“El ‘sterrato’ es una mierda”

Mikel Landa protesta por el tramo de tierra y Alaphilippe gana la segunda etapa de la Vuelta al País Vasco, con final en Gorraz. Schachmann, que sumó cuatro segundos de bonificación, sigue líder

Julian Alaphillipe entra vencedor en la meta de la segunda etapa de la Vuelta al País Vasco-Itzulia, en Gorraiz.Jesús Diges (EFE)

A veces, una imagen dice más que mil palabras; a veces, unas palabras cuentan más que mil imágenes. Mikel Landa, sucio por el polvo del camino, contundente en la carretera cuando está en forma, lapidario cuando tiene las ideas claras, sentencia: “El sterrato ha sido… ¡pffffff!, una mierda”.

Posiblemente, Adam Yates piense lo mismo después de perder más de un minuto por una avería en uno de los tramos de tierra. Las opiniones van por barrios. “Me gustó bastante”, dice ...

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A veces, una imagen dice más que mil palabras; a veces, unas palabras cuentan más que mil imágenes. Mikel Landa, sucio por el polvo del camino, contundente en la carretera cuando está en forma, lapidario cuando tiene las ideas claras, sentencia: “El sterrato ha sido… ¡pffffff!, una mierda”.

Posiblemente, Adam Yates piense lo mismo después de perder más de un minuto por una avería en uno de los tramos de tierra. Las opiniones van por barrios. “Me gustó bastante”, dice Julien Alaphilippe, cazador de victorias, que consiguió otra en Gorraiz. “Hace que la carrera se ponga muy nerviosa, que se endurezca, que se produzcan movimientos antes y después”.

Landa y Alaphilippe tienen dos maneras distintas de ver el ciclismo. Y la vida. El francés quiere llegar el primero a todas partes. Se escapa hasta de la traductora de la rueda de prensa. “No me vuelvas a hacer esto”, le regaña Laura, fatigada por la carrera hasta la zona de entrevistas, a Julien, sentado tranquilamente, frente a los periodistas, desde diez minutos antes.

Todavía le queda el control antidopaje. Sonríe, bromea. Ya ha cumplido su objetivo de ganar una etapa. “Ahora correré menos nervioso”, pero es difícil de creer. Su forma de ver el ciclismo se lo impide, aunque en la Itzulia parece de vacaciones. Se enteró a última hora de que la primera etapa era una contrarreloj; desmintió ante los periodistas que hubiera acudido a conocer el final en Gorraiz –“Yo nunca he dicho que lo fuera a hacer”–, y tampoco ha estudiado el resto: “Ya miraré la de mañana después de cenar”.

Es un ciclista francés con mucha clase. En la Vuelta al País Vasco los ha habido siempre.

En la primera etapa de la primera Vuelta al País Vasco, ganó un francés, Francis Pelissier, figura de la época, que corrió enfurruñado porque su equipo, el Automoto, le obligó a hacerlo. Se lo había pedido Henri Desgrange, patrón del Tour, que recibió el encargo de Jacinto Miquelarena, director del diario deportivo Excelsior, organizador de la carrera. Fue un pacto entre editores, cuando los periódicos manejaban el ciclismo. Su hermano Henri fue segundo, a pesar de que ninguno de los dos quería correr en una carrera española, un país desconocido para ellos.

Unas semanas antes habían abandonado abruptamente el Tour, y concedieron una entrevista al reportero de Le Petit Parisien, Albert Londres, en el café de la estación de Coutances, que los convirtió desde entonces, y para siempre, en los forzados de la ruta.

Tierra y charcos

En Pamplona, donde acabó aquella primera etapa, llovía a cántaros, como en Bilbao, donde nació la carrera. Las rutas de escaso asfalto, casi siempre pistas de tierra, supuraban por los charcos. Los ciclistas llegaron a la meta sucios, empapados. En la Itzulia ya no llueve tanto como en los años veinte, pero ha regresado la tierra batida, en las cercanías de Pamplona, como aquella primera vez de los hermanos Pelissier. Son ocho kilómetros al estilo de la Strada Bianche italiana, una tradición con menos de diez años. Andan los equipos nerviosos, tratando de buscar el sitio, y es el Astana, que ha leído que tiene el mejor equipo de la carrera, el que se lo cree y toma el mando, y endurece la etapa, primero para alcanzar a los cuatro fugados de una escapada sin fe, y después para cortar el pelotón y buscar una victoria de etapa. El comandante del grupo es Luis León Sánchez, que se sacrifica por Jon Izagirre, que raspa segundos en una meta volante; por Fuglsang o por Pello Bilbao, que quieren despegar en el muro final.

Pero al final el trabajo del Astana lo aprovecha Alaphilippe, el más listo, el más potente. Un francés mucho más simpático que los volcánicos hermanos Pelissier, que entonces eran otros tiempos. Y como gana, a Julien, los tramos de tierra le parecen de maravilla, y como no gana, a Mikel Landa le parecen una mierda. Todo depende del lugar que cada cual ocupe.

Y en la zona de entrevistas, cuando empiezan a desmontar las mesas, Laura, la traductora, que llegó sofocada para atender a Alaphilippe, tan eficaz entre el babel del pelotón, espera paciente a Max Schachmann, rápido para no perder el maillot amarillo, lentó para orinar y pasar el control antidopaje. “¡Ya viene!”, grita cuando el alemán anuncia su entrada. Saldrá otro día más como líder. A él también le gustó circular por la tierra prensada: “Me hubiera gustado un poco más”.

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