Lo internacional en la izquierda chilena: a propósito de Venezuela
Desde 1998 el proyecto bolivariano del chavismo se transforma en un referente en sí mismo. Pasó a ser considerado más viable que el de Cuba, por el hecho de combinar movilización de masas, disputa electoral y asistencialismo
Desde que se dan a conocer los resultados electorales en Venezuela, se produce un intenso debate en el oficialismo chileno sobre el reconocimiento del triunfo de Nicolás Maduro. Adelantándose a otros mandatarios latinoamericanos, el presidente Gabriel Boric fue el primero en condicionar el reconocimiento de los resultados a la publicación de las actas oficiales. Con eso puso en duda la legitimidad del proceso electoral y los resultados anunciados por el gobierno venezolano, desatando críticas de una parte del oficialismo representado por la dirigencia del Partido Comunista (PC).
Este tipo de tensiones, relacionadas con asuntos internacionales, han sido frecuentes en el Gobierno. Desde que asume el presidente Boric, una parte del oficialismo, en especial del Frente Amplio (FA), se ha mostrado distante de Venezuela, Cuba y Nicaragua, mientras que el PC ha reafirmado su adhesión a los regímenes de esos tres países. Más allá de la coyuntura de las recientes elecciones, cabe resaltar que ha sido una constante en la izquierda chilena que sus reflexiones, debates internos, propuestas, así como sus cambios de posición y giros programáticos, se vean influenciados por experiencias internacionales, muchas de ellas latinoamericanas, por sobre la propia realidad local.
¿Qué ha significado el socialismo bolivariano de Venezuela para la (s) izquierda (s) en Chile?.
Desde inicios de los años noventa, el proceso venezolano influye directamente en el accionar de la izquierda chilena. Durante los años en que Hugo Chávez permaneció en el poder (1998-2013), no se formularon cuestionamientos a lo que ocurría en ese país. En parte, porque existía una fuerte tensión entre gobierno y oposición, y que esta última utilizaba recursos extrainstitucionales. Así, la admiración por el chavismo en Chile iba desde la izquierda extraparlamentaria hasta el Partido Socialista (PS).
Si bien la izquierda chilena fue cauta en 1992, al momento de irrumpir el entonces teniente coronel Hugo Chávez mediante una intentona golpista, muy pronto los resquemores y desconfianzas fueron disipadas. Su llegada al poder fue vista como la oportunidad para asegurar la proyección del proceso cubano, en ese entonces el principal ícono de la izquierda extraparlamentaria chilena y de una parte del PS. Venezuela disponía del principal recurso que requería con urgencia Cuba, para salvar y mantener su revolución: el petróleo. Pero desde 1998 el proyecto bolivariano del chavismo se transforma en un referente en sí mismo. Pasó a ser considerado más viable que el de Cuba —que no ofrecía elecciones ni espacios de representación a los opositores—, por el hecho de combinar movilización de masas, disputa electoral y asistencialismo hacia los sectores populares.
Desde otro ángulo, el proyecto bolivariano de Hugo Chávez permitió establecer una barrera de distinción frente a otros avances registrados en la década de los 2000: el de la llamada tercera vía latinoamericana. Tercera vía materializada en los triunfos de Fernando de la Rúa en Argentina (1999), Ricardo Lagos en Chile (2000) y Tabaré Vázquez en Uruguay (2004). A ello se agregó en 2002 el triunfo de Lula en Brasil, a esa altura un moderado de centro-izquierda que en lo sustantivo no se distinguía de su antecesor Fernando Henrique Cardoso. La izquierda extraparlamentaria chilena, de los años 2000, jamás mostró admiración por esos mandatarios, al concebirlos réplicas de la Concertación en el resto del continente. La izquierda chilena reivindicó a Lula recién con su detención, efectuada tras el triunfo de Jair Bolsonaro (2018). El Frente Amplio uruguayo no fue considerado referente, aunque sí lo fueron partidos de protesta europeos identificados con el chavismo, como Podemos de España (emulado por el FA chileno).
