Pablo Semán: “Milei no es una réplica de un fenómeno global, es un caso extraordinario”
El antropólogo y sociólogo ha estudiado durante años el tema que tiene en vilo a Argentina: quiénes votan a una ultraderecha que amenaza con romper el sistema político
Especialista en culturas populares y religiones, el antropólogo y sociólogo Pablo Semán (Buenos Aires, 59 años) ha pasado los últimos años detrás de la pregunta que hoy, frente a las elecciones generales del 22 de octubre, se hace media Argentina: ¿Quién vota al ultra Javier Milei?
En las primarias de agosto ...
Especialista en culturas populares y religiones, el antropólogo y sociólogo Pablo Semán (Buenos Aires, 59 años) ha pasado los últimos años detrás de la pregunta que hoy, frente a las elecciones generales del 22 de octubre, se hace media Argentina: ¿Quién vota al ultra Javier Milei?
En las primarias de agosto lo votaron más de siete millones de personas, el 30% del padrón. Fue una sorpresa para el resto del arco político, pero Semán afirma que era un cambio que la sociedad cultivaba hace mucho tiempo. “Hoy se viven vidas neoliberales”, afirma en esta entrevista en su casa del sur de la ciudad de Buenos Aires. “Se ha naturalizado una vida sin garantías donde los medios de provisión de bienestar del Estado resultan poco creíbles”. En un país con 40% de pobres y con el empleo informal en ascenso, Semán describe una sociedad tan hastiada como esperanzada, que mira hacia un cambio de ciclo.
Pregunta. ¿Qué interpretó Javier Milei para ser tan popular?
Respuesta. Se puso al frente de una posibilidad. Sintonizó con una crítica social al Estado, que nace de una población que siente que recibe muy poco o que directamente solo es obstaculizada por él. Es un electorado que no necesariamente siente una preferencia por los bienes privados, pero que es muy crítica del tipo de bienes públicos que recibe o no recibe. El motivo de la libertad puede contener esa y otras significaciones, no es solamente rabia, hay una esperanza.
P. ¿Se subió a un malestar subyacente?
R. Milei identificó esa crítica social del Estado, y también otras. La crítica a la política como mediadora del Estado, la disconformidad con la economía y la crítica contra el funcionamiento de las instituciones sociales. Las identificó y las hizo converger en una propuesta para ordenar la sociedad por el mercado y una noción tradicional de la autoridad. Es un liberalismo autoritario, un paleolibertarismo como lo llamaba su inspirador Murray Rothbard. Una parte de sus votantes se identifica con eso, pero otra parte simplemente deja que él canalice sus sentimientos críticos. Una cosa es lo que hace o haga Milei y otra cosa son sus votantes, que son más heterogéneos.
P. La idea de quién es el votante de Milei ha ido mutando: de un círculo reducido de ultraliberales de la capital a un tercio del país con fuerza en las provincias. ¿Qué tienen en común?
R. No existe el votante de Milei. Pero si hay algo que comparten es una sensación de hastío con un país en el que todo funciona mal y quieren un cambio. Incluso diría que muchos de sus votantes tienen miedo del cambio radical al que aspiran. En muchos se libra una batalla interna entre la aspiración al cambio y el miedo a lo que entrañe ese cambio.
P. ¿Hay una fascinación infundada hacia ellos?
R. Me parece que muchos analistas vinculados a las culturas políticas hasta ahora prevalecientes tienden a analizar a los votantes de Milei con una vara muy distinta a la que utilizan para analizar a otros votantes. Yo estoy en contra de eso.
P. ¿Cuál sería esa vara?
R. Adjudicarles los peores motivos. Desde lo moralmente malo hasta la incapacidad intelectual o una disposición excesivamente emocional. Parece que cuando se vota al peronismo o a Cambiemos [la derecha tradicional], activando una veta emocional, está bien. Pero cuando pasa lo mismo con Milei está mal. Los sentimientos que les atribuyen son siempre negativos o implican que ese votante es intelectualmente inferior.
P. ¿El votante de Milei no llega a sus extremos?
R. Sus votantes, o una fracción mayoritaria, está muy descontentos con el Estado, la política, la economía y quieren un cambio. Ahora, no necesariamente tiene una identificación doctrinaria con lo que dice. Están más informados de lo que creen sus enemigos políticos y, en comparación, tal vez estén más informados de las propuestas de Milei que los votantes de otros partidos sobre las de sus candidatos. Hay una necesidad de pedagogizar al elector de Milei con ejemplos extremos, que no necesariamente funcionan.
P. O le juegan en contra a los demás políticos…
R. Totalmente. La idea de que al votante de Milei le falta información supone cierta condescendencia y supone que quienes militan contra Milei pueden no hacerse cargo de lo que les endilga el votante de Milei a ellos: que son “representantes de políticas fracasadas”. Quienes militan contra Milei parecen no tener mucho que defender, entonces militan en la necesidad de educar al votante del otro.
P. Muchos votantes hablan de “no tener nada que perder”, ¿es esa la sensación mayoritaria?
R. Creo que esa es una opinión muy fuerte entre los jóvenes, porque de cierta forma quienes tienen menos de 30 años han vivido al menos 10 años de crisis. Pero hay votantes que tienen otras edades y lo votan por esa sensación de que todo funciona mal y que es necesaria una intervención ordenadora.
