“¡Florentino dimisión!”

La afición del Madrid enfoca su frustración en el palco tras la exhibición del Barcelona

Florentino Pérez con Mariano Rajoy en el palco del Bernabéu.D.O. (AP)

Carlo Ancelotti y Bernd Schuster, que además de haber sido centrocampistas de época han entrenado al Madrid, suelen decir que los futbolistas de calidad sufren la falta de balón hasta el punto de abandonarse cuando no lo tienen. Para que lo tengan y eleven su espíritu hace falta que los equipos cuenten con centrocampistas especializados en robar el balón al adversario y administrarlo entre sus compañeros. Ahí está la diferencia en el clásico. Desde hace años y este sábado también. La historia se repite: gana ...

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Carlo Ancelotti y Bernd Schuster, que además de haber sido centrocampistas de época han entrenado al Madrid, suelen decir que los futbolistas de calidad sufren la falta de balón hasta el punto de abandonarse cuando no lo tienen. Para que lo tengan y eleven su espíritu hace falta que los equipos cuenten con centrocampistas especializados en robar el balón al adversario y administrarlo entre sus compañeros. Ahí está la diferencia en el clásico. Desde hace años y este sábado también. La historia se repite: gana el Barcelona porque se apropia de la pelota. Se apropia de la pelota porque contrata a mejores centrocampistas que su rival.

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La presencia de Gareth Bale en la mediapunta en un esquema de 4-2-3-1, sin un solo pivote natural por detrás, en un puesto en el que no jugó en su vida, culminó una disposición extravagante por inaudita. El apagón del Madrid resultó tan estruendoso que cuando el árbitro señaló el descanso la multitud hizo algo que en el Bernabéu no se veía desde hacía casi una década. Desde el invierno de 2006, exactamente. El público entonó el grito tan temido: “¡Florentino, dimisión! ¡Florentino, dimisión…!”. Chanceándose, los representantes de la hinchada del Barcelona agrupados en el fondo norte les dieron la réplica: “¡Florentino, quédate!”.

Como profetizaban Ancelotti y Schuster, al Barcelona no le hizo falta ni Messi. El equipo visitante se adueñó del balón y los jugadores del Madrid dieron la impresión de abrumarse. No tardaron ni media hora en deambular por el campo sin energía, sin convicción, sin ser capaces de corregir a base de carácter la inferioridad numérica en el mediocampo. Allí jugaban Kroos, Modric y James, tres mediapuntas de origen sin mucho recorrido en el mediocentro, contra Iniesta, Sergi Roberto, Busquets y Rakitic, dos volantes puros y dos mediapuntas con sobrada experiencia en diversas posiciones interiores y exteriores en la zona de creación del juego.

"No hemos bajado los brazos", dijo Marcelo al salir del estadio, "lo que ocurre es que como no teníamos el balón corríamos más. Y como corríamos más, cuando lo recuperábamos estábamos muy cansados y no conseguíamos ser suficientemente precisos. Así fallamos pases y ellos nos dominaron. Hace falta haber jugado al fútbol para comprenderlo. Pero al equipo jamás le faltó actitud".

Para rematar el ejercicio de descompensación, Gareth Bale jugó donde pidió que le pusieran el pasado verano. Se movió por detrás de Cristiano y Benzema, en la mediapunta, con total libertad. Si fracasar es exhibir una total carencia de ideas, Bale fracasó. Si defraudar es no intervenir, ni para mover la pelota ni para defender, Bale defraudó.

Benítez fue contratado para sacar a Bale de la banda derecha y darle libertad. En los foros más influyentes del club se repetía que el galés precisaba jugar allí para brillar, como hace en su selección nacional. Eso hizo el entrenador en el día más sonado de la temporada. Bale, a la mediapunta, un puesto donde es preciso tener claridad, criterio, agilidad para desmarcarse y tocar en espacios reducidos, y sentido de la asociación. Como quiera que Bale no se caracteriza precisamente por estas virtudes, la brecha que abrió en el eje de su equipo fue tan profunda que para defenderse de las oleadas del Barcelona a los futbolistas locales no se les ocurrió nada mejor que dar patadas. Pegó Danilo, pegó Ramos, pegó Ronaldo, y pegó el propio Bale, cegado por la frustración ante un árbitro, Fernández Borbalán, más comprensivo que riguroso.

Solo cuando la megafonía del estadio elevó el sonido del anuncio de Fly Emirates se apagaron los gritos contra el presidente del club. Su homólogo en la Moncloa, el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, que se hallaba en el palco, tuvo palabras de aliento para el sufriente equipo local en el entretiempo. “Preferiría que el resultado fuera otro pero el Barcelona está haciendo un magnífico partido y hay que reconocerlo”, dijo, en referencia al 0-2 parcial, a las cámaras de Movistar+. “Estoy absolutamente convencido de que en el segundo tiempo el Madrid lo hará mejor. Y en cualquier caso todavía estamos en Champions y todavía queda mucho hasta el final”.

“Soy socio del Real Madrid”, aclaró Rajoy, por si hiciera falta. “Y este es mi primer partido de Liga desde que soy presidente en cuatro años”.

Los deseos de Rajoy no se cumplieron. Ni mejoró el Madrid ni empeoró el Barcelona. Al contrario. Benítez, que siempre dijo que le gustaba Casemiro, renunció a sus convicciones. El cambio, Isco por James, alimentó el tremendo desequilibrio táctico de su equipo, sometido a la tortura de verse despojado de la pelota sin poder recuperarla ni para hacer un poco de daño.

A falta de diez minutos para el final, con el 0-4 pesando como una losa, la gente enfiló los vomitorios. Los que se quedaron para despedir al equipo entonaron el cántico de la rabia: “¡Florentino, dimisión!”.

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