El lento declinar de las paradas de furgonetas-taxi

Solo quedan 20 puntos en la capital, menos de un tercio que hace 15 años

El transportista Rafael Jódar, junto a la plaza de Las Ventas. CARLOS ROSILLO

“Aquí, esperando, pasa el día, la semana a veces, y no viene nadie. Es duro”. Rafael Jódar es uno de los transportistas que utilizan los aparcamientos reservados para vehículos de transporte de mercancías en Madrid. Funcionan como las paradas de taxi, pero, en lugar de coches, esperan la llegada de clientes furgonetas y camiones de mudanzas. La competencia de nuevos negocios y porteadores ilegales, junto con la crisis, está provocando su desaparición. En Madrid se ha pasado de las aproximadamente 70 paradas que había hace 15 años a no sumar más de 20, según datos del Ayuntamiento, y muchas de ...

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“Aquí, esperando, pasa el día, la semana a veces, y no viene nadie. Es duro”. Rafael Jódar es uno de los transportistas que utilizan los aparcamientos reservados para vehículos de transporte de mercancías en Madrid. Funcionan como las paradas de taxi, pero, en lugar de coches, esperan la llegada de clientes furgonetas y camiones de mudanzas. La competencia de nuevos negocios y porteadores ilegales, junto con la crisis, está provocando su desaparición. En Madrid se ha pasado de las aproximadamente 70 paradas que había hace 15 años a no sumar más de 20, según datos del Ayuntamiento, y muchas de ellas están cayendo en desuso.

Según la Asociación de Transportistas Autónomos (ATA), que aglutina a 2.000 trabajadores del sector y es la más representativa en la Comunidad, solo cinco de estos puntos de espera siguen teniendo actividad. “Están en Ventas, Cuatro Caminos, Ciudad Lineal, Embajadores y Bilbao”, comenta el presidente de ATA, Basilio Hidalgo. Él mismo usaba las paradas hace unos años. Ahora tiene una empresa de paquetería. En los años noventa, recuerda, había unas 70 paradas en las que el movimiento era constante: había mucha demanda. “Ahora quedan pocas y en ellas se ve a los vehículos parados muchas horas”, admite.

Un ejemplo de esta situación es la furgoneta de Rafael Jódar, un transportista de 58 años que lleva unos 30 en el negocio, pero que está buscando trabajo “de lo que sea”. “En una portería, barriendo… Ahora mismo, si me sale algo, me voy donde sea”, explica desde su camioneta en la parada de Ventas. Tiene también un camión que compró en 2006 por 60.000 euros y que aún no ha amortizado. “Está en un garaje, nuevecito, es una pena”, lamenta antes de evocar la emoción que siente, “como un niño pequeño”, las pocas veces que lo arranca últimamente. Jódar solía combinar trabajos más grandes para clientes fijos con las mudanzas-taxi en sus ratos o días libres. “Pero las empresas con que trabajaba ya no me llaman, así que suelo venir aquí, a ver qué sale”.

Y sale poco. Aparte de la caída de la demanda por la crisis, las paradas de mudanzas están perdiendo terreno a favor del teléfono, Internet o las empresas de alquiler de furgonetas. Los transportistas sufren, además, la competencia de porteadores sin permisos, que publicitan sus números por la calle o acuden a las puertas de grandes superficies en busca de clientes. También están en las paradas de transporte de mercancías. “No pagan los permisos, ni Hacienda, ni nada, y nos revientan los precios”, denuncia Jódar.

Ante este panorama, los propios transportistas son conscientes de la proximidad de la extinción de las mudanzas-taxi. Jódar lo comenta con un compañero, que está a punto de jubilarse, “porque aquí no se puede soportar los gastos”. Él cuenta los seis años que le quedan —en marzo cumple los 59— y teme por el progresivo adelgazamiento del colchón de ahorros del que ahora va “tirando”. Solo entre el mantenimiento de los vehículos y la cuota de autónomo calcula unos 1.000 euros de gastos mensuales. Por la última mudanza que hizo, “una pequeñita”, cobró 100 euros. “Y encima cuando ya iba cargado me dijeron que era muy caro y que qué pasaría si no me pagaban”, comenta.

Por eso, ya está buscando trabajo entre sus contactos. “Si te enteras de algo…”, sugiere medio en broma, medio por si acaso. Su mujer, que trabajaba en una tienda de ropa, está en el paro y, superados los 50, no tiene muchas esperanzas de entrar de nuevo en el mercado laboral. Jódar celebra que su hijo de 26 años, que en su día se planteó seguir sus pasos, se colocara como conductor en una empresa de reciclaje. Y sobre todo celebra la llegada de su nieto, cuya foto muestra orgulloso, asegurando que es lo que más le anima a seguir adelante, pese al desesperante “aquí, esperando”.

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