La iglesia de la pelota redonda

No son inmutables, como los del Vaticano; los santos futboleros suben y bajan

Seguidores del Liverpool en Anfield.Christopher Furlong (Getty)

“La religión, el sistema de doctrinas y promesas que, con envidiable exhaustividad, explica los enigmas de este mundo” Sigmund Freud.

Los resultados de un par de encuestas publicadas esta semana confirman hasta qué punto el fútbol ha suplantado a la religión en la vida espiritual de los países donde se disputan las grandes Ligas del mundo. Un sondeo de 1.201 aficionados en Inglaterra descubrió que tres cuartos de ellos cambiarían de religión antes de cambiar de equipo, mientras que solo la décima parte se plantearía hacer lo contrario. Otro sondeo, a nivel mund...

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“La religión, el sistema de doctrinas y promesas que, con envidiable exhaustividad, explica los enigmas de este mundo” Sigmund Freud.

Los resultados de un par de encuestas publicadas esta semana confirman hasta qué punto el fútbol ha suplantado a la religión en la vida espiritual de los países donde se disputan las grandes Ligas del mundo. Un sondeo de 1.201 aficionados en Inglaterra descubrió que tres cuartos de ellos cambiarían de religión antes de cambiar de equipo, mientras que solo la décima parte se plantearía hacer lo contrario. Otro sondeo, a nivel mundial, demostró que la región donde la religión juega el papel menos importante en la vida de los ciudadanos es, con diferencia, Europa Occidental.

Según la segunda encuesta, hecha por la prestigiosa empresa WIN/Gallup International, de los nueve países en los que la religión incide menos en la población, seis son europeos, uno de ellos España. Gran Bretaña también está entre los puestos más bajos de la tabla. Podemos estar bastante seguros que si la primera encuesta se hiciera en España los resultados serían parecidos a los de Inglaterra, que solo una minoría contemplaría la posibilidad de cambiar de equipo antes que de religión. Para bien o para mal, así las cosas. Vivimos en Europa en tiempos pos-religiosos e incluso pos-ideológicos. El comunismo hizo lo que pudo para vendernos la idea de que éramos todos esencialmente bondadosos y solo con vencer al Satanás de la propiedad privada lograríamos conquistar el cielo en la tierra. Los hechos han demostrado que, pase lo que pase, la envidia, la codicia, la agresividad y el odio seguirán siendo componentes imperecederos de la condición humana.

Especialmente conmovedor, y por eso atrae a tantos discípulos en todo el mundo, es el coro celestial de Anfield

Pero tampoco se extingue el deseo de la especie de pertenecer a un colectivo unido en una causa por la sensación que nos da de trascendencia y de protección contra la soledad y el desamparo. Esto lo ofrecen hoy en día el nacionalismo y el fútbol. Viendo lo que está ocurriendo actualmente en, por ejemplo, Rusia y Ucrania, el fútbol parece ser la opción menos insalubre.

Igual que las religiones, el fútbol tiene sus liturgias, sus jerarquías, sus santorales. Un caso extremo de liturgia futbolera lo ofrece la Iglesia Maradoniana en Rosario, Argentina. Celebran misas que imitan paso a paso la eucaristía católica, solo cambiando los nombres de Dios Padre y Dios Hijo por el del Dios argentino. Pero, de manera menos visiblemente hereje, todos los clubes tienen sus rituales, expresados en sus particulares cánticos, su vestimenta y sus frases sagradas, como “més que un club” o “espíritu de Juanito”. Especialmente conmovedor, y por eso atrae a tantos discípulos en todo el mundo, es el coro celestial de Anfield, el estadio del Liverpool. Oír a las multitudes “rojas” cantar You'll never walk alone antes de un partido pone la piel de gallina a todos los que lo presencian en directo o en televisión porque ofrece una visión fugaz de un mundo mejor, fraternal y solidario.

En cuanto a las jerarquías, ahí están en sus trajes oscuros, en los lugares privilegiados que ocupan en los altares los directivos de los clubes, los arzobispos y los cardenales del fútbol. Algunos van y vienen, otros se quedan más tiempo que un pontífice en el Vaticano. Pero nadie ocupa puestos más elevados en los sentimientos de los fieles que los santos, aquellos jugadores especiales, muertos o vivos, que lucen o han lucido los colores de las diferentes iglesias futboleras. No son inmutables, como los que nombra el Vaticano; los santos futboleros suben y bajan de sus pedestales. Se beatifican pero, a no ser que se retiren en la gloria, siempre son vulnerables a la excomunión. Tienen la obligación de mantener su compromiso espiritual partido tras partido. Si no, se empieza a dudar de ellos, se los puede tachar de pecadores, como ocurre últimamente con San Leo Messi, cuya devoción a la causa se cuestiona de repente entre los Tomáses dubitativos del templo culé. Esto es sano. Agrega un componente democrático al ejercicio del culto que quizá envidie el Papa Francisco, hincha del San Lorenzo de Almagro, en su ardua labor de renovar la Iglesia católica. Ahora, lo que no debería hacer ni el Papa ni ningún otro líder eclesiástico es hacer una encuesta que pretenda comparar la exaltación de los fieles cuando juegan sus equipos con su compromiso espiritual cuando oyen misa. Las posibilidades son demasiado altas de que salga ganando la iglesia de la pelota redonda. Por goleada.

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