Cerveza, esvásticas y pensadores

La presencia alemana en Madrid creció con la influencia del paleontólogo Hugo Obermaier, el geólogo Gottlob Werner y el filósofo Karl Krause

Madrid -
Visita de Heinrich Himmler a Madrid en 1940.

La presencia alemana en Madrid permaneció encuadrada durante años por el refrán “españoles y germanos, primos hermanos”. Con tal lema se pretendía, al parecer, no tanto subrayar los lazos solidarios entre ambos pueblos, que los hubo, cuanto contrarrestar las influencias francesas e inglesas sobre la sociedad y la vida madrileñas, concurrentes las tres sobre la arena local. La percepción popular madrileña atribuía generalmente a los alemanes las características de seriedad, adustez y laboriosidad.

La relación real entre madrileños y alemanes ha sido en verdad intermitente, desde que una ...

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La presencia alemana en Madrid permaneció encuadrada durante años por el refrán “españoles y germanos, primos hermanos”. Con tal lema se pretendía, al parecer, no tanto subrayar los lazos solidarios entre ambos pueblos, que los hubo, cuanto contrarrestar las influencias francesas e inglesas sobre la sociedad y la vida madrileñas, concurrentes las tres sobre la arena local. La percepción popular madrileña atribuía generalmente a los alemanes las características de seriedad, adustez y laboriosidad.

Mercedes Benz regalado por Hitler.

La relación real entre madrileños y alemanes ha sido en verdad intermitente, desde que una reina germana, Mariana de Neoburgo, nacida en un palacio de Düsseldorf, desposara con el desdichado monarca Carlos II en 1689. Aquejado de múltiples deficiencias físicas, siendo niño el rey sufriría la afrenta de verse obligado a ingerir crucifijos de madera, ya que la superstición dominante en la Corte de Madrid propalaba la especie según la cual, su afición infantil por el chocolate había desencadenado sus graves males tras ingerir un dulce contaminado por un conjuro. Por ello sería apodado El Hechizado.

Mariana de Neoburgo hubo de pechar con tales abrojos y, parapetada en cierta altanería propia, se granjeó la enemiga de la Corte, que previamente ella había inundado de consejeros y allegados germanos o austríacos, como el antipático reverendo Everardo Nethard, jesuita y valido suyo. El hecho de ser pelirroja la reina en tiempo de tanta superstición no le ayudó en nada, como tampoco la infertilidad de su esposo, que murió sin descendencia, hecho que desencadenó una guerra dinástica por la sucesión transformada en contienda civil. Con ello terminó buena parte de la inicial influencia directa de los alemanes en Madrid, iniciada en tiempos de Carlos I de España y V de Alemania, rodeado de consejeros teutones, flamencos y borgoñones. No obstante, Mariana quedó inmortalizada en piedra, al llevar su nombre la puerta del parque del Retiro que hoy da acceso al Parterre, considerada la más bella de la veintena de ellas que rigen sus accesos.

Interior de la iglesia San Antonio de los Alemanes.

De la misma época data el templo de San Antonio de los Alemanes, dedicada al santo portugués San Antonio de Padua, enclavado en el corazón de Madrid, que evoca la influencia de aquella corte de consejeros que Mariana de Neoburgo trajo consigo. Es una de las joyas barrocas de la ciudad, con su singularísima planta elíptica, completamente decorados sus paramentos y bóveda con pinturas al fresco de Juan Carreño de Miranda, Francisco de Rizzi y el infatigable Lucas Jordán. A este templo quedó asociado un hospital concebido como refugio de mendigos, quizá la primera organización no gubernamental de la historia y, con certeza, pionera de las madrileñas con la que existe aún junto a la plaza de Benavente. Un siglo después, en 1773, un geólogo alemán, Abraham Gottlob Werner, de viaje por la región, descubrió en la sierra Norte madrileña, concretamente en la zona de Montejo de la Sierra, un mineral nuevo, refulgente y raro, al que bautizaría con el nombre de andalucita, ya que pensaba que Madrid era parte de Andalucía. Otro científico alemán, Wilhelm Herschell, posteriormente britanizado, daría forma y nombre al telescopio que Carlos IV mandó emplazar en el Observatorio Astronómico del parque del Retiro, construido por Juan de Villanueva y destruido durante la francesada. En 2002 fue recreado por una firma establecida en Bermeo y reemplazado en su lugar originario dentro de un módulo diseñado por el arquitecto Antonio Fernández Alba. Es visitable.

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Ya en el siglo XIX, un arqueólogo alemán, Hugo Obermaier, quedó prendado de la riqueza paleontológica de las riberas del Manzanares y realizó excavaciones de extraordinario alcance junto a su amigo Casiano del Prado. Obermaier dejó su impronta en la arqueología madrileña, que cuenta con un prestigioso Instituto Arqueológico en la calle de Serrano.

