Grabaciones del ritmo de cardiopatías en el festival de jazz Imaxina Sons de Vigo

Con afán didáctico y gracias a sus posibilidades económicas, el cardiólogo vasco Miguel Iriarte editó una colección de discos de pizarra que contienen las grabaciones de los ritmos cardíacos de algunos de sus pacientes. En los años 40, el doctor empleó los registros para dar a conocer a sus alumnos los sonidos de las diferentes cardiopatías. Un original de aquel llamado Método cardiofónico con unos 30 ejemplos de corazones dolientes cayó en manos del músico Germán Díaz (Valladolid, 1978). Fue un regalo de su padre, cardiólogo, para un compositor inquieto que desentierra tesoros musicales en lo...

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Con afán didáctico y gracias a sus posibilidades económicas, el cardiólogo vasco Miguel Iriarte editó una colección de discos de pizarra que contienen las grabaciones de los ritmos cardíacos de algunos de sus pacientes. En los años 40, el doctor empleó los registros para dar a conocer a sus alumnos los sonidos de las diferentes cardiopatías. Un original de aquel llamado Método cardiofónico con unos 30 ejemplos de corazones dolientes cayó en manos del músico Germán Díaz (Valladolid, 1978). Fue un regalo de su padre, cardiólogo, para un compositor inquieto que desentierra tesoros musicales en los lugares más insospechados.

El caso es que a Díaz ese material le pareció sugerente al primer impacto, “de una intuición poética fascinante”, relata. “Son corazones enfermos, está claro, pero no me interesa tanto la dolencia como el sonido propio del corazón”. Seleccionó algunas secuencias y se dispuso a manipularlas y a trabajar sobre ellas para convertirlas en la base de temas musicales interpretados con la zanfona, el instrumento con el que es más frecuente encontrarle, pero también con una riqueza de tonalidades que aportan otros mecanismos de manivela muy presentes en sus experimentos, como la caja de música, el órgano de barbaria, la rolmónica cromática y el playasax, que leen los cartones perforados en los que el músico, sobrino del etnógrafo Joaquín Díaz, registró sus melodías. “Parece complicado pero es muy fácil”, explica con gracia. “Una vez se me acercó un médico y me dijo que era imposible que un corazón sonase de aquella manera y acabé contándole cómo, en algunos casos, había alterado los compases para adaptarlos a lo que yo quería conseguir”.

Muchos son temas originales y otros son versiones, de su admirado Valentin Clastrier, de Paolo Conte, de su compañero de trabajo habitual, el guitarrista Antonio Bravo, y hasta una canción sefardí. La minuciosa suma de latidos de fondo, lanzados desde un gramófono con motor manejado a pedales, loops grabados en directo, improvisación y sonidos añejos, ofrece un resultado inimaginado, una mezcla inesperada y sorprendente que Díaz despliega en conciertos en solitario, como el que esta tarde (20.30 horas, salón de actos del Museo de Arte Contemporánea, Marco, 3 euros), y con el título acuñado por Iriarte en el siglo XX, le trae de regreso al festival de jazz Imaxina Sons de Vigo, en el que ya ha tomado parte con alguna de sus múltiples personalidades musicales, distintas pero siempre con el mismo afán de rescatar joyas del pasado y darles sentido en el mundo contemporáneo.

Sus otras vidas profesionales llegan a la edición de discos, desde el sello Producciones Efímeras, en el que ha publicado el grupo Marful, e incluso abarcan aficiones tan dispares como las pipas (una de sus imágenes más características cuando no está sobre un escenario es la de fumador) y una granja en Cospeito, en la que los capones se crían escuchando a Mahler, Sclavis y María Dolores Pradera.

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