ROCK / Leiva

Metralleta de estribillos

El flaco madrileño no evoluciona un ápice, pero arrasa ante 15.000 fieles en el último concierto del año

Leiva, en el recital de anoche del Barclaycard Center.Ballesteros (EFE)

Acontece con Leiva una plácida y acomodaticia sensación de déjà vu. Asoma José Miguel Conejo por el escenario del Palacio de los Deportes y el divertimento no concede margen al sobresalto: todo se desarrolla, básicamente, como el año anterior o como el anterior al anterior. Los estribillos se suceden y entran solos; los chavales (y no digamos ya las chavales) corean cada estrofa, aunque sean de alumbramiento reciente, y en el graderío no hay manera de divisar un triste asiento vacío. Incluso aunque nos encontremos a 30 de diciembre, con las mentes hipotecadas por los rigurosos comprom...

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Acontece con Leiva una plácida y acomodaticia sensación de déjà vu. Asoma José Miguel Conejo por el escenario del Palacio de los Deportes y el divertimento no concede margen al sobresalto: todo se desarrolla, básicamente, como el año anterior o como el anterior al anterior. Los estribillos se suceden y entran solos; los chavales (y no digamos ya las chavales) corean cada estrofa, aunque sean de alumbramiento reciente, y en el graderío no hay manera de divisar un triste asiento vacío. Incluso aunque nos encontremos a 30 de diciembre, con las mentes hipotecadas por los rigurosos compromisos familiares: el de Alameda de Osuna cerró el año madrileño de conciertos con un llenazo maravilloso de 15.000 gargantas (o, aún mejor, 30.000 brazos) en efervescencia.

Leiva ha aprendido a parecerse a sí mismo como las portadas de sus discos en solitario entre sí. Es un compositor canónico, uno de esos tipos a los que se les ve venir a kilómetros de distancia. Allá cuando la disolución de Pereza, parecía que se iba a volver más sofisticado y sibarita, con apego por los arreglos de metales y un ligero tono más confesional. Pero no. Nuestro personaje ha preferido consolidarse como una metralleta de estribillos, y ese fue el sello que dejó en el pabellón de Goya. Funciona muy bien. A cambio, conmueve más bien poco. Quizá no sea necesario pedir siempre más.

Falta por evaluar el hechizo del personaje, más allá del guitarrista, cantante y compositor. Conejo anda ya por los 36 años, pero no ha dejado de consolidar su perfil de crápula tierno, de vagabundo con sombrero: un chico alto, desgarbado, escuálido y, a lo que se ve, hasta sexy. Hasta en el porte le sonríe la fortuna, aderezada por la necesaria dosis de zalamería para con el pabellón. “Este es el show más importante en lo que llevamos de vida”, proclamó ante los fieles justo antes de propiciar un momento de intensa hermandad con Monstruos, el tema que sirve como título para su tercera entrega solista.

No sabemos si la ocasión merecía tan solemne proclama, aunque sí anotamos algunos momentos bien dulces: la deriva de Como lo tienes tú a Hey, Jude, la recién labrada alianza entre Medicina y el clásico Estrella polar, o el subidón notable (pero no superlativo) de Sincericidio, primer sencillo, primer bis y hit evidente. Pero queda la sensación de que con Leiva y Rubén ha sucedido algo parecido -salvando unos pocos años luz de distancia- a la casuística entre Lennon y McCartney. La rivalidad y la camaradería, durante el tiempo compartido, les hacía más ocurrentes a los dos. Ahora Pozo ha caído en un relativo limbo mientras su antiguo discípulo triunfa, arrolladoramente, con un rock de cartabón y escuadra. Tanto como para que su mayor éxito del viernes fuera suplicar en la página final, Lady Madrid, que la gente se olvidara de los móviles y la petición resultase razonablemente cumplida.

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