Opinión

La bomba

Con la serie 'Manhattan' se comprueba una vez más que lo fundamental es el guion

Mientras resuenan en alguna radio los rayos y truenos de salón de una oposición parlamentaria que bastante cielo se ha ganado ya con soportar la precedente intervención del Presidente en funciones, surge otra opción: contemplar el décimo y último capítulo de la segunda temporada de Manhattan, una excelente serie de WGN América y que ofrece la plataforma de Movistar.

Aún falta más de un año para que acabe la Segunda Guerra Mundial. En pleno desierto de Nuevo México surge un poblado reple...

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Mientras resuenan en alguna radio los rayos y truenos de salón de una oposición parlamentaria que bastante cielo se ha ganado ya con soportar la precedente intervención del Presidente en funciones, surge otra opción: contemplar el décimo y último capítulo de la segunda temporada de Manhattan, una excelente serie de WGN América y que ofrece la plataforma de Movistar.

Aún falta más de un año para que acabe la Segunda Guerra Mundial. En pleno desierto de Nuevo México surge un poblado repleto de científicos y militares. Es el Proyecto Manhattan liderado por Robert Oppenheimer que trabaja sin descanso para fabricar Trinity, la primera bomba atómica. El 6 de agosto de 1945, Little Boy arrasó Hiroshima, y el 9, Fat Man, Nagasaki. Paradójicamente entre los científicos abundaban los pacifistas. Estaban convencidos de que la bomba será tan disparatadamente destructora que acabará con la guerra (lo que sucedió), con todas las guerras (sin comentarios).

Con la serie se comprueba una vez más que lo fundamental es el guion. Construir en torno a ese poblado de talento y militarismo casi 23 horas de un relato audiovisual, y conseguir que no decaiga el interés de ese submundo en el que se entrecruzan problemas de Física, pasiones amorosas, fundamentalismo religioso judío, discriminación de género, prepotencia wasp y paranoia anticomunista —que históricamente, y años después, llegó a alcanzar al mismísimo Oppenheimer— no está al alcance de todos. Hace falta una industria muy potente que cuida, también espléndidamente, el casting, los decorados y la ambientación.

A principios de año, la productora de la serie anunció que se suspendía la programada tercera temporada pues, pese a las buenas críticas que recibió, no alcanzó los índices de audiencia satisfactorios. Es el pragmatismo del mercado, estúpido. Ni que decir tiene que si se aplicara el mismo baremo a la retransmisión televisiva del debate de investidura, del plasma pasaríamos al fundido a negro. La 1, que fue la cadena que obtuvo el mejor trozo del desaliñado pastel, consiguió 777.000 espectadores (un 7,3% del total).

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