La reafirmación del proyecto chavista se produjo con la llegada al poder de Evo Morales en Bolivia (2005) y Rafael Correa en Ecuador (2007). Este socialismo del siglo XXI ofrecía nuevas formas de participación, modelos de asambleas constituyentes, la incorporación de la noción del buen vivir y, en el caso particular de Bolivia, de un Estado plurinacional. Es decir, ofrecía lo necesario para definir alternativas a la democracia liberal y al neoliberalismo en nuestro país. Con la ola de movilizaciones que se registraron en 2011, el socialismo del siglo XXI pasó a ser referencia obligada para quienes desplegaban críticas sustantivas y propuestas de reemplazo al modelo de desarrollo y a la institucionalidad política vigente. Así ocurrió con la nueva dirigencia proveniente del movimiento estudiantil, con parlamentarios desencantados y con los dirigentes de organizaciones que, hacia 2017, confluyeron en la formación del FA.
Para la izquierda chilena, de esa década, el proyecto bolivariano había representado lo mismo que la revolución cubana en los años sesenta y setenta. Cabe recordar que, con su triunfo, la revolución cubana inspiró la formación de una nueva izquierda que promovía la vía insurreccional, para de ese modo superar el agotamiento de la izquierda tradicional reformista. En esas circunstancias, el PC chileno fue distante de Cuba, a diferencia de lo que ocurrió con una parte del PS y con el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), creado en 1965. Adaptando los lineamientos definidos desde la Unión Soviética (URSS), el PC optó por la vía institucional y parlamentaria, al punto de haber sido el partido más oficialista y ajustado al programa durante el Gobierno de la Unidad Popular (1970-1973). Los compromisos y la supeditación del PC a los lineamientos de la URSS provocaron varias disputas políticas con el PS. Este último, desde sus orígenes, fue crítico de la URSS, así como también lejano de la socialdemocracia europea a raíz de su vocación latinoamericanista.
Fue con el exilio, la organización de la resistencia y en especial con la caída de los socialismos reales, que el proyecto cubano cobró relevancia para el PC. Mientras buena parte del PS adoptaba las tesis de la renovación, el PC y otras agrupaciones de la izquierda extraparlamentaria decidieron encabezar una verdadera cruzada a favor de Cuba, a través de la promoción de comités de solidaridad, destinados a conseguir recursos para los habitantes de la isla.
A partir de 1998, Venezuela volvió a ofrecer una alternativa de corte antiimperialista, o que al menos desafiaba, con más fuerza y disponibilidad de recursos, la incidencia de Estados Unidos hacia la región. Sin embargo, la degradación que ha venido sufriendo el proyecto bolivariano —denominado el régimen de Maduro—, lleva a varias figuras del actual Gobierno a volcar su atención hacia otros horizontes. De hecho, personeros del oficialismo se refieren con entusiasmo a lo que significa para Chile el actual predominio de las inversiones chinas. Además, se valora positivamente el hecho de que China (gran aliado de Nicolás Maduro) supere la hegemonía que tenía Estados Unidos hacia el continente y ofrezca volúmenes de inversión económica superiores a las de otros países y/o potencias extranjeras.
El escenario poselectoral en Venezuela ha estado marcado por la represión a los opositores (que no son sólo de derecha). El presidente Boric ha sido enfático en su crítica, generando una nueva tensión en el oficialismo. Sorprende que en la izquierda chilena los derechos humanos sean principios que se aplican para algunos, pero no para todos. El propio presidente se los ha enrostrado al embajador de Israel, sin mencionar lo que ocurre en el mundo islámico. A su vez, el presidente Boric se ha reunido con Volodímir Zelenski, mientras que otros miembros de la coalición respaldan las acciones de Vladimir Putin (otro aliado de Maduro) hacia Ucrania, bajo los mismos argumentos usados en otras épocas para justificar las invasiones a Hungría (1956) y Checoslovaquia (1968): aplastar movimientos de corte fascistas. Hasta ahora no han surgido voces críticas por las violaciones a los derechos humanos en China, ni sobre las restricciones a la libertad y ausencia de contestación establecidas por el gigante asiático. Lo ocurrido en Venezuela demuestra que la oposición no se restringe a un solo sector, ni que la contestación social y la desobediencia civil sirvan exclusivamente para desafiar a gobiernos reaccionarios.
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