¿Es de extrema derecha el Partido Republicano?

La formación se parece bastante poco a los partidos de extrema derecha europeos: la inmigración, la omnipresencia del Estado en la satisfacción del bienestar de las personas y el factor Rusia están muy ausentes en su oferta

El líder del Partido Republicano, José Antonio Kast, junto al presidente de la formación, Arturo Squella, en diciembre de 2023.CRISTIAN SOTO QUIROZ

Para los cientistas políticos, es casi una obviedad clasificar al Partido Republicano chileno como un partido de extrema derecha. En un sentido estrictamente espacial, lo es, al ser colocado en el extremo derecho del eje derecha-izquierda por los entrevistados en todo tipo de encuestas. ¿Esto lo transforma en un partido extremista?

Para aclarar esta discusión sobre clasificaciones y taxonomías de los partidos, es importante detenerse en la manera de cómo el Partido Republicano llegó a conformarse.

Se trata de un partido que se forma a partir de un proceso largo, lento y a menudo invisible de pequeñas escisiones de la Unión Demócrata Independiente (UDI), uno de los dos partidos de la derecha tradicional chilena (esa derechita cobarde que ha sido tantas veces criticada por fundaciones conservadoras o ultra, retomando la expresión inventada por el líder de Vox en España Santiago Abascal para calificar al Partido Popular). El propio José Antonio Kast (candidato presidencial en las elecciones de 2021) es el resultado de una escisión de la UDI: ¿cómo olvidar que Kast fue concejal (1996-2000), diputado (2002-2018) y secretario general de la UDI entre 2012 y 2014? Junto a él, son muchos los dirigentes del Partido Republicano que provienen de la UDI (partiendo por su actual presidente, el exdiputado Arturo Squella). En tal sentido, no se trata exactamente de un partido nuevo: es más bien un partido que, con un nombre nuevo, retoma el proyecto histórico de la UDI.

Ese proyecto histórico se le conocía como gremialismo, una corriente de pensamiento que fue teorizada por el jurista Jaime Guzmán (quien fue elegido senador en 1990 y asesinado en esa condición por un comando de extrema izquierda en 1991). En las cosas de la política, el proyecto gremialista se tradujo en pinochetismo, un férreo conservadurismo cultural a partir de su raigambre católica y un temprano neoliberalismo económico: el secreto del éxito del gremialismo residió en su articulación política por Jaime Guzmán y un grupo estrecho de colaboradores (los así llamados coroneles). Pues bien, en el origen del Partido Republicano está la idea, reflejada en el leitmotiv de la derechita cobarde, de que la UDI habría echado por la borda su proyecto, al orientarse hacia el centro político con el fin de ganar elecciones.

No parece errada la crítica a la UDI: no porque la UDI se haya equivocado (su moderación se entiende a la luz de la teoría del votante medio de Anthony Downs), sino porque su éxito electoral hoy extraviado se explica por su pragmatismo. Esto se tradujo en el abandono del proyecto gremialista que sostiene que “todo recto orden social debe basarse en que las sociedades intermedias entre el hombre y el Estado, libremente generadas y conducidas por sus integrantes, cumplan con la finalidad propia y específica de cada una de ellas”. De haber algo virtuoso en la vida en sociedad, es en las sociedades y grupos intermedios que hay que buscarlo, y no en el Estado.

El Partido Republicano llega a rescatar este proyecto, lo que se observa bien en su alergia por todo tipo de aumento en funciones y tamaño del Estado, y evidentemente en su rechazo de principios a cualquier tipo de reforma tributaria que suponga el aumento de los impuestos (recordemos que la Constitución chilena de 1980 consagra el principio de subsidiariedad sin nombrarlo, poniendo límites drásticos a la intervención del Estado en la vida económica y social). En lo que se refiere al pinochetismo, no se observa en su discurso un rescate sistemático de su figura, aunque sí una adhesión al modelo económico que fue promovido por la dictadura de Pinochet.

De lo anterior se desprende que el Partido Republicano se inscribe en una extrema derecha espacial, cuya radicalidad proviene de un proyecto del pasado. En tal sentido, se trata de un partido que tiene pocas cosas nuevas que ofrecer: es un partido de derecha radical (y no de una nueva derecha radical) que rescata un proyecto antiguo. Si bien el Partido Republicano participa con entusiasmo, a través de José Antonio Kast, en el festival que ha sido organizado por Santiago Abascal en Madrid (Europa Viva 24), el que fue emulado en Buenos Aires por la extrema derecha argentina y latinoamericana en el contexto de apogeo del Gobierno de Javier Milei, se parece bastante poco a los partidos de extrema derecha europeos: la inmigración, la omnipresencia del Estado en la satisfacción del bienestar de las personas y el factor Rusia están muy ausentes en la oferta del Partido Republicano.

¿Es posible ganar elecciones generales, sobre todo presidenciales, en Chile a partir de proyectos políticos identitarios que son reivindicados como auténticos? En principio sí, aunque dependiendo de cómo se articula un proyecto político rival. No hay ninguna seguridad, en Chile, de que esta derecha radical y auténtica sea por sí sola explicativa de su éxito: en tal sentido, es llamativa la distancia que el Partido Republicano cultiva con el anarco-capitalismo de Javier Milei. Esto bien podría significar que en la derecha radical de Republicanos también prevalece –todavía– algo de pragmatismo electoral, en su competencia abierta con la UDI. La pregunta es, entonces, por el futuro y la razón de ser de la UDI.


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