El cuento feliz del golfista Rafa Cabrera Bello

El canario debutará la próxima semana en el Masters de Augusta, donde será el único español junto con Sergio García

Cabrera Bello, a la izquierda, saluda a Rory McIlroy tras derrotarlo en el partido del domingo.DAVID CANNON (AFP)

El cuento de la lechera no terminaba así, lo que alegrará a los soñadores. A Rafael Cabrera Bello no se le derramó la leche, no lloró sobre ella, sino que bailó feliz al final de tres meses en los que, como la protagonista del cuento, cada paso que daba le abría la puerta de un mundo más grande, y ya huele cercano, ahí, a cinco días, el perfume de las azaleas de Augusta y presiente el Magnolia Lane por el que se llega al campo del Masters, que su admirado y amigo José María Olazabal no paseará este año con una de sus chaquetas verdes.

El golfista canario comenzó el año como número 111º ...

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El cuento de la lechera no terminaba así, lo que alegrará a los soñadores. A Rafael Cabrera Bello no se le derramó la leche, no lloró sobre ella, sino que bailó feliz al final de tres meses en los que, como la protagonista del cuento, cada paso que daba le abría la puerta de un mundo más grande, y ya huele cercano, ahí, a cinco días, el perfume de las azaleas de Augusta y presiente el Magnolia Lane por el que se llega al campo del Masters, que su admirado y amigo José María Olazabal no paseará este año con una de sus chaquetas verdes.

El golfista canario comenzó el año como número 111º del mundo, lejos de la oportunidad de jugar los torneos más grandes. Para ganarse el derecho a ello, necesitaba una gran campaña en el desierto a comienzos del año: ya hecho. Sendos segundos puestos en los torneos de Qatar y Dubai, del circuito europeo, le permitieron participar en el Cadillac del Doral, del circuito mundial, del que salió clasificado 53º del mundo, a solo tres puestos de su siguiente objetivo, el Masters de Augusta, el grande que desde pequeño, desde que a los nueve y a los 14 años vio a Olazabal ganarlo, se convirtió en su razón de ser golfista.

Continuando con su cuento de final feliz, no solo consiguió Cabrera Bello saltar los tres puestos necesarios con una buena actuación el fin de semana pasado en el Mundial Match Play de Austin, sino que jugó tan bien que terminó tercero y el lunes, cuando se publicó el ranking mundial ya era 36º. En la ronda de grupos de Austin ganó dos partidos y empató uno; en octavos derrotó al coreano Byeong-Hun An y en cuartos derrotó por 2 y 1 al norteamericano Ryan Moore. “Lo más duro de este partido fue saber que si lo ganaba me clasificaba para Augusta, y era algo en lo que no quería pensar para no descentrarme”, dijo Cabrera Bello. “Durante el partido me sorprendí a veces pensando en Augusta y me tenía que decir, ‘olvídalo, céntrate en lo que estás”. De los cuatro que pasaron a semifinales –el australiano Jason Day, número dos del mundo y ganador final, el norirlandés Rory McIlroy (3), el sudafricano Louis Oosthuizen (12) y él-, Cabrera era el único que no ha ganado aún un grande. Perdió con Oosthuizen pero derrotó a McIlroy en el partido por el tercer puesto, y al final le dio las gracias por permitirle hacer algo que seguramente contará a sus hijos. “Rory, ha sido un honor poder ganarte”, le dijo.

El salto de 17 posiciones en el ranking mundial le abrió bien abierta la puerta del primer grande de la temporada y también le permite vislumbrar cercanos otros objetivos por los que seguir luchando: la clasificación para los Juegos que tiene ya casi segura junto a Sergio García y un puesto fijo en la Ryder Cup, para la que se clasifican nueve y es séptimo.

“Ya vuelvo a entrar en la primera guagua (autobús para los no canarios) con los mejores”, tuiteó Cabrera Bello después de comprobar su magnífico ranking, pero no viajó en guagua a Houston, donde este fin de semana disputa su torneo, sino en el avión privado de Sergio García, el único español que estará con él en Augusta la próxima semana. Después, si le va bien en el Masters, quizás se vea obligado el canario, de 31 años, a cambiar su rutina de vida sana y buena que lleva, con temporadas de surf en Bali y, en Navidades, con el tiempo justo para cambiar el bañador por el forro polar al descender del avión, de esquí en Suiza, donde tiene casa.

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