El poder de la narración

'Mammón', de Albet y Borràs, es un enloquecido viaje a Las Vegas en el que brilla Irene Escolar

Una escena de Mammón, de Nao Albet y Marcel Borràs. 

Mammón hubiera sido una novela formidable. Corrijo: es una novela formidable. A Casavella y a Bolaño les hubiera encantado, me juego algo. Humor, vitalidad, locura y, sobre todo, constantes cambios de forma. Una novela y una película unidas en una función estupenda, mutante, para mi gusto la mejor de Nao Albet y Marcel Borràs. Jóvenes trifásicos: escriben, actúan y dirigen con una imaginación desbordante. Hubo un momento peligroso. Cuando presentaron Atraco, paliza y muerte en Agbanäspach (TNC, 2013) pensé: “Mucho talento, pero demasiadas ráfagas de autocomplacencia”. Tuve la...

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Mammón hubiera sido una novela formidable. Corrijo: es una novela formidable. A Casavella y a Bolaño les hubiera encantado, me juego algo. Humor, vitalidad, locura y, sobre todo, constantes cambios de forma. Una novela y una película unidas en una función estupenda, mutante, para mi gusto la mejor de Nao Albet y Marcel Borràs. Jóvenes trifásicos: escriben, actúan y dirigen con una imaginación desbordante. Hubo un momento peligroso. Cuando presentaron Atraco, paliza y muerte en Agbanäspach (TNC, 2013) pensé: “Mucho talento, pero demasiadas ráfagas de autocomplacencia”. Tuve la sensación de que daban por bueno casi todo lo que se les ocurría, con escaso filtro. Cosa que no sucede en Mammón, que estrenaron en el Espai Lliure en 2015 y ahora han presentado en los madrileños Teatros del Canal. Creo que en el Lliure había más escenografía. La echo un poco de menos, solo un poco. Aquí el montaje es más desnudo, y cuando hay talento, la desnudez potencia. Filmaciones (¡bravo, Guillermo Chaia!), cuatro plataformas y, sobre todo, la fuerza de los actores y los caleidoscópicos relatos.

Irene Escolar y Ricardo Gómez, nuevos en el reparto, comienzan narrando los orígenes de Mammón, la obra que nunca llegó a ver la luz: spoiler que se desvela en el minuto uno. Comienza el cóctel de materiales con el diario de Marcel Borràs en Alepo (Siria), buscando escribir una tragedia en torno a Mammón, el dios fenicio de la codicia. Irene y Ricardo se transmutan en Caifás y Maluch e interpretan las escenas más vigorosas. Conocemos el gran plan y su multiapuesta: Jan Fabre, Toneelhuis, Eduard Fernández, Carmen Machi, 12 actores sirios, gran orquesta en directo.

Es la mejor función de estos artistas que escriben, actúan y dirigen con una imaginación desbordante

De repente, giro brutal: Albet y Borràs viajan a Las Vegas para jugarse el presupuesto que les queda y meterse todo lo que pillen. Entonces escribí: “Abducidos por la ruleta, deslumbrados por las luces, se mueven con la mezcla de avidez y sonambulismo de dos criaturas de Hunter Thompson guionizadas por Wes Anderson”. Otra nota (recientísima) en mi cuaderno: “Los cinco intérpretes brillan, pero Irene Escolar resplandece”. Multideslumbrante, enorme Escolar: es la narradora, la actriz de la tragedia, la stripper adolescente Crystal, la croupier china ­Shang Ye, y Andrea, la prostituta pelirroja que parece una joven Ann-Margret on speed. Ricardo Gómez es Mike, el cura traficante, y Bernardo, el mafioso mexicano. A los 20 minutos de función entra en escena Dylan Bravo, pedazo de personaje que parece imaginado por el Barry Gifford de Perdita Durango: actor secundario (les cuenta que trabajó en Abierto hasta el amanecer), maestro de póquer y chamán imprevisto, con una ética maravillosa, a prueba de derrumbes. Dylan Bravo es Manel Sans, no podría ser otro, gran hallazgo de casting: protagonizó en el Lliure la trilogía, completada por Cleòpatra, de Iván Morales, y L’onzena plaga, de Victoria Szpunberg, y luego fue Sganarelle en el Don Juan que dirigió David Selvas. Manel Sans es un actor con una verdad personalísima e infrecuente, con peligro y humanidad: volví a verle (y a aplaudirle ante mi televisor) en la primera temporada de la serie Nit i dia, en TV3, pero quiero que pise más escena. Ahora escribo estas líneas y me vuelve la emoción y el calambrazo de amargura de su monólogo final: Albet y Borràs nunca, que yo recuerde, habían escrito nada semejante. Y no es el único regalo de Mammón: está la dulzura y la tristeza de Crystal, como solo podía destilarla Irene Escolar, y la emoción inesperada, el dolor de Borrás durante el trip en el Mojave. Y la gran partida de póquer, modélicamente contada por Albet, porque los narradores se van alternando (me falta un monólogo de Crystal, aunque narra con su mirada y su cuerpo de adolescente perdida). Y la fiesta salvaje en la suite del hotel, donde el espíritu de Mammón gobierna a los personajes: el anhelo de más y más dinero, la violencia (puro homenaje a Tarantino), el sexo desatado. Embarquen en ese viaje. He trazado vagamente el mapa y las estaciones, pero eso no es nada sin los diálogos, los rostros, las tensiones de los intérpretes.

Al día siguiente vi otra lección de la fuerza narrativa del teatro, otra gran mezcla de tonos e historias: se lo contaré la semana próxima, pero corran a ver El tratamiento (hasta el 8 de abril), lo mejor de Pablo Remón, en el Pavón Kamikaze, tan divertida y tan triste, con un guionista perdido, un cineasta tarado, una productora demente y esa escena bellísima en el sanatorio, con Francisco Carril y Bárbara Lennie, que parece escrita por el mejor Paolo Sorrentino. Y tampoco se pierdan, en La Seca de Barcelona, Siempre a la verita tuya (hasta el 1 de abril), el precioso, emocionante, originalísimo homenaje de Manuel Veiga a Lola Flores. Ya es hora de que ese monólogo, también caleidoscópico, gire por toda España.

‘Mammón’, escrita y dirigida por Nao Albet y Marcel Borràs. Intérpretes: Nao Albet, Marcel Borràs, Irene Escolar, Ricardo Gómez, Manel Sans. Teatros del Canal, Madrid. Hasta 1 de abril.

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