El estadio de los 25 récords mundiales

El Letzigrund, demolido y reconstruido en 2007, fue uno de los grandes templos del atletismo.

Atletas italianos en la pista del estadio de Zúrich.MATTHEW LEWIS (getty images)

En una de las esquinas de las calles feas que rodean el Letzigrund, un restaurante gallego (Marisqueira, dice el rótulo) y una pizzería (Totó) se miran frente a frente y recuerdan a los pueblos de emigrantes, a la gente, sobre los que se edificó la riqueza de Zúrich, de Suiza entera. Entrando en el estadio, empapado por la lluvia pesada que da sentido al cielo tan gris, un viejo cartel enmarcado, el de una reunión de atletismo de 1928 en la que la figura fue Paavo Nurmi, recuerda al visitante que ha puesto sus zapatos su...

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En una de las esquinas de las calles feas que rodean el Letzigrund, un restaurante gallego (Marisqueira, dice el rótulo) y una pizzería (Totó) se miran frente a frente y recuerdan a los pueblos de emigrantes, a la gente, sobre los que se edificó la riqueza de Zúrich, de Suiza entera. Entrando en el estadio, empapado por la lluvia pesada que da sentido al cielo tan gris, un viejo cartel enmarcado, el de una reunión de atletismo de 1928 en la que la figura fue Paavo Nurmi, recuerda al visitante que ha puesto sus zapatos sucios en un templo construido de madera y ceniza para el atletismo hace casi 90 años, en 1925, y que renovado y aséptico (eso dicen los viejos que recuerdan los viejos ambientes, los de los aficionados de pie en las curvas y sus gritos, y la sonoridad de las viejas gradas, las de antes de que fuera demolido y reconstruido en acero y cemento, y asientos mullidos para 25.000 personas) acogerá desde hoy hasta el domingo los Campeonatos de Europa.

El estadio de los 25 récords mundiales, el de los pequeños Juegos Olímpicos, el sobrenombre de la Weltklasse, quizás el mitin atlético por excelencia, la reunión a la que nadie quería faltar, el estadio del atletismo de antes de la globalización, que era entonces un deporte popular en Europa, acostumbrada a una ración casi cotidiana de grandes marcas por sus queridas figuras. El estadio en el que Sebastian Coe batió dos de sus récords del mundo (1.500 y milla); el estadio en el que una noche de agosto de 1987, el 13, horas después de las estrellas fugaces de San Lorenzo, Wilson Kipketer (800), Wilson Boit Kipketer (3.000 obstáculos) y Haile Gebrselasie (5.000), batieron en poco más de una hora tres récords del mundo. Martin Lauer, Rod Milburn, Armin Hary, Butch Reynolds y Asafa Powell también dejaron su huella en el viejo Letzigrund. En Zúrich, Fermín Cacho, 10 años más tarde, en 1997, y también un 13 de agosto, corrió el 1.500 en 3m 28,95s, una marca que durante 16 años fue récord de Europa. Tan rápido se corría en el viejo Letzigrund. En el nuevo, en pie desde 2007, solo se ha batido un récord mundial, uno de los de Elena Isinbayeva con su pértiga (5,06m) en 2009.

En L’Équipe, Andreas Brügger, el organizador de la edad de oro de la Weltklasse, cuenta dos secretos de su éxito. Para poder acceder a los mejores norteamericanos, Brügger cuenta que tenía una pequeña agenda negra con los números de teléfono de las madres de unos 200 atletas. “Pues solo las madres saben dónde están siempre sus hijos”, dice. Para convencer a los del bloque del Este le valía con llevar a los presidentes de las federaciones soviética o alemana de Este a visitar la casa en la que vivió Lenin en la ciudad, y además les recordaba que su madre estudió con el líder revolucionario en la universidad. Quizás así pudo conseguir lo imposible, que en 1984, después de los Juegos de Los Ángeles, los del boicot del Este, Evelyn Ashford, la campeona olímpica, y la alemana Marlies Göhr, la gran ausente en California, se enfrentaran. Ganó la norteamericana, quien, de paso y por supuesto, también batió el récord del mundo (10,76s) en la roja pista del viejo Letzigrund.

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