Ir al contenido

Marina Otero, arquitecta: “¿Por qué no cerrar internet unos días a la semana?”

La investigadora, docente en las universidades de Columbia y Harvard, defiende abordar desde la arquitectura un rediseño del entorno digital para favorecer a los usuarios y no a las tecnológicas

Marina Otero Verzier (A Coruña, 44 años) es arquitecta y, en general, mujer de inquietudes inagotables. Solo este año su nombre ha figurado en cuatro exposiciones: dos en la Bienal de Arquitectura de Venecia, una en la Trienal de Milán y como diseñadora de Universidad de Columbia de Nueva York y en Harvard. Es en este centro de Cambridge donde se explaya en su mayor preocupación, lo que llama la intersección entre la infraestructura digital y la catástrofe climática.

La gallega tiene muy presente que el consumo de datos, que en el mundo real absorbe cantidades alarmantes de electricidad y agua potable, no para de crecer, incentivado por las grandes tecnológicas. Que con él se mutiplica la construcción de centros de datos que guardan los archivos de nuestros teléfonos y que conforman “la nube”. Y que la inteligencia artifical ha disparado este proceso y obligado a varias multinacionales a recular en sus compromisos medioambentables para los próximos años.

Sin embargo, a diferencia de otros activistas, Otero se niega a trasladarle la resposabilidad al usuario. Como arquitecta, prefiere rediseñar. El espacio digital puede repensarse, dice, en beneficio de los humanos y del planeta y no solo las grandes empresas; hacerlo un lugar finito y acotado. Desde la docencia y a través de una implicación personal cada vez mayor, se ha anotado algún tanto importante en América Latina. Ahora sigue con la vista puesta en lo que, para ella, es la gran victoria del marketing tecnológico: la idea de que internet es una nube etérea e intocable porque no tiene forma ni fronteras.

Pregunta. ¿La nube es un invento del marketing engañoso?

Respuesta. Y ha habido otros momentos en los que el marketing era engañoso y se ha hecho algo al respecto. Las bebidas alcohólicas, el tabaco... Nuestra relación con los datos también es adictiva y compulsiva y también se puede cambiar. En Europa tenemos la posibilidad de diseñar otro tipo de espacio digital. Estamos acostumbrados a que una ciudad tenga ritmos diferentes, sitios que están cerrados a ciertas horas, colas en supermercado según cuándo vayas. No todo es inmediato y no todo está abierto continuamente. ¿Por qué el espacio digital sí?

P. ¿Se imagina, por ejemplo, apagar internet los martes y jueves?

R. ¿Por qué no? O que solamente estén disponible ciertas páginas web cuando hay energía solar. Hay sistemas que necesitan estar 24 horas pero otros no.

P. O sea, acotar internet.

R. Ya hay medidas en este sentido. Del derecho a la desconexión digital en el trabajo a pedir que los alumnos no tengan acceso a su móvil en clase. Estamos dándonos cuenta que un superuso del espacio digital trae problemas de salud mental, ecológicos y sociales. ¿Por qué tiene que estar todo tan basado en la velocidad, la alta resolución, el acceso 24 horas al día, independientemente de lo que ocurra en el planeta?

P. ¿Cómo define una relación adictiva con los datos?

R. Si buscas en tu teléfono las 20 últimas fotos que has guardado, esas imágenes van a decir mucho de tu relación con ellos. Posiblemente no serán fotos que te interese hacer, serán prácticamente muletas para no olvidar, como un pantallazo de algo que no vas a usar, pero por que tienes por si acaso. Todas esas informaciones, a menos que las borres, generalmente están asociadas a la nube y eso implica que están haciendo funcionar centros de datos y que tienen una vida bastante larga. Si encima las has mandado a tus contactos, están replicadas en centros de datos espejo. Toda esa información basura está consumiendo agua y energía.

P. ¿Tenemos que concienciarnos con la basura digital como con la física?

R. No te estoy echando la culpa a ti. El sistema está diseñado para incitarte precisamente a guardar cosas que no son vitales.

