Antonio de la Torre no emociona en su regreso al teatro
El actor no llega a profundizar en su interpretación del delegado de la Cruz Roja que se tragó las mentiras de los nazis cuando visitó el campo de concentración de Terezín
Imaginemos la carga emocional que puede contener un encuentro como este: de un lado, el escritor italiano Primo Levi, superviviente del Holocausto que estuvo prisionero durante diez meses en el campo de exterminio de Monowice, satélite de Auschwitz; del otro lado, Maurice Rossel, ciudadano suizo que fue delegado de la Cruz Roja en Berlín durante la Segunda Guerra Mundial y que tras visitar los campos de Auschwitz en 1943 y Terezín en 1944 emitió un informe sobre este último en el que afirmaba que la vida de los judíos allí e...
Imaginemos la carga emocional que puede contener un encuentro como este: de un lado, el escritor italiano Primo Levi, superviviente del Holocausto que estuvo prisionero durante diez meses en el campo de exterminio de Monowice, satélite de Auschwitz; del otro lado, Maurice Rossel, ciudadano suizo que fue delegado de la Cruz Roja en Berlín durante la Segunda Guerra Mundial y que tras visitar los campos de Auschwitz en 1943 y Terezín en 1944 emitió un informe sobre este último en el que afirmaba que la vida de los judíos allí era “casi normal” y estaban “bien alimentados”. Eso fue lo que le hicieron creer los nazis, que habían estado semanas embelleciendo el campo y obligaron a los presos a participar de la farsa. Cierto es que Rossel no fue verdugo directo, simplemente se tragó las mentiras de los alemanes. La banalidad del mal, que decía Hannah Arendt. Pero quizá para Levi eso fuera más grave, pues toda su vida posterior a la deportación la dedicó a dar testimonio de los horrores que vio en libros como Si esto es un hombre. Por encima de todo, quería que el mundo fuera consciente del verdadero alcance del Holocausto. Así que encontrarse cara a cara con el hombre que tuvo la oportunidad de contar aquello mientras ocurría y que con su informe dio pábulo al negacionismo, aunque fuera de manera no deliberada, no sería un trago fácil.
El encuentro nunca ocurrió en realidad, pero lo imagina el guionista, director de cine y dramaturgo Felipe Vega en su obra Un hombre de paso, estrenada el 27 de enero en Sevilla y el pasado jueves en Madrid, con puesta en escena del también cineasta Manuel Martín Cuenca. Vega pone a Rossel y Levi frente a frente cuarenta años después, convocados por una periodista que se propone confrontar sus relatos. Rossel, interpretado por el actor Antonio de la Torre, en su regreso al teatro después de diez años; Levi, en la piel de Juan Carlos Villanueva, y María Morales en el papel de la periodista.
El punto de partida promete una sesión de teatro de alto calibre. Una función intensa intelectual y emocionalmente. Pero por mucho que en algunos momentos salte alguna chispa, el espectáculo no arde. No aporta más de lo que ya lo hizo la película documental Un vivant qui passe (Alguien vivo pasa), que muestra la grabación completa de la entrevista que el cineasta Claude Lanzmann le hizo al mismísimo Rossel en 1979 durante el rodaje de Shoah, su monumental filme sobre el Holocausto. El grueso de la obra de Vega es transcripción literal de esa conversación, en la que se intercala un breve cruce de palabras con Levi, que apenas participa en el diálogo y cuya principal intervención se sustenta en extractos de sus libros que Juan Carlos Villanueva, más que interpretar, recita de manera casi monótona al final del montaje a modo de epílogo. Es decir, el texto no propicia el conflicto dramático entre ambos. Y dado que no hay lugar para la confrontación, la presencia de Levi como testigo debería al menos servir para poner el foco sobre Rossel: sobre su conciencia. Para amplificar sobre el escenario el desasosiego que el Rossel verdadero transmitía en la cinta de Lanzmann cuando este le hacía las preguntas más duras. Eso es lo que se espera del teatro documental: no solo que cuente algo, sino también que emocione. ¿De verdad no vio nada? ¿De verdad se creyó la farsa? ¿De verdad no había oído ya entonces nada sobre lo que ocurría en los campos nazis? ¿Se arrepiente hoy de aquel informe? “No veo cómo hubiera podido hacer otro distinto. Hoy lo volvería a firmar. Es lo que vi”, respondió Rossel a Lanzmann con aparente firmeza. Pero ¿estaba tan tranquilo?
Esta es la pregunta a la que parece querer responder este espectáculo. Pero ni el texto de Vega ni la estática puesta en escena de Martín Cuenca ni la interpretación de Antonio de la Torre profundizan lo suficiente en el personaje para que llegue a mostrar los matices que pueden resultar de esa indagación. Además, su comportamiento a veces resulta extraño: cuarenta años después del Holocausto, parece todavía sorprendido cuando la periodista le cuenta lo que de verdad pasó en los campos, teniendo en cuenta además que se confiesa admirador de Levi. Pudo ser ingenuo cuando visitó Terezín, pero cuesta creer que siga siéndolo tanto tiempo después. Solo salta alguna chispa cuando María Morales, en su papel de periodista, lo acorrala con sus preguntas.
En su obra Himmelweg, estrenada en 2004 por el Centro Dramático Nacional, Juan Mayorga nos metió en la piel de los judíos que fueron obligados a montar la farsa para Rossel en Terezín. Nos habría gustado ver en este espectáculo no lo que este le respondió a Lanzmann en su entrevista, sino lo que sintió cuando lo decía.
Un hombre de paso
Texto: Felipe Vega. Dirección: Manuel Martín Cuenca. Reparto: Antonio de la Torre, Juan Carlos Villanueva y María Morales. Naves del Español en Matadero, Madrid: hasta el 20 de febrero. Próximas funciones en gira: Villareal, Elche, Murcia, Altea, Pamplona, Logroño, Gijón, Huelva, Córdoba, Córdoba, Almería, Alicante, San Sebastián.
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