Rock / The Waterboys

MIke, el incorruptible

La banda escocesa deja una sensación de vigencia y durabilidad en su mejor visita de los últimos años

El mundo y nuestros cuerpos se van ajando, pero el paso del tiempo no parece incumbirle a Mike Scott. Congelado en su eterna estampa de geniecillo desharrapado, fiel al sombrero y la melena revuelta, el único integrante sustantivo de The Waterboys conserva intacta esa furibunda voz rasposa y, sobre todo, la habilidad para engarzar estribillos de los que se secundan con el puño en alto. Si lo suyo es 'Modern blues', como reza el disco que entregó a principios de año, aclaremos que tal género implica violines celtoides y guitarras cantarinas. Y las dos piezas inaugurales, 'Destinies entwined' y ...

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El mundo y nuestros cuerpos se van ajando, pero el paso del tiempo no parece incumbirle a Mike Scott. Congelado en su eterna estampa de geniecillo desharrapado, fiel al sombrero y la melena revuelta, el único integrante sustantivo de The Waterboys conserva intacta esa furibunda voz rasposa y, sobre todo, la habilidad para engarzar estribillos de los que se secundan con el puño en alto. Si lo suyo es 'Modern blues', como reza el disco que entregó a principios de año, aclaremos que tal género implica violines celtoides y guitarras cantarinas. Y las dos piezas inaugurales, 'Destinies entwined' y 'Still a freak', se encargaron de corroborarlo como sacudidas fulminantes.

Conste que Scott dispone a estas alturas de un amplísimo fondo de armario, agrandado por discos de descartes casi tan buenos como los originales, pero el escocés confía en su parroquia y dispara con munición reciente. La brutal 'We Will Not Be Lovers', lo mejor del arranque, se remonta a su magno 'Fisherman's Blues' (1988) y remite al Dylan incandescente de la gira Rolling Thunder. Pero es que un estreno tan flamante como 'Nearest Thing To Hip' parece un momentazo de 'The Last Waltz'. 'I can see Elvis' es un fabuloso homenaje a los caídos. Y solo 'Rosalind', con su aire de canción de encargo para Bon Jovi, sonó como el fruto de un día tonto.

Brother Paul, con su aire de científico loco, anima el cotarro tras el órgano, mientras que Steve Wickham ejerce de institución pagana con sus violines gamberros. Pero la travesura es una opción permanente con el escocés, capaz de intercalar una lectura de 'Roll Over Beethoven' entre sus no menos musculosos originales ('Medicine Bow'). La visita, ante un millar largo de espectadores, superó con creces las dos anteriores y dejó la sensación de que Mike es un rockero no ya duradero, sino incorruptible. Lo atestiguan los diez minutos sin respiro de 'Long Strange Golden Road' . La versión temperamental de 'Purple Rain'. Las casi dos horas fugaces. Y todo lo demás.

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