El Villarreal fulmina al Celta sobre la hora
Un gol de Trigueros en los últimos instantes hace justicia en Balaídos en un partido sin ritmo
El fútbol vuelve con sus enrevesados guiones, que niegan cuando buscas premio y dan cuando no lo mereces. El Villarreal ganó en Balaídos en los instantes finales tras sus peores minutos de un partido en el que se había exhibido ante un Celta decepcionante, pobrísimo e incapaz.
El gol postrero en el minuto 90 castigó al Celta, que nunca transitó parejo a su rival, pero que creyó sobrevivir a un duelo en el que no sobró producción ofensiva. Sí que hubo esgrima. En un entorno en el que sobraban vacíos el partido se sustanció en la negación de los espacios, en el despliegue para buscar la p...
El fútbol vuelve con sus enrevesados guiones, que niegan cuando buscas premio y dan cuando no lo mereces. El Villarreal ganó en Balaídos en los instantes finales tras sus peores minutos de un partido en el que se había exhibido ante un Celta decepcionante, pobrísimo e incapaz.
El gol postrero en el minuto 90 castigó al Celta, que nunca transitó parejo a su rival, pero que creyó sobrevivir a un duelo en el que no sobró producción ofensiva. Sí que hubo esgrima. En un entorno en el que sobraban vacíos el partido se sustanció en la negación de los espacios, en el despliegue para buscar la pelota en campo contrario y hacer daño tras recuperarla. Pero solo el Villarreal le supo dar continuidad a sus intenciones. El Celta se acható porque cuando tuvo que buscar la pelota padeció ante la finura del contrario. Y cuando le tocó manejarla no supo gestionarla. Sufrió, sobre todo en la primera parte, un monumental repaso porque el verde de Balaídos fue amarillo. Una acción ya casi al filo del descanso delató lo que ocurría: Alberto Moreno y Moi Gómez llegaron en franquía a la línea de fondo para ejecutar un centro con comodidad. Pero se estorbaron. La jugada tuvo un tinte verbenero que extrajo de Moi Gómez una sonrisa. El Villarreal se estaba divirtiendo.
En ese parque de bolas eran incapaces de introducir al menos una en la red. Lo hicieron cuando la jarana ya se había esfumado. A estas alturas ya pocas cosas más importan que el marcador, sobre todo si antes del parón sólo ganaste uno de los cinco últimos partidos. Y ese era el caso del Villarreal. Así que, en el receso, 11 remates y nueve saques de esquina después tampoco podía disfrutar mucho el equipo amarillo.
El Celta se sostuvo en torno a su portero, Rubén Blanco, felino para negarle el gol a Iborra al cuarto de hora de partido. Igual todo hubiese cambiado. El caso es que el guión no varió y el Celta se incomodó porque sus mejores futbolistas no tocaron bola. Ni Rafinha ni Aspas se pudieron conectar. El primero se fue sustituido antes de la hora de juego. Lo hizo tras sobrellevar un choque que le negó el lucimiento excepto en un disparo lejano, la única llegada de su equipo.
El Villarreal debió marcar antes. Lo pudo hacer desde la conexión entre Alcácer y Gerard Moreno, que generó alguna fantasía mal definida. Tenía que haber ganado cuando jugó para hacerlo porque el fútbol rola como el viento gallego. El Celta se redefinió en la caseta con dos sustituciones que llevaron a Okay y Aidoo al campo para armarse con tres centrales y el fornido mediocentro turco por delante. Y Cazorla, excelente en tantas cosas, tenía gasolina para una hora. Los cambios le dieron otro matiz al partido y propiciaron dudas y asentamientos. En todo caso una buena noticia para el Celta, que era el débil.
El Villarreal asumió un perfil menos jugón, pero más contundente. Nunca le incomodaron atrás. La cita se vulgarizó y derivó hacia pachanga veraniega, sin más ritmo que el del luminoso del cuarto árbitro. Hasta que, sobre la bocina, Bacca lanzó dos trompicadas galopadas. En la primera avisó, la segunda la culminó Trigueros para sellar una extraña justicia.