El Athletic escribe un final feliz contra el Zorya

Los de Ziganda llegaron a Ucrania con la soga al cuello y regresan clasificadoa como líderes del grupo

Aritz Aduriz celebra su gol al Zorya.ANATOLII STEPANOV (AFP)

Sobre el pesado césped del Arena Lviv, el balón se comportaba como un bulto sospechoso que los jugadores apartaban del pasillo lanzándolo hacia arriba, lo más alto posible, con el imposible deseo de que no volviera jamás. Así anduvieron unos y otros durante media hora quitándose de encima esa cosa redonda tan odiosa con la que nadie quería trato alguno. El Zorya, que ganó en San Mamés, es una animosa tropa sin más talento que la ilusión. Muy atrás queda aquel título de Liga de la URSS en los...

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Sobre el pesado césped del Arena Lviv, el balón se comportaba como un bulto sospechoso que los jugadores apartaban del pasillo lanzándolo hacia arriba, lo más alto posible, con el imposible deseo de que no volviera jamás. Así anduvieron unos y otros durante media hora quitándose de encima esa cosa redonda tan odiosa con la que nadie quería trato alguno. El Zorya, que ganó en San Mamés, es una animosa tropa sin más talento que la ilusión. Muy atrás queda aquel título de Liga de la URSS en los años 70, toda una sorpresa en la férrea dictadura deportiva de las capitales soviéticas. Pero el Athletic, más acreditado, tiene un problema básico: no sabe muy bien a qué juega, sea cual sea el rival que se le oponga y la necesidad que le apremie, ayer la máxima, en su obligación de no perder para seguir vivo en Europa.

Media hora tirada a la basura, con algunos agobios a balón parado (el mejor argumento de los equipos sin posibles), con la única noticia positiva para el Athletic de mantener el empate salvador. El bullicio de Susaeta, por toda la línea ofensiva, y el tacto de Raúl García, eran las únicas buenas noticias, siendo generoso con el lenguaje. Como lo malo y lo bueno se contagian por igual, el virus del error le cazó al juez de línea con las fosas nasales de par en par y por allí se le coló un fuera de juego imaginario que anulo el gol de Williams, tras la asistencia de Aduriz. Ninguno de los dos rojiblancos lo estaba, pero el tanto se fue al limbo del linier, o sea al olvido. Al menos despertó al Athletic que fue cosiendo algunas combinaciones y algunos remates de mérito (uno acrobático de Raúl García) como si al fin hubiera comprendido que más vale ser amigo del balón que su enconado enemigo.

Tanta amistad trabó que la segunda mitad fue casi un monólogo del Athletic, con la urgencia de recuperar el tiempo perdido. Aduriz tocó a rebato con una cabalgada que contradecía su edad y que exigió los reflejos del joven portero Lunin para repeler un disparo seco y helado. De ahí en adelante, el Athletic creció y el Zorya se encogió. El balón era suyo y suyas las ocasiones para madurar el gol. Raúl García cabeceó, empujado por un defensa, al larguero en un saque de esquina. A la tercera fue la vencida. Y la tercera le tocó a Aduriz, que cabeceó casi de espaldas, rodeado de defensores, un libre indirecto de Susaeta.

El gol era la sentencia del partido y de la clasificación. Pero Raúl García tenía el gol entre ceja y ceja. Se lo impidió Lunin con un paradón cuando cabeceó a bocajarro, pero no le perdonó al borde del final al rematar por raso otro libre indirecto de Susaeta, el asistente de lujo. Y lo que parecía el guión de una novela negra acabó convertido en una crónica de viaje que le lleva al sorteo de dieciseisavos del lunes y como primero de grupo. El fútbol también cultiva los finales felices.

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