La perfumista que recorre Chile en busca de aromas naturales
Paloma Espinoza, con más de 20 años en el oficio y autora de la ‘Memoria olfativa’, recolecta plantas y flores para elaborar lo que llama el proyecto de su vida: un mapa aromático del país sudamericano
La casa de Paloma Espinoza (Concepción, 44 años) es un despertar para los sentidos, especialmente del olfato. Está en un cerro en el sector nororiente de Santiago de Chile, rodeada de árboles que dejan pasar rayos de luz primaverales y desde donde se escucha una orquesta de pájaros. En ese lugar ella elabora perfumes a partir de plantas aromáticas, oficio que la acompaña hace 20 años y que se materializó en Perfumería Botánica, un proyecto personal dedicado al desarrollo de actividades experienciales en torno a los aromas.
Pasó sus primeros siete años de vida en el Puerto Raúl Marín Balmaceda, una localidad de la región de Aysén, en la Patagonia chilena, a más de 1.400 kilómetros al sur de la capital. En ese extremo austral, de una naturaleza inconmensurable, y con una madre grabadora y otros artistas que vivían en comunidad, desarrolló su gusto por el arte y las manualidades. Pero su interés por las plantas y los aromas llegó después, en el año 2001, cuando residía en Bélgica y estaba embarazada de su primer hijo.
“Me acerqué a prácticas saludables y conocí las propiedades de la aromaterapia. Me pareció un mundo interesante y luego empecé a estudiar sobre las plantas, los procesos de cultivo y la extracción de la fragancia”, dice Paloma Espinoza a EL PAÍS sentada en su jardín, un viernes de comienzos de septiembre, mientras su gata Mirra, de color anaranjado, da vueltas y toma el sol de media mañana.
En el patio de su casa echan raíces geranios, lavanda, romero, flor de azahar, mentas, melisa y cedrón que, dependiendo de la temporada, los cosecha, destila en un gran alambique y los decanta para luego guardarlos en pequeños frascos de vidrio oscuro que están perfectamente ordenados y etiquetados en su espacio de trabajo.
La perfumista comenta que alrededor de un 10% de las plantas en el mundo son aromáticas y, de ese porcentaje, solamente “un fragmento, mucho más pequeño, tiene un aroma que puede ser extraíble (...) Ese material ínfimo tiene mucha información, luego se diluye y se trabaja en gotas”.
En Chile hay una gran paleta de plantas aromáticas, dice Paloma Espinoza, pero también ella importa fragancias naturales de otros países: “Por ejemplo, la vainilla es originaria de México y se cultiva en Madagascar, pero en Chile no crece”, comenta. La perfumista explica que existen otras especies aromáticas que, aunque no son nativas, se dan bien en el suelo nacional como la lavanda, el romero y el eucaliptus.
En su tarea por expandir el conocimiento de los olores del país, hace 10 años ha desarrollado el que llama “el proyecto de mi vida”: un mapa de los aromas de Chile. “Estoy haciendo una colección de fragancias, donde voy a conocer distintos lugares y realizo extracciones de los aromas”. Ya ha recorrido parte del norte chileno, la isla de Chiloé, en el sur, y la Patagonia. “El resultado se va a presentar en una obra de arte y divulgación de este territorio efímero o patrimonio natural intangible”.
Sobre las fragancias necesarias para su oficio, recalca que “es un material precioso y con el que hay que trabajar con mucha delicadeza”. “El trabajo con plantas aromáticas o con perfumería natural requiere un volumen de plantas muy grandes. Entonces, para hacer de esto algo sostenible y respetuoso con nuestro entorno, no lo podemos llevar a una escala masiva”, añade.
A raíz de los años de estudio, la chilena ha confeccionado un tipo de perfumería que resalta la experiencia humana: “Me interesan mucho las personas y el impacto que tienen los aromas en nosotros y en nuestra memoria olfativa (...) Cada uno tiene su propio registro absolutamente único con su historia y con su biografía aromática”.
En base a ese conocimiento, realiza sesiones olfativas personalizadas, que tienen una duración de tres horas. “Hago una cata de aromas en que las personas pueden ir oliendo una paleta muy concreta, con notas bajas y altas. En base al diálogo que vaya saliendo, sigo guiando la sesión”.
“Con ejercicios para oler se van seleccionando armoniosa y congruentemente las partes. Es un viaje muy bonito porque te lleva a tu propio recuerdo, a tu intimidad con los olores. Hay gente más receptiva, otros que tienen más bloqueos, entonces es interesante porque uno puede ir levantando capas”, explica. Por ejemplo, la perfumista va haciendo preguntas como: ¿A qué olor olían los juguetes de tu infancia?, ¿Cuál es el olor de tu familia? ¿A qué huele la libertad? Todos esos ejercicios los agrupó en un libro, una especie de bitácora de aromas, que lleva por nombre Memoria Olfativa.
Indica que muy pocas personas se detienen a oler lo que hay a su alrededor: “El olfato es un territorio inexplorado no necesariamente por la ciencia o por la industria, sino por las personas”. Y, apunta, que es algo que es más notorio en los entornos urbanos: “Es curioso cómo en generaciones que han habitado principalmente en las ciudades tenemos registros de ciertas fragancias desde la cosmética y desde lo sintético y, por ejemplo, pocas veces conocemos realmente como huele una violeta. Uno puede decir: ‘sí, la conozco porque he usado jabón de violeta’, pero no todos tienen una violeta natural cerca para sentirle el olor”.
Revisando cuadernos de registro antiguos, la perfumista ha podido estimar que, en los últimos 15 años, ha hecho talleres olfativos a 500 personas: “Ni una de ellas antes se había tomado dos horas o una hora para oler. Es algo muy bonito y me entusiasma”, afirma.