La principal influencia alemana sobre Madrid ha sido pues de tipo intelectual: amén del ocasional ascendiente filosófico de gigantes como Hegel, Marx o Nietzsche sobre algún que otro literato o académico, como Miguel de Unamuno o Antonio Machado, sería el librepensador alemán Karl Christian Krause (1749-1831) quien de manera más determinante influiría sobre la educación y la concepción del mundo de las élites y de la burguesía madrileñas, a través de la Institución Libre de Enseñanza; más particularmente sobre la figura de Julián Sanz del Río, Francisco Giner y Gumersindo Azcárate, así como sobre José Ortega y Gasset, formado como Sanz del Río en Alemania. Albert Einstein sería invitado a conferenciar en la Residencia de Estudiantes, heredera de la Institución. También en Alemania se formó una generación entera de médicos madrileños, señaladamente pediatras, y en El Escorial, El Espinar y La Granja, promociones enteras de ingenieros forestales instruidos por el ingeniero germano Moritz Wilkomm. A finales del siglo XIX, un nutrido elenco de electricistas, cerveceros, ascensoristas y técnicos en general, procedentes de Alemania, se establecen en Madrid y vertebran, con franceses y suizos, el incipiente tejido industrial capitalino. Alguno de los primeros tranvías madrileños era de la marca Siemens.

En el plano más lúdico de la presencia germana en Madrid, la plaza de Santa Ana alberga una de las principales cervecerías teutonas de la ciudad. Otras cervecerías estuvieron en la mismísima plaza de Cibeles y dos más, a un suspiro de distancia, sobre la calle de Alcalá, frente a Nuestra Señora de las Comunicaciones, como los madrileños apodaron al edificio del palacio de Correos, hoy sede del Ayuntamiento. En los sótanos del antiguo Café de Lyon, hoy sede de un pub irlandés y de un VIPS, existió en los años veinte y treinta del siglo XX un círculo de simpatizantes del nazismo. También los hubo allí en una tertulia llamada La Ballena Alegre. Sus paredes estaban decoradas con divertidas y pesqueras pinturas murales, que languidecían hace años detrás de montañas de cajas de cerveza. No lejos de este enclave, sobre la calle de Alfonso XII, uno de los históricos y elitistas restaurantes alemanes de Madrid, Horcher, de dueño con casa matriz en Berlín, aquí especializado en rabo de toro, fue visitado en octubre de 1940 por el jefe de las SS hitlerianas, el temible Heinrich Himmler. Gambrinus y Edelweiss eran otros restaurantes alemanes más populares, templos del codillo y el chucrut.

En el mismo barrio, ya cerca de la iglesia de San Jerónimo el Real, el cornisamiento de una casa de viviendas de la calle de Moreto esquina a la de Alberto Bosch muestra una enorme y sorprendente cenefa de esvásticas en ladrillo, caprichosa secuencia ornamental al parecer desprovista de intencionalidad ideológica, por ser su construcción anterior al ascenso del nazismo. Por cierto, una de sus víctimas alemanas, alto funcionario del III Reich, el almirante Wilhelm Canaris (1888-1945), que hablaba el español perfectamente, estuvo en Madrid, bajo cobertura de la misión diplomática germana, poco antes de la Segunda Guerra Mundial, a cuyo término, Canaris sería fusilado por conspirar contra Hitler. Su viuda se refugió en Madrid. En las Navidades de 1943, el tirano canciller del III Reich regaló a Franco una decena de carpas, muy apreciadas como manjar culinario en Baviera. Venían envueltas en una sarga humedecida trasladada a Madrid desde Munich en avión. Por tratarse de un regalo de Estado, la diplomacia española se vio en un aprieto y días después decidió echar los peces en una piscina de un departamento del ministerio de Agricultura situado en las inmediaciones de la Ciudad Universitaria.

Las carpas se reprodujeron tan velozmente que muy pronto abarrotaron el gran estanque donde fueron depositadas. Su crecimiento fue tan enorme que miles de ellas fueron esparcidas por los ríos de la provincia madrileña. El presente diplomático fue un engorro. No así un fastuoso modelo de Mercedes Benz, regalo de Hitler a Franco, que se exhibe con otros muchos automóviles lujosos del dictador Francisco Franco en un cuartel de la Sala Histórica de la Guardia Real, en El Pardo, cerrada durante julio y agosto pero visitable los miércoles previa cita.

La Embajada de Alemania estuvo durante décadas en una enorme manzana que abarcaba desde el arranque de la calle de Goya, por la de Serrano, hasta la de Ayala. El primer tramo de Hermosilla comenzaba a partir de Serrano, no como hoy, desde el paseo de la Castellana, pues este segmento de calle quedaba dentro del recinto diplomático. Precisamente, en el primer trecho de la acera izquierda del paseo se halla desde entonces la iglesia luterana alemana, una joya arquitectónica con elementos decorativos neorrománicos y neogóticos.

No lejos se encuentra la actual Embajada, a cuya vera el instituto Goethe, donde impartió señeras conferencias el filósofo Jürgen Habermas, imparte concurridos cursos de alemán e interesantes ciclos de debates, exposiciones y conciertos del máximo nivel. Es el emblema cultural alemán en Madrid.

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