P. ¿Cómo cree que está diseñado el sistema?

R. He tenido varias conversaciones sobre esto, por ejemplo, con una directora de investigación en Google. Le dije: “Cuando recibimos e-mails, ¿por qué la mayoría no desaparece a los cinco días, a los 10 días, a menos que los etiquetemos como importantes?”. Y esa persona se reía. “Me parece muy bonita esa idea, pero tienes que entender que a nosotros lo que nos interesa es acumular información. Preferimos invertir en comprimir esos datos que en tener menos”. Eso te da una idea de por qué cada vez nos ofrecen más espacio de almacenamiento. Yo entiendo a la gente. Guardamos los correos por si acaso. Pero, en mi experiencia, cuando he perdido acceso a una cuenta de e-mail porque he cambiado de trabajo, o he perdido un disco duro, no lo he vuelto a necesitar.

P. Nos conducen a almacenar datos, cuya vida, decía, es bastante larga. ¿Pero no eterna, por mucho que los almacenemos?

R. Mucha gente piensa que si guardan información, va a estar siempre disponible, que se la van a encontrar dentro de 10 años como si nada. No es verdad. La información digital también decae, se corrompe, cambian los softwares y el hardware... Varios usuarios de Google Fotos, cuando han ido a buscar sus imágenes de, por ejemplo, 2014, las encuentran pixeladas, corrompidas, degradadas. Como estas imágenes que nos encontramos casi corroídas en un cajón, porque tienen moho o le ha dado demasiado la luz.

P. ¿Por dónde empieza uno a imaginar un mundo alternativo?

R. Cuando somos conscientes de las cosas, cuando tenemos capacidad de entender un poco mejor cómo funcionan, podemos pedir que funcionen de otra manera. Pero nos hemos quedado con esa metáfora de la nube: parece que en realidad todo lo que pase detrás de esa metáfora es muy complejo. Por eso están tan bien diseñados los dispositivos para que sean bonitos pero difíciles de arreglar por una persona normal. De entender cómo funcionan. Todos los mecanismos están hechos para que tú seas usuario, pero no tengas control realmente en la reorganización de esa infraestructura. Ahí es donde yo digo: no soy ingeniera pero soy arquitecta y pienso que hay partes de esta infraestructura que se podrían rediseñar. Mi granito de arena puede ser muy pequeño, pero me voy a dormir más tranquila sabiendo que lo he intentado.

P. Si el poder Ejecutivo no es capaz de frenar a las tecnológicas, ¿cómo van a poder los ciudadanos?

R. Parece imposible pero no creo que lo sea. En Chile, trabajé en la comunidad de Cerrillo, que consiguió pararle los pies a Google. Demostraron que el centro de datos [de 200 millones de dólares] que iban a instalar en su comunidad iba a utilizar prácticamente todo el agua potable del acuífero local. Google tuvo que dar marcha atrás.

P. ¿Cuál es su arma para esta lucha?

R. A mí me interesa la legislación. Lo que hago es juntarme con activistas, académicas, personas de ONG que están trabajando y ahora hacen alegaciones al Real Decreto de Centros de Datos. Llamo al Ministerio de Digitalización, de Transformación Digital y me pongo a su disposición para asesorarles. Entiendo la gravedad de la situación, pero precisamente eso me hace movilizarme a través del activismo, intervenir en políticas urbanas o intentar hacer prototipos nuevos. Alguien hacía una broma el otro día: en Estados Unidos se innova y en Europa solo legislamos. En ese sentido me siento muy europea.

P. ¿El fin del mundo puede ser solo la casilla de salida?

R. Hay fines del mundo todos los días. Esa es la realidad. Fíjate la cantidad de comunidades que han sufrido extinción, genocidios de los que somos testigo. Nos gusta pensar que va a haber un fin del mundo al estilo Hollywood que dure unos segundos, pero en realidad es un proceso continuo. Esa inercia hacia procesos de destrucción y de violencia se tiene que compensar con otro tipo de formas de estar en el mundo que muestren que se pueda hacer de otra manera. La situación es difícil, pero eso no me hace quedarme en mi casa deprimida. Al revés.

Sobre la firma

Más información

Archivado En