte de la antología del pase.
R. Yo era el máximo goleador del Cruzeiro pero siempre fui mejor pasador que rematador. Me gustaba filtrar el pase definitivo entre los defensas. Ese era mi don. Habilitar a los virtuosos. Medir las distancias pequeñas entre defensas que están corriendo. En el 1-1 contra Uruguay, cuando yo recibo la pelota en el mediocampo, Clodoaldo me grita, pasa corriendo y el zaguero, que es Ancheta, va junto con él en dirección a la portería. Ancheta me ve y se interpone entre nosotros. Está dos metros por delante. Si pienso en pasársela a Clodoaldo al pie, Ancheta llega antes. Así es que le di el pase con efecto alrededor de Ancheta para que la pelota se frenara entre Clodoaldo y el portero. Ancheta se giró, se desequilibró, y Clodoaldo metió el gol. Entre que Clodoaldo me grita y la pelota le llega a su destino transcurren dos segundos. En ese margen tuve que hacer un razonamiento, medir la distancia, calcular las posiciones de los cuerpos y enviar una pelota fiable.
P. ¿Clodoaldo pensaba mucho en el juego o era un mediocentro intuitivo?
R. Lo primero que él tenía era una enorme habilidad con la pelota, algo que no es común en un jugador de esa posición. No era un marcador fuerte ni combativo. No era un Casemiro. Pero como era ligero se movía con facilidad, se colocaba muy bien y tenía mucha habilidad para salir cambiando pases. El lance del 1-1 contra Uruguay fue algo único en su carrera. No pisaba jamás el área rival. No era un llegador. Ni en el Santos ni en la selección.
En la final, Zagallo me dijo que debía esperar arriba para no dejar que Rosato saliera del área. Y Rosato no salió. No hizo la cobertura en el 4-1 de Carlos Alberto, ni salió a cubrir a Gerson cuando remató el 2-1. Porque como me estaba marcando a mí, si necesitaba saltar a la marca yo lo tapaba
P. ¿Brasil no tenía un centrocampista defensivo especialista?
R. Zagallo entrenaba todos los días el posicionamiento colectivo del equipo cada vez que se perdía la pelota, especialmente con Clodoaldo, Gerson y Rivelino, para que protegieran a los centrales. Si perdíamos la pelota los tres volantes tenían que retroceder inmediatamente por el medio. Y después teníamos que bajar los atacantes a ayudar. Ninguno era un gran talento defensivo pero los tres se posicionaban muy bien y Gerson fue el organizador más inteligente que vi en un campo. Tenía visión panorámica: jugaba como si viera la cancha desde un asiento en la tribuna, y orientaba a Clodoaldo y a Rivelino sobre cómo situarse en defensa. No paraba de hablar. Ni dentro ni fuera del campo. Los tres se complementaban. Rivelino era el artista, el driblador, el finalizador, el que disparaba desde fuera del área, el que tenía una velocidad de piernas increíble.
P. ¿Cómo fue su conversación con Gerson antes de la final con Italia?
R. Italia marcaba al hombre con una línea de cuatro que salían a encimar y un líbero que se quedaba atrás para hacer las coberturas, por si uno de los cuatro zagueros resultaba desbordado en el mano a mano. Gerson habló de esto con Zagallo. Zagallo, que había sido su técnico en el Botafogo, lo escuchaba mucho. Planeamos dos combinaciones. Primero, que Carlos Alberto entraría por la banda si Facchetti acompañaba a Jairzinho al medio, cuando tirase la diagonal desde la derecha. Así llegó el cuarto gol de Carlos Alberto. La segunda combinación fue que yo no bajaría tanto a recibir y esperaría entre el líbero [Pierluigi Cera] y los cuatro defensas. Para no dejar que el central que me tenía que marcar [Roberto Rosato] saliera del área. Y Rosato no salió. No hizo la cobertura en el 4-1 de Carlos Alberto, ni salió a cubrir a Gerson cuando dribló y remató el 2-1. Porque como me estaba marcando a mí, si necesitaba saltar a la marca yo lo obstruía. El marcador se convirtió en marcado.
P. ¿En qué medida cada equipo representa un momento en la vida de los países? Su generación fue a la escuela primaria en los años 50, durante la República Nova, antes del golpe de estado de 1964... ¿El juego del 70 representaban ese Brasil republicano?
