La casa en el circo (o al revés)

La familia Rasposo convierte su vida a bordo de caravanas de feriantes en su espectáculo ‘Le chant du dindon’ cuenta en el Circo Price la historia de esta familia de espíritu nómada

Fanny, Joseph y una de sus hijas, Marie Mollins, en la caravana en la que vive el matrimonio el pasado miércoles en el Circo Price.Luis Sevillano

Están escondidos detrás de la carpa, pero esos carromatos lo cuentan todo. Esas caravanas redondeadas con maderas nobles aparcadas en la parte trasera del Circo Price guardan las historias, los secretos y las intimidades de la familia Rasposo. Tienen el mismo aspecto que aquella vieja y misteriosa carreta de la serie Carnivàle (HBO), que recreaba la vida de unos feriantes durante la Gran Depresión americana. Pero aquí no hay ni enanos, ni siamesas, ni mujeres barbudas. Sino una familia de tres generaciones cuyos últimos miembros son unos rubísimos gemelos de dos años que también hacen...

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Están escondidos detrás de la carpa, pero esos carromatos lo cuentan todo. Esas caravanas redondeadas con maderas nobles aparcadas en la parte trasera del Circo Price guardan las historias, los secretos y las intimidades de la familia Rasposo. Tienen el mismo aspecto que aquella vieja y misteriosa carreta de la serie Carnivàle (HBO), que recreaba la vida de unos feriantes durante la Gran Depresión americana. Pero aquí no hay ni enanos, ni siamesas, ni mujeres barbudas. Sino una familia de tres generaciones cuyos últimos miembros son unos rubísimos gemelos de dos años que también hacen ya sus pinitos en el espectáculo Le chant du dindon, que la compañía francesa representa hasta el próximo 21 de octubre en el circo estable de Madrid.

 En esas fotos diminutas que cuelgan de las paredes del carromato están los mejores años de juventud de Fanny y Joseph Molliens, los patriarcas de esta familia de titiriteros nómadas. De cuando se conocieron en aquel teatro de París donde actuaban junto a María Casares. De algunas de esas plazas de pueblos franceses en las que aterrizaron a finales de los años ochenta con su propuesta de teatro de calle: “Queríamos llevar la calidad del teatro a las plazas”, cuenta Fanny. De cuando nacieron Marie, Vincent y Hélene y aprovechaban los fines de semana y los veranos para salir de su pueblo, Chalon sur Saone (al sur de Lion), con la rulot y actuar allá donde iban. De las primeras participaciones de sus vástagos —también rubísimos— hasta que, acabados los estudios, optaron por inscribirse en la afamad escuela de circo Fratellini de París. Y ahí es cuando viene el salto mortal.

Los Rasposo se entregaron al circo por sus hijos. Cambiaron el teatro, el de calle y el de los escenarios, por la carpa. Y la vida en aquella casita con jardín del pueblo y los viajes de vacaciones, por el mundo itinerante de los carromatos. Y los Mollins conocieron de primera y de segunda mano como vivían zíngaros y gitanos y ampliaron horizontes y cruzaron las fronteras francesas. Y estudiaron la historia del circo y se apasionaron hasta el punto de encargar esos hogares de madera con forma de caravana al mejor y más experto de los ebanistas. Y, tanto empeño y devoción, les dio la identidad y la fama con la que trabajan hoy por toda Europa y con la que llegaron hace más de veinte días a la capital de España.

Desde los visillos de encaje blancos, hasta las flores secas que adornan las ventanas, pasando por el cobertor rojo y aterciopelado de la cama o por las luces que la coronan... No les falta ni un detalle: “Este es nuestro espacio más íntimo, donde nos resguardamos de todo y, por eso, tiene que ser confortable”, cuenta Fanny.

Y, todo eso es Le chant du dindon, su vida, la cotidianidad de una familia de circo (perros incluidos) que vive casi de la misma manera dentro y fuera de la carpa. Todo un universo de metacirco abierto a la curiosidad del público.

La identificación entre sus vidas y su oficio llega al extremo de que, cuando regresan a Chalon sur Saone aparcan la caravana en una lateral de la casa y mantienen su vida en ella salvo “cuando recibimos a gente”, dice Joseph. Después despliegan la carpa en el jardín y ensayan allí todos los días hasta que nace un nuevo espectáculo. Entonces abren las puertas de su casa, que son las de su circo, y lo exhiben ante sus vecinos, lo prueban y, si funciona, comienza el próximo viaje.

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