Opinión

Gabriel Boric frente a la adversidad

El presidente de Chile encara una serie de dificultades que le abocan a una definición pragmática del horizonte, de las prioridades de su gestión a las alianzas y la serenidad comunicativa

Una ilustración de Gabriel Boric, presidente de Chile.Agustín Sciammarella

El presidente Gabriel Boric se enfrenta a una seria adversidad: a la crítica constante y prejuiciosa sobre su juventud e inexperiencia (ciertas, ambas, pero no necesariamente la explicación a sus posibles errores o el origen de estos) hay que añadir el paternalismo condescendiente de muchos sectores de la oposición y también del espacio progresista...

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El presidente Gabriel Boric se enfrenta a una seria adversidad: a la crítica constante y prejuiciosa sobre su juventud e inexperiencia (ciertas, ambas, pero no necesariamente la explicación a sus posibles errores o el origen de estos) hay que añadir el paternalismo condescendiente de muchos sectores de la oposición y también del espacio progresista que, cada día, le dicen al presidente elegido por los chilenos y chilenas lo que debe o no debe hacer. Una tutela permanente que refleja desconfianza, recelo y reproche a una generación joven. En definitiva, ambas posiciones alimentan la idea de que está superado por la realidad, al tiempo que no la conoce ni tiene capacidades para interpretarla, gestionarla y dirigirla. Una losa cada vez más pesada.

Sacudirse el frame de falta de preparación y de cuajo presidencial es una tarea urgente. Actúa como un prejuicio que limita sus posibilidades. Definir, con claridad, qué presidencia quiere —y puede— el actual mandatario es prioritario.

Apunto las que podrían ser, quizás, algunas vías para explorarlo.

Definición pragmática de horizonte

El presidente viene de una derrota electoral (el plebiscito por la reforma constitucional), que también es una derrota política que enmienda parcialmente su mandato inicial y cuestiona su liderazgo. No está en juego la legitimidad de su presidencia, pero sí de sus políticas, al no contar con un proyecto mayoritario. Probablemente, hay que evaluar con seriedad si el Gobierno debe orillarse de la evolución del dilema constituyente para centrarse en la gestión de lo tangible: seguridad y situación económica. Este golpe de timón no debe ser interpretado como una renuncia, pero sí como una reasignación de sus prioridades, recursos y objetivos.

El riesgo de quedar como comentarista de la actualidad es real. Es importante focalizarse en una agenda pragmática capaz de interpretar y atender las demandas mayoritarias. El impulso para el cambio transformador se resintió, tal vez, irremediablemente, pero sigue estando vigente. Lo razonable es pensar en una presidencia resultadista que permita restaurar vínculos y renovar el vigor político. Y, desde ahí, jugar todas las chances y recuperar entonces la mística aglutinante y contemporizadora del ánimo de ciertos sectores sociales. No es una derrota. Es una adecuación responsable a la realidad, al contexto y a las oportunidades.

Liberarse de la estética

Es imprescindible, quizás, emanciparse de querer agradar y complacer siempre a los propios. Evitar el tránsito narcisista y reverberante. Aceptar que gobernar implica aliados, pactos e imperfecciones. Se necesita ampliar el círculo del “nosotros” y diseñar una estrategia convincente, plenamente asumida y ejecutada con precisión para integrar a una inmensa mayoría de chilenos y chilenas que hoy están fuera de los márgenes ideológicos tradicionales. Un enfoque orientado a representar por utilidad, no por adhesión o afinidad. Aparcar el buenismo maniqueo de ellos y nosotros. Buenos y malos. Explorar una presidencia útil y posible, que haga real lo necesario. Buscar la unidad nacional, abandonar la trinchera y salir al campo abierto.

Claridad y serenidad comunicativas

La relación con los medios, en este escenario, se ha convertido en un punto central de mejora y revisión. Las ruedas de prensa de Boric, por ejemplo, se caracterizan en demasiadas ocasiones por una percepción de un tono de irritación a la tenacidad corrosiva de algunas preguntas. La sensación de falta de aplomo en las respuestas y una tendencia a victimizarse o a culpar a los medios le alejan de la imagen presidencial que necesita. La combinación de exceso de gesticulación y algunas sobreactuaciones alimentan la sospecha de persona desbordada, sin norte y acosada, haciendo más verosímiles las críticas encubiertas —o no— de muchas de las preguntas o comentarios.

Estas podrían ser algunas de las claves para repensar la presidencia desde un abordaje realista y pragmático, cuidadosa de las señales y los mandatos de los electores. Una perspectiva de largo aliento, sin las urgencias de la estética. Boric tiene casi todo un mandato. Largo, larguísimo. Y sigue atesorando un capital político suficiente para relanzar su presidencia con paciencia y tenacidad. Sustituyendo los espejos por ventanas, para abrirse a todo Chile. Para salir y para que entre, también, el viento de la diversidad y de la pluralidad de una sociedad escéptica y angustiada por el devenir. Una presidencia presente en y con las preocupaciones del día a día. Menos épica, pero más eficaz. No es un demérito. Al contrario: es servicio público. Es su gran oportunidad.

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