La mejor misión del Sargento Zambon

Un marine técnico en explosivos que perdió las dos piernas en Afganistán es copiloto en un equipo benéfico

Mark Zambon junto a su coche, antes de una prueba.f. fife (afp)

“Si quieres hablar con Mark, sube a ese coche; me lo llevo a cenar”, ordena uno de los miembros del equipo Race2Recovery, un grupo de voluntarios compuesto mayoritariamente por personas con alguna discapacidad física que corre para inspirar a esos que, como ellos, sufren problemas similares que les impiden hacer lo que se entiende por vida normal. Mark Zambon, ese al que se llevan a cenar, el único que llega al comedor del vivac con chófer, es a sus 28 años un veterano de guerra. Sargento de la Marina y técnico especialista en encontrar y desactivar artefactos explosivos, perdió precisamente l...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

“Si quieres hablar con Mark, sube a ese coche; me lo llevo a cenar”, ordena uno de los miembros del equipo Race2Recovery, un grupo de voluntarios compuesto mayoritariamente por personas con alguna discapacidad física que corre para inspirar a esos que, como ellos, sufren problemas similares que les impiden hacer lo que se entiende por vida normal. Mark Zambon, ese al que se llevan a cenar, el único que llega al comedor del vivac con chófer, es a sus 28 años un veterano de guerra. Sargento de la Marina y técnico especialista en encontrar y desactivar artefactos explosivos, perdió precisamente las dos piernas al pisar una bomba en su última misión en Afganistán, en enero de 2011.

Era la tercera vez que lo destinaban al país; y, pese a su juventud, cuenta también otras tres misiones en Irak. En todo ese tiempo Zambon sufrió hasta cinco accidentes. En uno de ellos perdió parte de los dedos de la mano izquierda: estaba manipulando un material explosivo y sufrió una detonación en plena faena. Ahora, retirado, tras meses de rehabilitación en el centro de San Diego donde se concentran los miembros de las fuerzas especiales estadounidenses con dolencias más graves, su próximo objetivo tiene también algo de heroico: correr el Dakar y llegar al podio en Santiago de Chile.

Antes, hace solo unos meses, subió el Kilimanjaro, de casi 6.000 metros, y dejó en su cima las placas de identificación de dos compañeros de la Marina que murieron en Afganistán. A él, que tuvo mejor suerte, lo sacaron en brazos, ya sin piernas, del lugar del accidente, y tardó meses en recuperarse. No le falta la sonrisa. Ni las ganas. Y mientras sorbe la crema de tomate que hace de primer plato del menú del día en el campamento narra su historia. “Es una gran historia. Y este es un reto emocionante. Suena a tópico, pero es que realmente lo es”, concede. “Cuando vi que era capaz de adelantar a gente totalmente capacitada en la subida al Kilimanjaro decidí que mis heridas no definirían mi vida”, explica.

No hay que pasar la vida en una silla de ruedas. Hay que sobreponerse” Mark Zambon

Por eso se embarcó en el Dakar, pese a que apenas sabía nada de esta competición, no muy popular en Estados Unidos; había hecho enduro y motocross, pero nunca se había montado en un coche de carreras. Ahora es el copiloto del británico Benjamin Gott, que tiene experiencia en vehículos de asistencia, pero es la primera vez que compite en el rally. “Siempre quise hacer de navegante. Me encanta viajar”, confiesa. Así que cuando se enteró del proyecto, el de un equipo creado de la nada en solo 12 meses que busca recaudar dinero para causas benéficas, no lo pensó un segundo. Conoció al que es su piloto por Facebook el año pasado y se vieron las caras por primera vez el pasado septiembre. Antes de llegar a Perú estudió mucho, se entrenó siete días con Gott en el desierto de Marruecos —“allí empecé a acostumbrarme a las dunas”— e hizo horas de simulación.

¿Por qué hace esto? “Quiero redefinir qué significa tener una discapacidad como la mía. No hay que pasar la vida en una silla de ruedas. Hay que sobreponerse”, dice. No le importa haber tenido que cambiar sus prótesis habituales, más complejas y delicadas, que necesitan ser cargadas a menudo, por unas que ni siquiera son mecánicas y no le permiten doblar las rodillas. Estas, más sencillas, se adaptan mejor al terreno y a los inconvenientes de la vida en el vivac. Es el único cambio que necesitado. El coche, por ejemplo, no ha sido adaptado. Y los problemas con que se encontrará a partir de ahora son los mismos para todos: estudiar y preparar el road book (libro de ruta) de la primera etapa en desierto abierto le costó más de tres horas. “Pero ya lo entiendo todo. ¡Es genial!”.

Sobre la firma

Archivado En