Bolt nunca ha comido aquí

Un recorrido por Brixton, el barrio jamaicano de Londres, donde la gran estrella de la velocidad apenas deja huella en la vida diaria, y los Juegos, casi menos

Londres -
Usain Bolt, en una sesión de fotos por las calles de Londres.DYLAN MARTINEZ (REUTERS)

En la ventana grasienta del local no lo resaltan, pero en el interior tardan poco en aclarar la duda. “No, Bolt, Usain Bolt, nunca ha comido aquí. Y tampoco creo que haya comido nunca en el barrio. Nunca se le ha visto por aquí”.

“Aquí” es un pequeño restaurante jamaicano (especialidad: chicken jerk, pollo marinado, picante y a la brasa, casi torrado, el plato favorito del atleta) en Acre Lane, Londres. La calle es una hilera de pequeños locales, negocios, peluquerías en las que expertos barberos perfilan al milímetro curiosas barbas o pacientemente tejen rastas finísimas; viej...

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En la ventana grasienta del local no lo resaltan, pero en el interior tardan poco en aclarar la duda. “No, Bolt, Usain Bolt, nunca ha comido aquí. Y tampoco creo que haya comido nunca en el barrio. Nunca se le ha visto por aquí”.

“Aquí” es un pequeño restaurante jamaicano (especialidad: chicken jerk, pollo marinado, picante y a la brasa, casi torrado, el plato favorito del atleta) en Acre Lane, Londres. La calle es una hilera de pequeños locales, negocios, peluquerías en las que expertos barberos perfilan al milímetro curiosas barbas o pacientemente tejen rastas finísimas; viejas tiendas de vinilo con pósters de Bob Marley o Peter Tosh y carteles anunciando ante la indiferencia de los paseantes que el lunes 6 de agosto se celebra el 50º aniversario de la independencia de su isla. El barrio es Brixton, el barrio jamaicano de Londres, donde desde hace décadas empezaron a asentarse los inmigrantes de lo que en el Reino Unido se llamaba West Indies y en todas partes Jamaica. Del abanderado olímpico más rápido jamás conocido, se ve poco en Brixton, no pósters, no anuncios, no tiendas con su foto, no su pose, ni siquiera zapatillas Puma; de los Juegos Olímpicos, casi menos, pequeñas manchas magentas en la boca del metro, señalando en qué estaciones hay que bajarse para ver qué competición. Aunque Bolt usa camisetas con el retrato de Marley y ropa diseñada por la hija del cantante, en Brixton, Jamaica es reggae y ganja, no atletismo.

No hay anuncios, ni tiendas con su foto, ni siquiera zapatillas de Puma

Brixton está en Londres, y así hay que creerlo, porque es la última estación de la línea Victoria del metro hacia el sur, o, porque, de tanto oír por la tele o ver en los periódicos en las últimas décadas noticias sobre los riots, los disturbios violentos, la rebelión de sus habitantes contra las malas condiciones de vida, contra la brutalidad policial, contra aquello, en lo que finalmente, para su consternación, consiste el sueño de una vida mejor, la desesperanza. Brixton está más al sur de Stockwell, donde en los años 80 las casas abandonadas eran la vida de los squatters, a los que ahora se llama okupas, y al salir de la estación del metro la primera sensación es de extrañeza. Esto no es Londres, eso parece, y no por el ambiente multiétnico en las aceras abigarradas; ni tampoco por los mercados de Electric Avenue o Atlantic Road, callejuelas bajo los viaductos del ferrocarril en las que se vende de todo, el pescado conservado en bolsas de plástico y cabezas de salmón, ya separadas del cuerpo, a una libra el par. Brixton podría ser perfectamente un barrio popular de Kingston, ya puestos, y no de Londres, sobre todo por la ausencia absoluta en cualquiera de sus calles de un pub típico inglés. No hay un sitio para una pinta si no es un banco en la calle y un botellín de cerveza envuelto en una bolsa de papel.

“Para Bolt”, cuenta su mánager, “Londres es su segunda casa”. Pero otro Londres

Brixton no es el Londres de Bolt, la persona que personifica a la Jamaica del siglo XXI. “Para Bolt”, dice su mánager, el irlandés Ricky Simms, “Londres es su segunda casa”. Pero otro Londres. Un Londres también al sur del Támesis, y también al oeste, como Brixton, pero más al oeste aún, no más allá de 20 kilómetros, ya pasado Wimbledon, cerca de Twickenham. Su Londres, el Londres del atleta que será probablemente, como en Pekín, la cara más feliz de los Juegos, es Teddington, un barrio moderno de clase media alta blanca con grandes parques en los que por la mañana los atletas representados por Simms, que tiene allí sus oficinas también, se juntan con gentes famosas, como Sebastian Coe, por ejemplo.

De día se le puede ver allá donde Puma, su marca, le lleve para promocionarse. De noche, en menos sitios. Sus locales de salida, cuando no está en periodo olímpico, como estos días, en los que las obligaciones del abanderamiento jamaicano en la inauguración olímpica le han hecho irse a dormir a la Villa antes de lo que pensaba, son clubes privados de Knightsbride, junto a Hyde Park y los Harrods, los grandes almacenes del lujo, locales en los que de vez en cuando nacen leyendas, como esa carrera de 40 metros en la que Mickey Rourke, borracho, le ganó por centésimas a las cuatro de la mañana de una fría noche de febrero.

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