La pugna de las ciudades de la luz

Griezmann es la farola de Francia y Cristiano pasa de la oscuridad a la luz de las fluorescentes en un click

Vista panorámica de París.MATTHIEU ALEXANDRE (AFP)

Lisboa y París se parecen en la mística. Son ciudades con misterios que no acaban de resolverlos por más veces que se visiten. A ambas se les conoce como la ciudad de la luz aunque la luz brille de manera tan distintas en ambos casos. Se diría que en París la luz es gris, o sea inquietante, y en Lisboa la luz es blanca, o sea inmediata. La luz también brilla de forma distinta en sus selecciones de fútbol. Griezmann es la farola de Francia y su luz se antoja como la linterna que se enciende y se apaga cmo si el fútbol dependiese de sus fog...

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Lisboa y París se parecen en la mística. Son ciudades con misterios que no acaban de resolverlos por más veces que se visiten. A ambas se les conoce como la ciudad de la luz aunque la luz brille de manera tan distintas en ambos casos. Se diría que en París la luz es gris, o sea inquietante, y en Lisboa la luz es blanca, o sea inmediata. La luz también brilla de forma distinta en sus selecciones de fútbol. Griezmann es la farola de Francia y su luz se antoja como la linterna que se enciende y se apaga cmo si el fútbol dependiese de sus fogonazos. Algo así como París de noche a la luz de las velas. De pronto, echa a correr como un bandido y las farolas se iluminan a su paso como esos pasillos que encienden los focos al sentir cada pisada para ahorrar electricidad.

Pero Francia y Portugal tienen sus correspondientes tropas detrás, más musculosa la primera, más oficiosa la segunda

Cristiano Ronaldo pasa de la oscuridad a la luz blanca y poderosa de las fluorescentes apenas pulsando un click. Puede caminar taciturno entre las sombras de su selección y asaltar el área en dos décimas de segundo para decir aquí estoy yo porque he venido. Entonces la luz blanca de Lisboa ciega al portero y a los defensas y de su farola cuelga un gol como cuando tras el triste fado la guitarra pone punto y final con un rasgueo de cuerdas estruendoso.

Portugal, durante un entrenamiento.MIGUEL A. LOPES (EFE)

Tienen ambos muy poco de Voltaire o de Pessoa. Están lejos de esa delicadeza, más dados a cadencias frenéticas que a la mesura del ritmo. Pero los dos han alcanzado una final europea a la que acudían con más timidez que insolencia. Ni Francia ni Portugal velaban sus mejores armas. Los de Ronaldo incluso superaban los partidos con la agonía doliente de los fados tradicionales que lo mismo a acaban bien que mal. Los de Griezmann anudaban las victorias con hilos tan finos que podían romperse en cualquier momento si no fuera porque el principito bajaba de la luna para curarle las heridas.

Pero Francia y Portugal tienen sus correspondientes tropas detrás, más musculosa la primera, más oficiosa la segunda. A Portugal le ha abatido muchas veces la saudade y ha sido víctima e si mismo (recuérdese la derrota ante Grecia en la Euro portuguesa). Era como si machaconamente le repitieran los versos de Pedro Homem de Mello: "povo que lavas no rio / que talhas com o teu machado/ as tábuas do meu caixao" (pueblo que lavas en el rio, que tallas con tu machete las tablas de mi ataúd). Tradición de grandes futbolistas y un promedio de jugadores por encima de la media, tropezaban una y otra vez consigo mismo en la peor versión futbolística de la fatalidad de su destino.

Entrenamiento de Francia.Lars Baron (Getty)

Francia ha ido construyendo puentes que a veces derribaba con sus propias bombas, ya fuera por egolatría, falta de autoridad o indolencia. Griezmann, el proscrito, les ha enseñado el camino de la libertad. Griezmann y la destitución de Doménech el indolente extravagante y la de algunos peces gordos (demasiado gordos) aunque la mano de Deschamps apenas sea capaz de pintar grises atardeceres. Solo resta saber quién encenderá la luz: el ratón inteligente (o sea Griezmann) o el jaguar implacable (o sea Cristiano Ronaldo). Es decir, si sonara mejor la guitarra de 12 cuerdas de los fados o el acordeón sentimental del Sena. O ninguno de los dos.

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