Columna

Melodrama

Todo en 'Quirke' es extremo, como en los buenos melodramas

Gabriel Byrne en 'Quirke'.

Douglas Sirk, que como buen realizador estadounidense era alemán, fue el rey del melodrama. Lo tenía muy claro: "El cine es sangre, lágrimas, violencia, odio, muerte y amor". Trasladado a la televisión, Quirke, la serie británico-irlandesa que se estrenó en el canal de internet Filmin en 2015, y que ahora se puede ver en Movistar, sería un ejemplo perfecto de la definición de Sirk.

Con un Gabriel Byrne, el actor que hizo del hieratismo una extraordinaria escuela de interpretación, y arropado por actores de la talla de Michael Gambon o la joven Aisling Franciosi, la miniserie de...

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Douglas Sirk, que como buen realizador estadounidense era alemán, fue el rey del melodrama. Lo tenía muy claro: "El cine es sangre, lágrimas, violencia, odio, muerte y amor". Trasladado a la televisión, Quirke, la serie británico-irlandesa que se estrenó en el canal de internet Filmin en 2015, y que ahora se puede ver en Movistar, sería un ejemplo perfecto de la definición de Sirk.

Con un Gabriel Byrne, el actor que hizo del hieratismo una extraordinaria escuela de interpretación, y arropado por actores de la talla de Michael Gambon o la joven Aisling Franciosi, la miniserie de tres capítulos de 90 minutos cada uno de ellos, se basa en las adaptaciones de tres novelas de Benjamin Black, el seudónimo que utiliza el excelente John Banville para sus novelas del género negro, protagonizadas todas por Quirke, un patólogo al que su escepticismo solo le supera su tendencia al alcoholismo.

Situada en el Dublin de los años 50 del siglo pasado, muestra un tiempo y un país en el que la desigualdad social y la hipocresía moral de los poderosos será desvelada por la tenacidad de Quirke, un forense dispuesto a analizar no solo la causa de la muerte sino la identidad del posible culpable. Orfanatos, abortos clandestinos, negocios crueles eclesiásticos con recién nacidos robados, idilios apasionados..., todo en Quirke es extremo, como en los buenos melodramas, con el inteligente contrapunto de la templanza de un detective aficionado en el que su inalterable personalidad es su santo y seña. Y, probablemente, esa tendencia a lo excesivo es lo que justificó la admiración que por Douglas Sirk sentían realizadores tan distintos con Fassbinder o Almodóvar.

La cansina por inútil distinción entre fondo y forma se pudo comprobar con la visión del reportaje La maldad, primer capítulo de la serie Tabú (#0) de Jon Sistiaga. Frente al exceso formal, la contención, lo sobrio. Dos formas narrativas con un denominador común: la vileza del ser humano.

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