ARTE

Residencias de artistas confinadas por la pandemia

El coronavirus ha frenado en seco uno de los fenómenos de los últimos años: el desarrollo de una red internacional de becas para que los creadores trabajen ‘in situ’

Mònica Mays en su taller, en Rupert, Lituania.CORTESÍA DE LA ARTISTA

El día antes de subir al avión, la artista Mónica Mays estaba haciendo la mochila —tres cambios de ropa, un cuaderno, una baraja de tarot, el libro Hongos al final del mundo: sobre la vida después de las ruinas capitalistas, de Anna Tsing, y el ordenador— para acudir a la residencia Rupert en Lituania, su siguiente “espacio de incubación”. Iba a elaborar piezas escultóricas con artesanos de antiguas fábricas soviéticas, ya anc...

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El día antes de subir al avión, la artista Mónica Mays estaba haciendo la mochila —tres cambios de ropa, un cuaderno, una baraja de tarot, el libro Hongos al final del mundo: sobre la vida después de las ruinas capitalistas, de Anna Tsing, y el ordenador— para acudir a la residencia Rupert en Lituania, su siguiente “espacio de incubación”. Iba a elaborar piezas escultóricas con artesanos de antiguas fábricas soviéticas, ya ancianos, pero garantes del conocimiento de la elaboración de objetos domésticos bisagra entre la modernidad (de antes) y el folclore local (de siempre). Tres días después, Mays y sus cosas, ya instaladas en su nuevo hogar temporal en Vilna, fueron arrolladas por la pandemia. No podía volar de vuelta, pero tampoco podía desarrollar su cometido por las restricciones. La colaboración con los trabajadores locales era imposible, al pertenecer a colectivo en situación de riesgo por su edad. Bibliotecas, archivos, museos y colecciones cerrados: “Solo recibí mensajes automatizados out of office”, dice una Mónica Mays que estaba locked in the office: “Estuve tres meses prácticamente sola en el edificio de la residencia, que se encontraba en medio de un bosque a varios kilómetros de la ciudad”. Le quedaba el paisaje. Y se convirtió en paisaje: “Mi estudio se llenó de caracoles, musgo, flores, anotaciones y dibujos hechos en mis solitarios paseos diarios”. Lejos de lamentarse, apreció el impulso: “De la manera en la que sucedió todo, me volví hacia métodos mucho más personales e introspectivos trabajando desde dentro hacia afuera para abordar los temas que buscaba trabajar desde fuera hacia dentro”.

El arte actual se había acostumbrado a la popularización del sistema artista en residencia, que ha fortalecido el trabajo colaborativo y procesual, el intercambio con otros agentes y disciplinas, la elaboración de piezas de pequeño formato, efímeras y no dirigidas al mercado, y la potenciación de la mirada del extranjero a lo autóctono. Hasta ahora. Miles de artistas de todo el mundo querían seguir con una rutina, la de realizar proyectos artísticos en residencia, que ha cambiado la manera de pensar y de hacer arte. Pero han visto cómo esa rutina ha sido la que ha mutado, y quizás, incluso, el propio modelo de residencia. Se han cancelado, alargado y suspendido muchas estadías, dejando a los creadores mirando al cielo desde la ventana de sus casas, o de sus residencias. Todos tuvieron que replantear su práctica artística y su calendario laboral.

Erik Harley, 'Ruta Pormishuevista de Barcelona: La Quimera Olímpica' (2020), dentro de BAR Project.FVA CARACOL

Es el caso de Will Fredo, que se quedó colgado en Bogotá en una residencia con la UNAL, y que decidió adaptarse y tirar de ingenio; fruto de su diálogo con una artista local, Lomaasbello, elaboró una performance en la que la realidad secuestra la ficción, haciendo referencias explícitas a la crisis sanitaria, con frases como “El mundo es una conspiración bajo el síndrome de Estocolmo”. Al costarricense Christian Salablanca la cuarentena le pilló entre medias de dos residencias, Flora en Colombia y Pivô en Brasil: “Estaba en un proyecto en la Sierra Nevada de Santa Marta, en Colombia, y de ahí iba a hacer la residencia en Brasil, como investigación y espacio de taller con un curador como tutor”, dice. En su caso, la imposibilidad de viajar no conllevó la cancelación de su estancia en Pivô, que pasó a ser “residencia en modelo remoto online”. Fernanda Brenner, su directora, defiende ese ajuste dimensional: “La versión remota de la residencia nos permitió expandir nuestras redes de trabajo y acoger a artistas de fuera de São Paulo que posiblemente no eran capaces de venir a la ciudad”.

También se ajustó Bar Project, en Barcelona. Tras cancelar todas sus visitas, se ha reconfigurado como “residencia a domicilio” para agentes locales: “Tanto artistas como curadores se comprometen a comunicar su trabajo, a través de nuestras redes sociales, articulando un par de actividades online y offline; pedimos a los artistas locales concebir la ciudad como taller abierto”, dice Verónica Valentini, una de sus fundadoras. Otra solución ha sido dilatar las estancias artísticas. Así lo hizo Sagrada Mercancía, en Chile, donde se quedó confinada la artista Ana Navas durante seis meses. El resultado es que está actualmente abierta al público en forma de exposición. ¿Cómo han podido sostener económicamente su alojamiento? Gracias a ayudas puntuales de fundaciones privadas. Sagrada Mercancía echa de menos un compromiso de lo público: “La institucionalidad cultural no sabe de las necesidades ni de las prioridades que, bajo un contexto de crisis sanitaria y social, han enfrentado este tipo de espacios”. Es el clamor de un modelo que es la tabla de salvación para muchos agentes artísticos, que este año han trabajado menos o no han podido trabajar.

Un ejemplo de récord mundial es Francisco Navarrete Sitja, que entre 2015 y 2020 ha realizado 24 residencias artísticas, y tenía cuatro confirmadas que han sido congeladas: “Me afectó en términos económicos, dejándome sin honorarios previamente contemplados para los próximos siete meses”, explica. En su opinión, esta crisis puede fomentar un equilibrio: “Tener un artista que investiga (muchas veces de manera extractiva), monta, ofrece talleres, charlas y exhibe su proceso es mucho más barato que financiar la creación y producción de una exposición. El modelo de las residencias para artistas debe cambiar, no tanto en la oferta, sino en su estructura y foco de turismo cultural. Asumiendo una responsabilidad ante la precarización de la práctica artística y favoreciendo lineamientos más conscientes y respetuosos con su contexto social, político y ambiental”.

Cómo el virus afecta a este modelo está por ver, tal y como explica María Virto, mánager de desarrollo de la residencia Rijksakademie de Ámsterdam: “No todo puede hacerse de forma digital. El efecto de la pandemia en el arte se verá en un tiempo. Creo que todavía estamos en medio de ese proceso”. El artista sigue esperando, mirando desde su ventana al mundo.

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