Més que un equipo

El Barça está más representado que nunca por sus mañas en el campo, no por los perpetuos enredos institucionales.

Luis Enrique durante la celebración del domingo.Alejandro García (EFE)

Hace tiempo que el relato del Barça como més que un club tiene una marca: el éxito deportivo. Hoy, para su suerte, es más que un equipo, un equipo de época que entroniza a una entidad en la que cada vez más prevalece el fútbol sin despojarse de otros viejos matices. Es lo ocurrido en el césped durante los últimos diez años lo que engrandece y sustancia a una entidad más representada que nunca por sus mañas en el campo, no por los perpetuos enredos institucionales. Hasta el punto de que el vestuario se impone por hábito a los despachos desde los tiempos turbulentos del pique entre Josep Lluís N...

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Hace tiempo que el relato del Barça como més que un club tiene una marca: el éxito deportivo. Hoy, para su suerte, es más que un equipo, un equipo de época que entroniza a una entidad en la que cada vez más prevalece el fútbol sin despojarse de otros viejos matices. Es lo ocurrido en el césped durante los últimos diez años lo que engrandece y sustancia a una entidad más representada que nunca por sus mañas en el campo, no por los perpetuos enredos institucionales. Hasta el punto de que el vestuario se impone por hábito a los despachos desde los tiempos turbulentos del pique entre Josep Lluís Núñez y Johan Cruyff, piedra filosofal del Barça más refulgente que se haya conocido. Cuando el Barcelona era més que un club a secas, Cruyff bajó el fútbol a la hierba, de donde nunca debió salir. Ahí, justo ahí, llegaron los éxitos y perdieron eco los despachos. No del todo, pero ya no son la única portavocía. Habla Iniesta, susurra Messi, silba el balón...

 A Núñez le sucedió el extravagante Joan Gaspart, tan mal primero como histriónico segundo. Despejado Gaspart, reapareció el cruyffismo y el Barça de Ronaldinho, preámbulo del de Pep Guardiola. Ambos remaron en favor del juego, de la pelota como símbolo de distinción. Hubo follones con Joan Laporta y sus rechinamientos, y después aún más con las intrigas de Sandro Rosell. Reapareció la guerra genética de las familias, las interferencias sociales y políticas... Pero el equipo, que no la entidad, siguió la crecida, cada vez más etiquetado de forma universal como un ejemplo de buen fútbol, seductor y triunfal.

A Rosell le cogió el testigo Josep Maria Bartomeu, sobre el que cayeron varias losas de su pasado como vicepresidente, desde la opacidad del fichaje de Neymar a la sanción de la FIFA, con los amistosos y la cuestionada fiscalidad de los Messi por el medio. Con todo, el equipo se sobrepuso y con Luis Enrique ha sabido tirar de nuevo de la entidad, acudir al rescate. Y ha ganado por goleada, por ello al barcelonismo le inquieta mucho más la continuidad del técnico asturiano o la felicidad de Messi que las guerrillas por las urnas. Más que un club, sí; pero con un equipo por bandera.

A Bartomeu le marcará una votación a la que nunca se sometió, pero desde que el equipo tiene preponderancia, nada debería inquietar al socio que no sea la renovación de Alves, la llegada de Aleix Vidal o saber quién puede ser un xavi. Desde lo futbolístico, la idea ha perdurado, sobrevivido y mejorado incluso a los fangos directivos.

El Barça circula al revés que el Madrid. Por la vía azulgrana, van y vienen presidentes y no paran los desfiles judiciales. El campo de minas está en los despachos, no en la pradera del balón. En el Madrid, lo más estable es el presidente. Florentino Pérez, que llegó al tiempo que se despedía Núñez y suma doce temporadas con tres años de paréntesis. Lo agitado es el fútbol, con idas y venidas de jugadores, técnicos y directores deportivos. No hay una ruta clara.

En el Madrid se impone el rector, en el Barça, el fútbol. Todo Bartomeu que concurra a las elecciones ya debería saberlo.

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