Djokovic y el saque derrumban a Nadal

El serbio vence en la final de Indian Wells, en la que el español, desconocido, sirvió solo un 42 % de primeros

La final del torneo californiano de Indian Wells se jugó sin saque. El serbio Novak Djokovic se impuso 4-6, 6-3 y 6-2 a Rafael Nadal. El encuentro se peleó en el barro, maniatados los dos tenistas por su porcentaje de primeros saques (62% y 42% respectivamente), tensados hasta el límite, sufrientes en cada punto. El número uno, disparado en los errores no forzados y sepultado por un día horrible al servicio, no aprovechó la tarde gris del número dos, que llegaba invicto al partido (17-0). La victoria es para Djokovic mucho más que un título. El serbio, que durante un set y medio pareció sacar ...

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La final del torneo californiano de Indian Wells se jugó sin saque. El serbio Novak Djokovic se impuso 4-6, 6-3 y 6-2 a Rafael Nadal. El encuentro se peleó en el barro, maniatados los dos tenistas por su porcentaje de primeros saques (62% y 42% respectivamente), tensados hasta el límite, sufrientes en cada punto. El número uno, disparado en los errores no forzados y sepultado por un día horrible al servicio, no aprovechó la tarde gris del número dos, que llegaba invicto al partido (17-0). La victoria es para Djokovic mucho más que un título. El serbio, que durante un set y medio pareció sacar bandera blanca, llegó hasta el trofeo tras derrotar a Federer y a Nadal. Por primera vez le ganó al mallorquín una final (1-5). Por primera vez le ganó al número uno un encuentro tras ceder un set. Y por primera vez el campeón del Abierto de Australia 2011 cicatrizó las mil y un heridas que le ha inflingido el español a lo largo de su carrera (16-8 en sus enfrentamientos particulares).

Ninguno de los dos tenistas ofreció lo mejor de su repertorio. Nadal tiró corto. Su pelota no mordió. Jugó sin saque: en la segunda manga, solo puso en juego el 25% de sus servicios. A Djokovic, descoordinado, le faltó decisión. El serbio había llegado a la final al esprint, sin preguntarle nunca nada a los contrarios, insensible al nombre de los rivales, convencido de su arsenal y su fiereza, igual que si fuera un rugiente lobo: la agresividad había sido su máxima. Puesto ante Nadal, el número dos fue viendo cómo ese juego imperial, pelota lanzada contra inmóviles bolos, se iba deshilachando hasta convertirse solo en un recuerdo. El derrumbe empezó por el servicio, que obligó al serbio a jugar extendiendo la tarjera de invitación de su segundo saque. El desplome continuó con su revés, constantemente machacado por Nadal, que, como siempre, encontró un valladar en las bolas altas. La crisis quedó reflejada en su rostro, fotografía de sus tormentos, que le acompañó con gesto mohíno durante todo el encuentro, mientras retumbaba algún grito y algún lamento. No fue ni una mala copia del tenista que había llegado invicto hasta el encuentro.

En una tarde gris, Nadal buscó y buscó y casi nunca encontró. Visto que sus tiros no laceraban la defensa del serbio, impresionante todo el curso en su cobertura de pista, el número uno asaltó la red con clase y pericia. Su actitud encerraba un mensaje. Aquí Nadal y su inmenso repertorio. Aquí la red y sus voleas de revés, pura orfebrería. Aquí, el campeón de Wimbledon, un competidor como ningún otro, con el armario repleto de soluciones cuando el plan previsto no da los resultados apetecidos. Djokovic no se dio por enterado. Nadal, un hombre distinguido por su instinto asesino, no supo hacer suyo el encuentro cuando pudo (set arriba y el serbio boqueando) y acabó desorientado, quizás intentando entender cómo aquel tenista desnortado del principio había acabado convirtiéndose en el Djokovic espléndido que acabó el partido.

Que el serbio triunfara pese a todas las estadísticas negativas, mal al saque, disparado en los errores no forzados, a ratos indeciso, fue el mejor resumen del encuentro: el número dos estuvo gris en general, salvo los zarpazos del final y los chispazos que le dieron el título. Nadal, de borrón en borrón, siempre a remolque, sin un plan b, desconocido.