Revulsivo para un otoño mohíno
Los canarios Efecto Pasillo derrochan luz, sonrisas y baile a su paso por Los Matinales de EL PAÍS
Sirva la retahíla que sigue como diagnóstico apresurado de la situación. Hace a estas alturas un frío que pela, nos asfixian la contaminación y las boinas, el sol desaparece sin más explicaciones a la hora del té, la ciudad y los supermercados lucen una abigarrada avalancha de motivos navideños, los petulantes pueden ser verborreicos ahora también en Twitter y los domingos, como advertía aquel viejo éxito del teatro alternativo, matan más hombres que las bombas.
Necesitábamos un revulsivo fulminante. Y los canarios Efecto Pasillo siempre fueron imbatibles en esas lides. Incluso para pla...
Sirva la retahíla que sigue como diagnóstico apresurado de la situación. Hace a estas alturas un frío que pela, nos asfixian la contaminación y las boinas, el sol desaparece sin más explicaciones a la hora del té, la ciudad y los supermercados lucen una abigarrada avalancha de motivos navideños, los petulantes pueden ser verborreicos ahora también en Twitter y los domingos, como advertía aquel viejo éxito del teatro alternativo, matan más hombres que las bombas.
Necesitábamos un revulsivo fulminante. Y los canarios Efecto Pasillo siempre fueron imbatibles en esas lides. Incluso para plantarle cara a un otoño lánguido y mohíno.
Pocos grupos han sabido suministrar la medicina del buenrollismo con la precisión casi farmacológica que aplican Iván Torres, Nau Barreto, Arturo Sosa y Javier Moreno, cuatro mocetones de archipiélago (cinco, en los directos) que derraman alegría y bonhomía, que evocan las tardes de sol, pieles de bronce y agua salada con solo plantar sus pies sobre el escenario. Bastaba con echarle un ojo a la hoja del repertorio: ¿quién podría racanear una sonrisa ante títulos como Mi fortuna, No importa que llueva, Hueles a fresa, Carita de buena o Cuando me siento bien, aun sin haberlos escuchado siquiera? ¿Cómo negarle el pasaporte vitalicio a unos rayitos de luz ultraperiférica mientras le hincamos el diente a un bocado de Pan y mantequilla?
La cita, que se enclavaba en Los Matinales de EL PAÍS, convirtió este domingo la pista de la sala But en una radiante y tempranera fiesta multigeneracional, con padres y madres que sostenían en el regazo a sus renacuajos enfrente mismo del cantante, aplicadas alumnas de primaria que bailoteaban junto a sus hermanas mayores y mozuelas repeinadas que evaluaban en lontananza a Javi, el batería, para acabar otorgándole por unanimidad el título de “morenazo”. Y muchos, muchísimos representantes de esa risueña generación millennial que aún no tiene que preocuparse del euríbor, la separación de bienes, las dietas de intercambios o los implantes capilares. Aprovechad ahora, buena gente; ya llegarán las curvas.
El caso es que, por espacio de 16 píldoras con forma de canciones, los muchachos grancanarios —hechiceros guanches del optimismo pletórico y las historias de amor con final feliz— se encargaron de que en But solo hubiera espacio para la felicidad y ese seseo insular tan irresistible. Porque Efecto Pasillo conjugan como pocos el reggae, la sabrosura latina, la estupenda batucada de Debajo del risco (concebida en la islita de La Graciosa, a la sombra de Lanzarote) y el pop-rock eufórico, de ese que se abre con estribillo y remata en modulación ascendente (Si te vienes a bailar).
Los Pasillo llevan desde el comienzo de la década practicando esa fórmula mestiza y la han refrendado ahora con un nuevo álbum, Barrio las Banderas, que en solo dos meses sus fieles ya se han aprendido de pe a pa, a juzgar por el fervor y volumen del tarareo. Los canarios se antojan tan alegres que a su lado hasta Juanes parecería un chico melancólico. Y eso, en el crudo otoño, siempre engrosa los estímulos positivos.