El eslabón perdido

La revisión de las ediciones, desde sus inicios en 2013 a la fecha, del Informe de Percepciones de Negocios (IPN) del Banco Central, puede llegar a parecerse a un acto de masoquismo

La entrada principal de la sede del Banco Central de Chile en Santiago, Chile, el miércoles 31 de enero de 2024.Cristobal Olivares (Bloomberg)

Agosto de 2014. El Banco Central de Chile publica su segundo Informe de Percepciones de Negocios (IPN) del año, un documento de reciente creación por parte del instituto emisor y cuyos contenidos emanan de encuestas realizadas por economistas de la División Estudios a ejecutivos de empresas (en esa edición 100). ¿Qué concluía el respecto de los ánimos empresariales en materia de inversión?: “Las perspectivas para la inversión siguen apuntando, según los encuestados, a un bajo crecimiento, mayormente asociado a la reposición obligatoria de la capacidad instalada o algunas mejoras que permitan ahorrar mano de obra en sectores como el agrícola, que aún presentan escasez de ella”.

Agosto de 2024. El Banco Central publica la edición de su IPN, el cual ahora se difunde cuatro veces al año, y que en esta versión señala en su introducción que levantó 537 encuestas válidas y abarcó 37 entrevistas. El escenario en materia de inversión registrado por esta última versión del informe sigue siendo poco auspicioso, señalando que “si bien gran parte de las empresas prevé cerrar este año con resultados levemente por sobre o similares a los de 2023, igualmente se desprende un sentimiento de cautela respecto del desempeño futuro de la economía en su conjunto, lo que sigue incidiendo en la ausencia de proyectos nuevos de inversión de mayor envergadura”.

La revisión de los IPN del Banco Central, desde sus inicios en 2013 a la fecha, puede llegar a parecerse mortalmente a un acto de masoquismo. Salvo contadísimas excepciones, por más de una década los ánimos en promedio han sido de cautela o abierto pesimismo, donde los informes de febrero y mayo de 2020 logran alcanzar cotas superlativas de incertidumbre y desánimo, al acusar acumulativamente los efectos del período post estallido social y primeros meses de pandemia.

Suele oírse que nada es para siempre, pero una década de desempeños económicos magros, con expectativas cautelosas o derechamente pesimistas, hacen que la pregunta que dejó botando hace unos días el economista Jorge Quiroz sobre si lo que está viviendo el país es una mala racha o un proceso de decadencia, sea una cuestión válida de debatir. Era una provocación, por cierto, pero hay que convenir que Quiroz puede tener un punto.

Hace no pocos días, el Banco Central, al dar a conocer el desempeño del PIB de Chile en el segundo trimestre del año (1,6%), informó que la Formación Bruta de Capital Fijo (inversión, en términos simplificados) cayó 4,1% respecto a abril-junio de 2023, acumulando cuatro trimestres consecutivos de contracciones. Y si bien en relación con el deprimido trimestre inmediatamente anterior este indicador registró un alza, la previsión para el año como un todo sigue siendo negativa, con lo cual, según economistas, se anotará un triste récord, a saber que, por primera vez en 40 años, la inversión caerá tras haber cerrado previamente un año sin crecimiento.

Un análisis del Centro de Estudios Públicos (CEP) de junio, escrito por el investigador Gabriel Ugarte, destacaba en su abstract un dato no menor: “En los últimos diez años, la inversión ha aumentado muy por debajo del crecimiento de la economía, la cual ya se encontraba en niveles deteriorados. En otras palabras, la inversión representa un componente cada vez menor de nuestra producción y, aún más preocupante, no se vislumbra un cambio significativo en esta situación en el futuro”.

Seguir escarbando y registrando evidencia a estas alturas podría resultar morboso, sobre todo porque la idea ya está bastante clara. Más allá de datos circunstanciales que pueden incidir en la foto de crecimiento (Imacec/PIB), ya por demasiado tiempo la economía chilena adolece de un eslabón perdido que permita conectar las puntas del engranaje productivo y, de ese modo, comenzar a asentar sobre bases más sólidas la urgente recuperación de la actividad y el empleo; y, en último término, de los ingresos, entre los cuales por supuesto que hay que contar los del fisco, que dependen (está clarísimo) de lo que son capaces de crear y producir los agentes económicos privados.

En ocasiones se escucha a las autoridades que se debe poner la mirada en las posibles mejores expectativas económicas futuras, invitando a levantar el ánimo con una lógica del valor presente de flujos futuros. Y no es que esa invitación esté desprovista de sentido, pero un mínimo realismo debería, a la hora de diseñar las políticas públicas, considerar la cuestión en términos estructurales, incluyendo en el análisis el pasivo acumulado por el país en materia de inversión y la responsabilidad que les cabe a la hora de hacer que las cosas pasen… y pasen para mejor en la vida de los chilenos.

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