Giro con Froome y sin sueños españoles

El ciclista inglés, en el momento más bajo de su fama, busca desde Jerusalén completar el círculo de las tres grandes ante rivales como Dumoulin, Aru y Pinot

Froome, durante la presentación del Giro celebrada este jueves. LUK BENIES (AFP)

En Jerusalén, entre piedras claras y ortodoxos de ropaje oscuro que se acercan al muro de las lamentaciones y vigilan que en el Sàbat nadie dé ni una pedalada, Chris Froome se siente llamado por la historia. El ciclismo español le mira desde lejos, ausente. A la carrera italiana tampoco le importa, está por encima: su historia la han escrito los corredores de su península.

Tomarán parte 12 corredores españoles en el llamado Giro 101, que parte de Asia por primera vez en su historia más que centenaria, y se siente pionero por ello, pues ninguna otra gran ronda se ha ido tan lejos. Ningun...

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En Jerusalén, entre piedras claras y ortodoxos de ropaje oscuro que se acercan al muro de las lamentaciones y vigilan que en el Sàbat nadie dé ni una pedalada, Chris Froome se siente llamado por la historia. El ciclismo español le mira desde lejos, ausente. A la carrera italiana tampoco le importa, está por encima: su historia la han escrito los corredores de su península.

Tomarán parte 12 corredores españoles en el llamado Giro 101, que parte de Asia por primera vez en su historia más que centenaria, y se siente pionero por ello, pues ninguna otra gran ronda se ha ido tan lejos. Ninguno de los 12 aspira a algo más que a ganar una etapa.

Froome, quizás el menos admirado de los campeones del ciclismo, busca desde hoy en la carrera italiana completar el círculo de las tres grandes. Unirse a Jacques Anquetil, Eddy Merckx, Felice Gimondi, Bernard Hinault, Alberto Contador y Vincenzo Nibali en el restringido club de aquellos que han ganado Tour, Vuelta y Giro. El inglés, de 32 años, ha ganado cuatro Tours y, en su sexto intento, una Vuelta. Vuelve al Giro ocho años después de una ignominiosa descalificación por agarrarse a una moto para, enfermo, poder con el Mortirolo, y su regreso coincide con el momento más bajo de su fama. Si las críticas de los puristas se centraban antes, cuando ganaba los Tours montado en el elefante amarillo llamado Sky, en su falta de estilo, en la fealdad de su pedalada y los movimientos espasmódicos de su cabeza y codos o en su peregrino trayecto hacia la gloria desde la remota Nairobi, donde nació, desde octubre pasado y su Vuelta, un positivo por exceso de Ventolín y una soberbia, opaca e indiferente forma de reaccionar, han desviado el foco hacia lo más desesperante del ciclismo, la imposibilidad de creer ciegamente en sus campeones.

El Giro es grande porque se corre en Italia, el país donde nacieron más mitos del ciclismo épico, hijos del cruce inevitable entre Fausto Coppi y Gino Bartali. Una victoria de Froome, que, dada la capacidad de los rivales —Tom Dumoulin, el gigante holandés que en 2017 pudo con Nairo por 31s; Fabio Aru, el italiano cada vez más despendolado que ganó la Vuelta de 2015 por el imposible hundimiento de Dumoulin, precisamente, en la penúltima etapa; Thibaut Pinot, la gran esperanza francesa para un Tour en el que fue podio en 2014—, parece más que posible, supondría a la vez un engrandecimiento del prestigio del Giro y un riesgo. El engrandecimiento lo daría añadir en el palmarés el nombre del dominador de las pruebas por etapas de la segunda década del siglo XXI; el riesgo lo contraería la carrera italiana porque quizás deba desposeerle de lo logrado. Ocurriría dentro de unas semanas o meses, cuando la Unión Ciclista Internacional (UCI) resuelva sobre su salbutamol y considere que es culpable de dopaje.

La historia no sería nueva. En 2011, Contador corrió el Giro en, se podría decir así, la misma situación de libertad condicional. Meses después le desposeyó por un positivo del Tour anterior condenado con efectos retroactivos.

El desamor español

El Giro siempre ha sido un asunto complicado para los españoles, objeto de relaciones confusas. Hasta que José Miguel Echávarri no se empeñó en llevar a Pedro Delgado al Giro del 88 para preparar el Tour, las figuras españolas tenían prohibida una carrera que, hasta 1995, empezaba justo unos días después de que terminara la Vuelta. Después de Delgado fue Miguel Indurain quien se fue a Italia a preparar el Tour pasando de la Vuelta, que se ofendía. Gracias al valor del navarro, en 1992 pudo decir el ciclismo español que uno de los suyos había llegado en maglia rosa a Milán. Repitió Indurain en 1993 victoria en el Giro y en el Tour, lo que solo otro español volvió a conseguir, Albero Contador, aunque nunca las dos el mismo año. Para entonces, ya en pleno siglo XXI, la Vuelta estaba cómodamente alojada en agosto-septiembre, lejos del mayo italiano, lo que tampoco ayudó mucho a mejorar las relaciones con la corsa rosa. El Tour siempre se interpuso entre ambas.

El Tour es el único tótem del ciclismo español, como bien saben todos los aficionados, que se santiguan cuando pasan por Toledo y saludan la salud soberbia de Federico Martín Bahamontes, el primer español que ganó el Tour y cumple 90 años en julio. No parece probable que Eusebio Unzue sea de los que se santiguan por Bahamontes, pero la filosofía ciclística del dueño del único gran equipo español, el Movistar, pasa siempre por Francia y se cierra en España. Aunque algunos años deja a su mente ilusionarse con aventuras exóticas y envía a los suyos a conquistar Italia, y logra que Nairo Quintana gane o que Alejandro Valverde haga podio, los años cuerdos prefiere reservar a sus figuras para el Tour y la Vuelta y envía al Giro a su equipo c: 2018 es año cuerdo, evidentemente. Puede más en la decisión de no llevar a las figuras el miedo a echar a perder la temporada con una caída en una mala carretera siciliana que la gloria que se podría alcanzar ascendiendo el Zoncolan o el Colle delle Finestre

El último fichaje del equipo, Mikel Landa, uno que prácticamente se ha hecho ciclista en Italia y en el Giro, y en Italia ha triunfado, también ha empezado a mirar con más deseo a Francia; Valverde y Nairo ya han cumplido con Italia, y el cuarto, hombre del Movistar, Marc Soler, está aún tierno para tres semanas llenas de responsabilidades. Los cuatro se juntarán probablemente en el Tour y alguno repetirá en la Vuelta. El Giro, como casi siempre, será su carrera invisible. Todo lo que ocurra allí le es ajeno. También la coronación probable de Froome y su posible posterior hundimiento.

Un prólogo a la medida de Dumoulin

Pocos apostantes se oponen a la idea de que el Giro 101 comience hoy como terminó el Giro 100, o como comenzó el Giro 99, con una victoria contrarreloj del gran holandés Tom Dumoulin. Aunque quizás a Chris Froome, que tampoco es despreciable como contrarrelojista, aunque se le den mejor los esfuerzos más largos, le apetezca fastidiarle, o al especialista australiano Rohan Dennis.

La primera de las tres etapas que el Giro disputará el fin de semana en Israel es un prólogo de 9,7 kilómetros en Jerusalén, que terminará cuesta arriba junto a la torre de David. Será el primer asalto de las tres semanas. Una segunda contrarreloj, 34 kilómetros en Trento, 16ª etapa, será quizás el escenario que más favorezca al holandés, más limitado en la montaña —Zoncolan, Pratonevoso, Sestriere, Cervinia— que Froome.

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