El dominio ideológico y cultural de la derecha
En poco tiempo más se consumará una grave derrota electoral de la candidata presidencial de todas las izquierdas
En poco tiempo más, de no mediar algún tipo de cataclismo que a veces la historia nos reserva, se consumará una grave derrota electoral de la candidata presidencial de todas las izquierdas: la derrota de Jeannette Jara será escasamente de su responsabilidad, en el sentido personal del término. De consumarse este fracaso electoral, este mucho tendrá que ver con el simulacro de apoyo de su partido (el Partido Comunista) y con la mediocridad del final del gobierno de Gabriel Boric y las chapucerías en la gestión del Estado, en donde el hiper-activismo presidencial terminó por invisibilizar a la candidata Jara.
Sin embargo, estas son explicaciones de superficie: el problema es mucho más profundo que lo meramente electoral. Tras esta probable derrota, termina un ciclo de seis años de historia (iniciados con el estallido social) en los que ocurrieron muchas cosas: desde la creencia que las izquierdas estaban tomándose el cielo por asalto y con el aval de su dueño, hasta un giro en la cultura que es muy coincidente con el avance de las nuevas derechas radicales. Nadie quiere verlo, pero la hegemonía ideológica de las izquierdas (sin nunca encontrar un entero correlato en la política de las políticas públicas en Chile) está llegando a su fin.
¿En qué sentido? En un sentido meramente práctico: las izquierdas están cediendo mucho terreno ante intelectuales de derechas muy diversos (y numerosos), superando al imperio de los economistas, sin grandes despliegues argumentales originados en un pensamiento abstracto, sino más bien a partir de una impugnación de todos los micro-desórdenes y grandes protestas que dejaron de ser entendidos como micro-explotaciones: desde el maltrato cotidiano por agentes públicos y privados de la autoridad hasta el estallido social. Son todas estas cosas las que están siendo resignificadas, encontrando expresiones electorales en dos candidatos de extrema-derecha y en una candidata de centro-derecha liberal: algo muy importante tuvo que ocurrir en Chile para que esto pudiese suceder. Un fenómeno de otro mundo dada su magnitud: las izquierdas nunca lo tomaron en serio, el gobierno de Boric menos.
Pues bien, lo que ocurrió es que el campo intelectual, aquel en el que proliferaban académicos e intelectuales de izquierdas y progresistas a través de ensayos e intervenciones en la esfera pública (no contabilizo la producción de papers en revistas indexadas, completamente irrelevantes para incidir en las luchas políticas e intelectuales), hoy está siendo asediado en buena lid por otro tipo de intelectuales (sin ninguna pretensión científica), cuyo éxito descansa en una red de centros de estudio privados con mucha producción y en una función de intelectuales públicos que es desempeñada sin complejos. No estamos todavía en presencia de una nueva hegemonía ideológica (la de las justificaciones explícitas, eventualmente desenfadadas), la que prolongaría la hegemonía cultural hecha de automatismos y conductas inerciales que acompañó la reproducción del modelo de desarrollo chileno (a pesar de haber sido este desafiado, desde sus cimientos, en el marco de las luchas estudiantiles de 2011 y 2012, por ejemplo a través del libro El otro modelo). Lo que estamos presenciando y experimentando es un relativo dominio de derechas en la producción ensayística e intelectual, beneficiándose de la gran vitalidad de varios think tanks (desde el Instituto de Estudios de la Sociedad hasta la Fundación para el Progreso), del rol que cumplen universidades privadas ideológicas y del acceso expedito a los medios de comunicación. Todas estas cosas se pueden ver con facilidad desde la vida universitaria, pero la política de partidos y del gobierno no ve ni entiende nada: la ceguera ha sido completa.
Qué lejos y extemporáneo se ve la crítica al ‘modelo’ del hoy embajador Sebastián Depolo, un muy buen botón de muestra de lo que fue la crítica frenteamplista destemplada a lo que fueron los gobiernos de la coalición de centroizquierda que fue conocida como Concertación: “Vamos a meterle inestabilidad al país porque vamos a hacer transformaciones importantes”. Ni lo uno ni lo otro ocurrió. Hay algo mucho más profundo involucrado. Desde la excesiva confianza de las izquierdas en su sempiterno poder intelectual (Axel Kaiser hablaba hace una década atrás de la profunda ignorancia de la derecha), hasta la completa desconexión de sus partidos con los “trabajadores intelectuales” (una magnífica expresión desarrollada por ese gran intelectual socialista que fue Eugenio González). A diferencia de las derechas, las izquierdas chilenas se encuentran sumidas en tal nivel de mediocridad que no posee intelectuales orgánicos, tampoco afines, a lo sumo parientes muy lejanos: solo un soporte desordenado e inorgánico de personas de muy buen nivel que piensan sobre objetos muy acotados y que se encuentra sólidamente instalado en las universidades (en esto hay irresponsabilidad de los partidos, pero también de los intelectuales encerrados y apasionados por la lógica del capitalismo académico, a punta de premios económicos por sus papers o de gratificaciones de carrera). El resultado: la lenta y paciente construcción de un cemento intelectual para que las derechas, sin mucha coordinación, pero con talento y mucho financiamiento, logren instalar significados en la sociedad chilena y, sobre todo, en su cultura.
Esto podría ser mucho peor, ya que este soporte intelectual no tiene nada que ver con la potencia de las ideas Nrx, aceleracionistas y de la extrema derecha religiosa que se observa en Estados Unidos: salvo Kaiser, la derecha local no tiene idea de estas derechas intelectuales. Pero cuidado: José Antonio Kast fue presidente del Political Network for Values, una red ultra-conservadora que se encuentra conectada con el ecosistema general de la internacional reaccionaria que está a poca distancia de dominar el mundo occidental.
Es tan importante lo que está ocurriendo, en Chile y en el mundo, que las izquierdas se encuentran mudas en todas partes. Ni siquiera un triunfo altamente improbable de la candidata de centroderecha Evelyn Matthei cambiaría las coordenadas del problema. ¿Por qué? Porque el mundo giró hacia ideas reaccionarias: es asombroso que Chile haya enfrentado ese giro con una candidata comunista.