OPINIÓN

Contaminación acústica

Quizá la palabra crisis solo sirva para definir la alarmante carencia de escrúpulos del sistema

En Madrid los hosteleros sólo temen dos cosas: que el cielo caiga sobre sus cabezas y que declaren la calle en donde tienen el establecimiento como parte de una ZPAE. ¿Que qué rayos es eso? No, no es un contubernio entre Zapatero, Ana (Botella) y Esperanza (Aguirre) ni tiene nada que ver con Zipi y Zape. Es una Zona de Protección Acústica Especial (alguien debería presentarnos a los técnicos que deciden los nombres y las siglas de las cosas.) Se trata de que los parroquianos no monten bulla a las tantas en plena calle y dejen dormir a los vecinos. Cabe preguntarse si existe también la Zona de ...

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En Madrid los hosteleros sólo temen dos cosas: que el cielo caiga sobre sus cabezas y que declaren la calle en donde tienen el establecimiento como parte de una ZPAE. ¿Que qué rayos es eso? No, no es un contubernio entre Zapatero, Ana (Botella) y Esperanza (Aguirre) ni tiene nada que ver con Zipi y Zape. Es una Zona de Protección Acústica Especial (alguien debería presentarnos a los técnicos que deciden los nombres y las siglas de las cosas.) Se trata de que los parroquianos no monten bulla a las tantas en plena calle y dejen dormir a los vecinos. Cabe preguntarse si existe también la Zona de Protección Acústica Vulgar y Corriente (ZPAVC). Si así fuese, Galicia tendría todas las papeletas para estar incluida en ella.

El Estado y sus administraciones tienen varios monopolios: el de la violencia, el de la recaudación de impuestos y, ahora, el del control sobre el sonido y la furia. Se llama contaminación acústica y nadie que no viva en Plutón se libra de ella. (Recuerden al respecto la frase publicitaria del primer Alien de Ridley Scott: “En el espacio nadie puede oír tus gritos". A cambio, los astronautas se libran del estruendo de una moto a escape libre pasando por delante de su astronave.)

El sonido, tal y como los humanos lo conocemos, sólo se propaga en el aire. Los gallegos lo captamos en un rango de frecuencias que va de los 20 a los 20.000 herzios. Nuestros políticos lo saben y cuando quieren que nos enteremos de algo no se salen de ese margen; pero cuando quieren compartir sus secretitos a la oreja utilizan ultrasonidos como los de los silbatos para perros. La furia viene precisamente por eso: ya no sabemos qué es lo que maquinan, si es que maquinan algo que no sea la maquinación para alterar el precio de las cosas. Esto incluye lo que comentaba Antón Losada el otro día en estas páginas: ¿por qué gastar dinero en unas elecciones? Al fin y al cabo, el argumento para justificar todo es que, esté quien esté, las cosas no solo no van a seguir igual, sino que van a ir a peor inexorablemente: una entropía hiperacelerada. Sin elecciones, pues, nos ahorraríamos también el impacto acústico medioambiental de los altavoces motorizados que circulan por nuestros pueblos y ciudades lanzando mensajes que nadie (pero nadie, nadie, ¿eh?) ha escuchado jamás.

No recuerdo si era Mafalda o su amigo Felipe quien decía que lo malo de salir a la calle con las orejas puestas es que uno se expone a oír cualquier barbaridad. Conscientes del sufrimiento que ello supone para la población, políticos gallegos como Rajoy o Feijóo prefieren no decir nada y así se ahorran la saliva, que estamos en época de recortes. Como vivimos en una ZPAE global, nos vamos a tener que comprar una trompetilla para captar sus intenciones o una antena que analice la radiación de fondo del Big Bang que nos espera. Porque los últimos que metieron ruido de verdad fueron George W. Bush a propósito del Eje del Mal y Sarkozy con aquello de acabar con los paraísos fiscales. Lo primero sigue valiendo sin nombrarse; lo segundo acabó en agua de borrajas, como era de prever.

Quizá la palabra crisis solo sirva para definir la alarmante carencia de escrúpulos (y, en algún caso, hasta de neuronas) de nuestros políticos y nuestro sistema. Los irlandeses fueron neutrales durante la Segunda Guerra Mundial y llamaron al conflicto La Emergencia. Un eufemismo, claro está, pero de eufemismos y silencios vivimos también ahora. Deberíamos recuperar la definición y así poder distinguir que el ruido está en Alepo y el silencio en Rajoy, por citar solo un sitio y una persona.

Galicia está en pé de festa y el estruendo de las verbenas y los fuegos artificiales se convierte en una polémica recurrente. ¿Qué molesta más, la París de Noia una vez al año o el coche con el bacalao a todo volumen y las ventanillas bajadas cada dos por tres? ¿Y qué da más miedo, el dictador vociferante o el político electo que nos susurra una barbaridad a la oreja? Si alguien quiere de verdad protegernos de agresiones acústicas que nos libre de los últimos tres casos citados y nos deje la fiesta en paz. Es lo único democrático que tenemos.

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@JulianSiniestro

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