Víctor Sánchez: “¡No nos pueden meter un gol así!”

La desesperación de los jugadores del Espanyol tras el tercero del Barça cunde en una grada menos agresiva que en otros derbis y con muchos asientos vacíos

Suárez celebra el tercero del Barça; al fondo, la grada semivacía del RCD Stadium.GTRESONLINE

Los seguidores del Espanyol no respondieron a la llamada. La llamada de un equipo que necesitaba del aliento de los suyos para remontar una mala racha en LaLiga, en la que encadenaba tres derrotas (cuatro con la que cosechó en este derbi menos animado de lo que se esperaba). En un estadio de Cornellà-El Prat cada año menos poblado, ni siquiera la visita del gran rival animó a la afición local lo suficiente como para dar calor desde la grada. No fue la peor entrada para un derbi en el RCD Stadium; aquella cifra, la de 23.827 espectadores, la cosechó el club la temporada pasada. Pero las cifras ...

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Los seguidores del Espanyol no respondieron a la llamada. La llamada de un equipo que necesitaba del aliento de los suyos para remontar una mala racha en LaLiga, en la que encadenaba tres derrotas (cuatro con la que cosechó en este derbi menos animado de lo que se esperaba). En un estadio de Cornellà-El Prat cada año menos poblado, ni siquiera la visita del gran rival animó a la afición local lo suficiente como para dar calor desde la grada. No fue la peor entrada para un derbi en el RCD Stadium; aquella cifra, la de 23.827 espectadores, la cosechó el club la temporada pasada. Pero las cifras de este sábado de diciembre apenas fueron mejores: 24.037 aficionados asistieron al campo con la esperanza de vivir la primera victoria blanquiazul desde que el equipo juega lejos de Barcelona. Pero no pudo ser. Ni el estadio alcanzó los 30.000 aficionados soñados, ni el equipo fue capaz de ganar.

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Y al compás de un partido en el que el Espanyol fue perdiendo protagonismo a medida que pasaban los minutos y el Barça iba sumando goles, también la grada, menos agresiva que en los últimos años, fue perdiendo la esperanza y bajando los decibelios.

Animada como estaba la afición al inicio del encuentro –se había arrancado tan bien, al son de Status Quo y con un juego de luces ideal para las grandes ocasiones–, recibió con una sonora pitada a los azulgrana cuando salieron a calentar. Y calentó el ambiente cuando, por megafonía, se cantaba la alineación del equipo de Valverde. El más abucheado, claro, fue Piqué, protagonista (para bien y para mal) en los derbis del curso pasado, en Copa y en Liga. La afición se dejaba notar cuando el central tocaba el balón, aunque no hubo pancartas esta vez, ni recados para su familia. Además, a medida que avanzaba el encuentro la grada hasta se olvidó de él.

Tenía otras preocupaciones. Porque deleitó Messi con un lanzamiento de falta magistral. Y siguió reivindicándose Dembélé, con otro gol, después de una exhibición del 10 en dos metros cuadrados. Ya por entonces, Borja Iglesias se había cansado de tirar desmarques. Y los seguidores blanquiazules de aplaudir y de silbar. Salvo los de la Curva. Ahí, entre banderas españolas y bufandas del Espanyol, no cunde el desaliento. Tampoco en la grada juvenil, menos poblada, pero igualmente inagotable. Por lo demás, animaba el fondo norte una solitaria estelada. Y así, entre el desconcierto, cayó el tercero. Obra de un Suárez que no se rinde ni que tenga que chutar desde la misma línea de fondo. Y la decepción llegó al campo. “No nos pueden meter ese gol, coño”, gritó Víctor Sánchez, que sentía que el partido ya no tenía remedio.

Y no lo tuvo, especialmente después del cuarto. Que nació, de nuevo, de la bota izquierda de Messi. Otra vez a balón parado. Y el público, que había despedido el primer tiempo entre silbidos –no se sabía muy bien dirigidos a quién–, que se fue marchando del estadio conforme caían más goles, apenas se vino arriba tras el remate de Duarte en el minuto 73. Y cómo lo hizo. Nada como la intervención del VAR para hacer reaccionar a la grada. Más si el videoarbitraje –larguísima la consulta, que se prolongó casi tres minutos– sirve para anular un tanto que les había devuelto el orgullo y las ganas a los locales. Y la esperanza se esfumó. Y los últimos diez minutos fueron un hervidero en los vomitorios del estadio. Hacía frío y el espectáculo ya no valía la pena. Y entonces sí, los pitidos ganaron a los aplausos al final de encuentro. “Estoy agradecido a los que han silbado a su propia afición cuando no tocaba. Hoy se ha portado bien la afición del Espanyol”, se despidió Piqué.

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