Terapia suave para olvidar la infamia

Los programas especiales de las cadenas generalistas ofrecieron las dosis necesarias de empalago y optimismo que requieren los tiempos y el calendario

Rosa López, Carlos Latre y Daniel Diges en el programa de Nochebuena 'Bailando y cantando contigo'.efe

Imposible imaginar a las familias hablando del discurso del Rey. A las nueve de la noche (las ocho en Canarias), estos discursos navideños de don Juan Carlos sirvieron a veces para dar asunto a los que cumplen el rito gastronómico de la unidad familiar. Pero esta vez el monarca decidió, con sus asesores, que era mejor dejar la fiesta en paz, que cada uno hablara de lo que le diera la gana. Por eso quizá, inmediatamente que acabó su intervención, el genial Carlos Latre, que tan bien lo imita, habló de espaldas al Rey, literalmente, pero haciendo como que nos daba la espalda del Rey para anuncia...

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Imposible imaginar a las familias hablando del discurso del Rey. A las nueve de la noche (las ocho en Canarias), estos discursos navideños de don Juan Carlos sirvieron a veces para dar asunto a los que cumplen el rito gastronómico de la unidad familiar. Pero esta vez el monarca decidió, con sus asesores, que era mejor dejar la fiesta en paz, que cada uno hablara de lo que le diera la gana. Por eso quizá, inmediatamente que acabó su intervención, el genial Carlos Latre, que tan bien lo imita, habló de espaldas al Rey, literalmente, pero haciendo como que nos daba la espalda del Rey para anunciar su show colectivo en Televisión Española. El conjunto, tanto el discurso del Rey como el resto de los entretenimientos de la noche, constituyeron una terapia suave para olvidar la infamia que ha sido 2012 y tiempos adyacentes.

¿Y por qué el Rey decidió que no se hablara de su discurso sino para decir que lo había pronunciado? “¿Ya terminó el Rey?”, gritaban desde las cocinas. Porque ahora hasta él tiene muy difícil cumplir el dictado (de James Joyce) que ha conducido gran parte de sus intervenciones navideñas: ya que no podemos cambiar de país, cambiemos de conversación. Ahora no hay manera de cambiar de conversación, de modo que dejemos que cada uno hable de cómo le va. Menos el Rey. El año pasado, el Rey habló de cómo le iba en Casa, pues tenía caliente el caso Urdangarín. Este año ese asunto sigue en el horno, que no está para bollos, pero el Rey prefirió conducir a la gente a las maneras suaves de entender la vida, no compartió sucesos familiares, que son los que suelen arruinar las cenas, las suyas también, supongo, y dijo lo que se dice en las casas para que los cuñados no se peguen. Habló de alta política (lo que llamamos, dijo él, la política con mayúsculas) y, como se aconseja que se haga siempre que se trata de olvidar la infamia, apeló a la buena voluntad para cicatrizar heridas abiertas.

Él sabe, todo el mundo sabe, qué heridas están abiertas, porque él mismo metió ahí el dedo este año; pero el caso catalán, llamado también Cataluña, no se mencionó sino de esa pasada. El Rey, por otra parte, se puso del lado de los que ya están hartos de no entender de qué se habla en las reuniones, y dijo dos veces, al revés y al derecho, que no todo es economía, economía no es todo.

El Rey durante su discurso de Nochebuena.

Los astutos asesores dispusieron al monarca en una nueva tesitura este año, sobre la que se lanzaron, con su habitual perspicacia veloz, y también malvada, las llamadas redes sociales. Lo pusieron a hablar de pie, como quería Salvador de Madariaga que estuvieran los hombres para retratarlos mejor. Pero como estar de pie estos diez minutos de charla era demasiado, lo hicieron reposar en esa mesa que parecía medianamente rellena de asuntos pendientes. Aguantó bien, para su edad, porque es incluso más cómodo estar de pie que resistir estando medio de pie.

Lo que siguió en la tele abundó en la terapia, espiritual en La 2, donde retransmitieron muy cumplidamente la misa papal, y nostálgica en ese tramo de Latre en La 1. Antena 3 se evitó las sorpresas, y las producciones, con mayúsculas, que diría el Rey, o con minúsculas, que diría el presupuesto, y apostó por los Simpsons, su emblema. La Cuatro se fue por las películas. Telecinco se empeñó en desperdiciar el talento de Paz Padilla y de Joaquín Prat para situarlos en la obligación de sentirse felices dando paso a músicas que tampoco a ellos parecían entusiasmarles demasiado. Al menos en casa los niños y los adultos, que manejaban el mando, estuvieron poco tiempo en ese tránsito festivo. Y La Sexta, que tiene el mejor de la temporada, y de otras temporadas, con El Intermedio, hizo esa apuesta que ya triunfa en las noches.

Donde no se movió el mando familiar demasiado fue en el tiempo de Latre. Tanto es así que algunos miembros de la tribu sentada echaban de menos que este muchacho, ahora adelgazado como un jugador de fútbol y sonriente como un ejecutivo que quiere hacer olvidar las malas noticias, no estuviera más en la pantalla con minúsculas, que diría el Rey. Con el Rey empezó a imitar, y creíamos que imitaría más. Pero se dedicó más bien a condimentar una pasta muy diversa: personalidades de la televisión (TVE, sobre todo) y otros artistas de distinta procedencia convocados a cantar canciones que se sabe casi todo el mundo. Fue un show simpático que titularon Cantando y bailando contigo, una especie de trasunto de aquel Hablando se entiende la gente pronunciado por el Rey en salva-sea-la-ocasión. Entre esas canciones que expusieron como "inolvidables", aquella de Rosa López, Europe´s living a celebration, que en las circunstancias actuales viene a hundir, sin querer, el dedo en la herida. No por Europa, la pobre, sino por la celebration.

Fue una terapia suave. Los artistas (aquellos y los que siguieron, en La 1 y en Telecinco) tienen la costumbre de parecer muy felices; presentan sus espectáculos con tanto embeleso que llegan al empalago. Sucedió en los especiales de Alejandro Sanz y de Miguel Bosé, que instaló sucesivamente La 1, y pasó en menor medida en Telecinco, donde a Paz Padilla se le escaparon algunos chistes que ella no puede remediar y que le nacen de allí de donde le nació el arte que su cadena se ha empeñado en desviar. Del mismo modo que a Latre tenía que haberlo asistido un buen lingüista (De la Concha, por ejemplo) para que no dijera “Ves cantando” o para que no repitiera más “Menos mal de Jaime…”, Alejandro Sanz debía tener cerca un buen poeta que fuera también letrista (como Luis Alberto de Cuenca o Luis García Montero) que le diera en la mano para que no llegara a rimar “feroz” con “tos” o para que no considerara lícito incluir en unos versos este que dice: “Pero si mi boca se equivoca…” En uno de los gags con los que alivió el concierto se lo dijo Fernando Tejero, que hizo de psicoanalista interesado en practicarle una terapia. Pero era tarde, ya había compuesto las canciones.

Fue, pues, una terapia a destiempo, acaso como la de suavizar hasta estas alturas de la infamia el año que llevamos sufrido. Del Rey abajo ya ni Dios nos salva de esta.

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