Real Sociedad-Eibar: Un derbi ‘in extremis’

El conjunto armero empata en el último segundo un partido protagonizado por la lluvia y el árbitro

Yuri persigue a Pedro León.Juan Herrero (EFE)

Si no fuera por los espectadores, no esa niña que bajo el chaparrón, mientras esperaba la foto con los futbolistas, extendía sus manos para ver rebotar el agua que caía a cántaros, se diría que la lluvia bendecía la personalidad de un derbi guipuzcoano al que no podía faltar para darle ese aire épico y festivo a la vez que las circunstancias reclaman. Si no fuera porque el agua cuando cae bajo un tapiz como el de Anoeta pone zancadillas a los futbolistas cuando giran el cuerpo, el tobillo, y resbalan como un patinador sobre hielo. Eso le ocurrió a Ramis, todo un veterano que ha jugado en desie...

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Si no fuera por los espectadores, no esa niña que bajo el chaparrón, mientras esperaba la foto con los futbolistas, extendía sus manos para ver rebotar el agua que caía a cántaros, se diría que la lluvia bendecía la personalidad de un derbi guipuzcoano al que no podía faltar para darle ese aire épico y festivo a la vez que las circunstancias reclaman. Si no fuera porque el agua cuando cae bajo un tapiz como el de Anoeta pone zancadillas a los futbolistas cuando giran el cuerpo, el tobillo, y resbalan como un patinador sobre hielo. Eso le ocurrió a Ramis, todo un veterano que ha jugado en desiertos, carreteras y estanques, ante un centro de Odriozola que dejó solo a Juanmi para que cabecease con tanta comodidad como tino.

La lluvia sí alteró el juicio de Undiano Mallenco, un árbitro viejuno de esos que cuando arbitran un derbi imaginan batallas sangrientas, choques violentos, enajenaciones, alteraciones psicológicas, arengas guerreras que solo están en su mente. A los 15 minutos había amonestado a cuatro futbolistas sin que hubiera existido patada alguna, agarrón ninguno, braceo ni enganchón. Solo puro autoritarismo. Undiano sacó los tanques sin que nadie hubiera declarado la guerra. La primera víctima fue Lejeune, a los 46 minutos por posar la mano en el omoplato de un rival. Segunda tarjeta y a la calle.

Como el Eibar había empatado en un cabezazo picado de Escalante en un córner de Pedro León, como el Eibar había igualado, y superado en juego, a la Real, Undiano decidió empatar su autoritarismo y tras Lejeune, se fue a la ducha Juanmi, que había sido amonestado por mostrar, tras su gol, una camiseta de homenaje a Pablo Ráez y agarrar después a Pedro León, Cuando se disparan tantas balas, las víctimas son inevitables.

La lluvia no alteró el ecosistema de la Real y el Eibar, aunque Mendilibar sí modificó el paisanaje para oponer más resistencia. Prescindió de la potencia de Enrich y de la inteligencia de Adrián y eligió la frialdad de Rivera y la rapidez de Peña ara gobernar el partido.

Curiosamente ninguno de los dos delanteros de referencia estaban en el campo: Willian José, lesionado, ni Enrich, no elegido. Cambio de delanteros: veloces frente a rompedores. Y en ese gráfico pareció más hábil el Eibar, con mejor despliegue, demasiado obtusa la Real, con Illarramendi oscurecido, Xabi Prieto perdido y Oyarzabal, ausente. Más dinámico, el Eibar amenazó con más insistencia a la Real, aunque hasta el empate de Escalante, los disparos fueron al aire, salvas más que tiros. Pero el empate hacía justicia al juego que transcurría alrededor y al margen de Undiano, convertido en un centrocampista agresivo.

Podía pasar cualquier osa. Más aún cuando cayó Lejeune. Y, más aún, cuando cayó Juanmi. La protesta pudo con el argumento. Ni el árbitro entendió a los jugadores (absolutamente lejanos del partido bronco que dibujo con el silbato), ni los futbolistas entendieron a un árbitro que disfruta ejerciendo la autoridad. Y en ese cambio de planes, salio perdiendo el Eibar que perdió la brújula, el orden y la consistencia. Cierto que pudo adelantarse con un penalti no señalado a Yuri, por mano clara que Undiano a un metro no vio, pero no era menos cierto que la Real parecía tener un mejor gobierno del partido.

El de Yuri fue un penalti claro, perdido entre la cortina de agua; el de Yoel a Íñigo Martínez se coló entre las pestañas cuando pareció más discutible, más imperceptible. Lo aprovechó Vela poniendo la pelota en el rincón de las agujas de la portería a donde no llegó el hilván de Yoel. Ahí parecía que moría el río, pero quedaba la última marea. Y un partido accidentado tenía que acabar con un accidente: el de Rulli al tragarse un disparo manso y centrado de Pedro León en el minuto 93. Y seguía lloviendo. La niña metió las manos en los bolsillos. Como Rulli.

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