R. En el 70 Brasil era una dictadura. Yo odiaba la represión y la falta de libertad. Muchas personas pensaban así. Y eso coincidió con una generación de grandes jugadores de fútbol, de grandes artistas, y de grandes músicos. Fue el esplendor cultural de Brasil. Es curioso cómo un régimen opresor provoca una respuesta creativa en las personas. Nunca Brasil tuvo tantos músicos extraordinarios. Y lo mismo sucedió en el fútbol. La selección no es algo que se pueda separar de la comunidad. Muchas personas que detestaban la dictadura dijeron que no torcerían por Brasil. Pero cuando comenzó el Mundial todos se olvidaron. Yo creía que estábamos viviendo un momento ruin como país. Pero esto era una competición deportiva. Había que separar las cosas. Yo tenía 23 años. Soñaba con el éxito, con ser campeón del mundo, con la gloria. Éramos ambiciosos. Queríamos demostrar nuestro valor. Como todos los jóvenes.
P. Brasil del 70 es un estándar de perfección. ¿Fue una carga para las generaciones sucesivas?
R. Hoy cuando Brasil pierde o juega mal las personas repiten que hay que recuperar la esencia del 70. Jugar como en aquella época. Pero el fútbol cambió. No basta con querer volver al pasado, no basta con querer jugar como en 1970.
El pase es un símbolo del juego colectivo y de la vida en común. Las personas tienen todo el derecho a querer mejorar su vida. Pero sin olvidar que los demás también quieren lo mismo. En Brasil creció una sociedad para la explotación de otra sociedad. Así la selección de Brasil juega a meter goles. Nadie juega para el compañero. No es la lógica del juego. Es la lógica de la ganancia
P. ¿Qué cambió?
R. Hubo un desarrollo científico que se combinó con una evolución tecnológica. Eso transformó al fútbol. Los países con mejores condiciones financieras y sociales, con mejor preparación científica y académica en todas las áreas, evolucionaron más. El fútbol evolucionó en Europa como consecuencia de la evolución de la vida, de la ciencia, de la tecnología, de la educación pública. Principalmente se formaron mejores entrenadores. Del 70 para acá Brasil, como el resto de Sudamérica, se hundió poco a poco en la pobreza y en una desigualdad social enorme. Se quedó atrás. El deterioro en la formación de técnicos y jugadores se reflejó en lo que sucedía en el campo. Este es un país muy grande en donde a todo el mundo le gusta el fútbol. Eso le da fuerza. Pero el juego fue para atrás. Aunque ganáramos la Copa del Mundo en 2002.
P. ¿Qué tiene que ver el desarrollo científico con el fútbol?
R. Hasta los años 60, la habilidad y la fantasía eran más importantes en el juego. Brasil y Argentina ganaban por su creatividad y su habilidad natural. Eso en el fútbol es muy importante pero con los nuevos avances científicos esos aspectos se hicieron menos decisivos. Ya no basta con la habilidad. Brasil en los 70 tenía varios jugadores de máximo nivel. Hoy tiene dos o tres. O uno. Nuestro gran crack es Neymar. Y Neymar vive con problemas, con confusiones. Ya no formamos la cantidad de jugadores espectaculares que formábamos hace 40 años. Hemos perdido el juego colectivo del mediocampo. Brasil perdió esa idea colectiva que anima al Barça, y además perdió los cracks.
P. ¿Se pierde el pase como valor colectivo porque se deteriora el sentido de comunidad?
R. Hay una relación. El pase es un símbolo del juego colectivo y de la vida en común, de la solidaridad, del respeto mutuo. Las personas tienen todo el derecho a querer mejorar su vida, a disfrutar de placeres y ganar dinero. Pero sin olvidar que los demás también quieren los mismo. En Brasil creció una sociedad egoísta: una sociedad para la explotación de otra sociedad. El sentido de la comunidad disminuyó en la sociedad y en el campo disminuyó el juego colectivo. Brasil juega un fútbol brillante en lances individuales. Juega a meter goles. Nadie juega para el compañero, nadie busca una respuesta, nadie piensa en la organización. No es la lógica del juego, es la lógica de la ganancia. Tenemos más pegabolas que jugadores que piensan en lo que hacen. Driblan, driblan, driblan, rematan, rematan… Aparecen muy pocos jugadores. Muchos se pierden a medio camino. Salen de una sociedad que convive con la miseria. ¿Qué se puede esperar si el 50% de la población no tiene agua potable? ¡Es una vergüenza! Ese es el fruto de la ganancia de algunos. Así el fútbol se convierte en el juego de las individualidades, no en el juego del equipo. Porque el país es un país desigual, en donde unos persiguen ganar a toda costa y otros pierden todo. ¿Cómo podemos pedirle a los futbolistas que no sean individualistas y piensen colectivamente? Esto es más trágico que la pandemia.