P. ¿Hay alguna manera de que el resto de la política vuelva a hablarle a esa población?
R. Tanto el oficialismo como la oposición tradicional se hacen muchísimo esa pregunta, que no se puede responder sin decirse ellos mismos que es otro síntoma de lo que está pasando. Se preguntan con qué formas y con qué contenidos hablar con esos votantes, pero no registran el problema: no se trata de la forma o del contenido, sino que su lugar no es legítimo.
P. Cuesta creer que el peronismo, con su despliegue territorial, y la derecha tradicional, con sus grupos focales y su presencia provincial, no lo hayan visto venir…
R. Los sorprendió. Primero, porque hay un circuito de retroalimentación entre analistas observadores, cientistas políticos, periodistas, consultores y militantes, una sociedad política ampliada de la que yo también formo parte, que comparten un compromiso común en negar la realidad a datos negativos. Incluso en bandos opuestos, el círculo político comparte algunos supuestos y son refractarios a todo lo que se oponga a ellos. Hay un enclaustramiento de esa sociedad política ampliada, que ha prescindido de la deliberación y ha transformado a los partidos en empresas personales ágiles y verticales que tienen como objetivo asegurarse la supervivencia y la permanencia. No solo no se permiten deliberar, sino siquiera asumir datos negativos en la relación individualizada con un consultor que siempre tiene miedo de decir que “el rey está desnudo”.
P. ¿Qué venden estos políticos?
R. Están acostumbrados a usar con la sociedad el mismo lenguaje que usan entre ellos, un lenguaje que personaliza y privatiza los recursos públicos: “Yo tengo tal presupuesto”, “Yo te doy esto”, “Yo les conseguí esto”. Lo que los electores están escuchando ahí es una propuesta de dependencia, un “Yo te doy” que se contrapone a la misma idea de que eso que “se da” supuestamente era un derecho.
P. ¿Milei no actúa de manera similar?
R. Milei ha ingresado a ese circuito, pero interviene con un sentido contrario: mientras otros ofrecen una dependencia, él ofrece una liberación. Mucho del voto contra el actual estado de cosas busca liberarse del Estado y de los políticos que “te dan”. Hubo un cambio en la sociedad civil, donde la legitimidad de la competencia entre los sujetos, el ponerse en venta, está naturalizado desde hace mucho tiempo. Hoy se viven vidas neoliberales, donde está conjugada la autonomía y una visión positiva de la competencia salvaje. El Estado se contrapone a esto, pero resulta hueco, porque ofrece un welfare sin presupuesto. Sin poder proveer de bienestar, el Estado termina ratificando la convicción de la sociedad civil de que están condenados a la ley del más fuerte.
P. ¿Cómo han llegado tantos electores a preferir competir en ese mundo salvaje a decir “el Estado tiene problemas, pero podríamos reconstruirlo”?
R. Porque mucha gente tiene una experiencia muy negativa del Estado. Piensan que opera de manera espasmódica, aleatoria y muchas veces injusta. La pandemia, además, agudizó esa sensación. La percepción es que el Estado intentó promoverse como protector, pero actuó como un agente de daño. La foto de la fiesta en Olivos [la celebración del cumpleaños de la primera dama durante el confinamiento más estricto] convalidó las fantasías más escabrosas que tienen algunos ciudadanos sobre los políticos.
P. ¿Se podría haber evitado todo esto sin la pandemia?
R. Supongamos que era inevitable que llegase una expresión política de este tipo, porque las transformaciones sociales de mayor magnitud tendían en esa dirección. Lo que era evitable es que lo hiciera con el bando democrático, pluralista e igualitario tan debilitado. Milei no es una réplica de un fenómeno global, es un caso extraordinario. Ni Trump ni Bolsonaro triunfaron tan aceleradamente con un programa tan radical, y sin haber tenido organización previa. En eso, los supera. El caso argentino va a iluminar, para el resto de los países donde esto sucedió, el mecanismo de materialización de la derecha radical, porque América Latina, como lo mostró la sociología latinoamericana clásica, presentaba tendencias al capitalismo autoritario que tal vez subestimamos, y porque no computamos que el bando democrático resultó muy habilitante de ese crecimiento al no estimar correctamente la cuestión. Ese bando, sin importar quién gane estas elecciones, saldrá muy debilitado de este proceso político porque cometió muchos errores.
P. El peronismo kirchnerista gobernó 14 de esos 20 años, ¿en qué se equivocó?
R. Creyeron que lo que pensaban ellos era lo que pensaba toda la sociedad por ganar una elección con el 54%. El kirchnerismo confundió lo que llega al Estado por la vía democrática con lo que es el Estado como institución más extensa, más heterogénea y menos pasible de ser pedagogizada; y la oficialización de sus puntos de vista con la hegemonía. La hegemonía se produce en la sociedad civil, no se produce desde el Estado para educar desde arriba. Y en la economía tuvo otro error: confundió la promoción de la demanda con la posibilidad del crecimiento. Fue algo disfuncional desde el punto de vista de la inflación, pero era funcional en el corto plazo desde el punto de vista electoral.
P. ¿Qué hay de las políticas progresistas y de derechos humanos?
R. Cuando las políticas de empleo y de consumo funcionan más o menos bien, otras políticas no solamente son posibles, sino que suman. Pero cuando empiezan los problemas económicos, cualquier cosa que hace el Gobierno en otros planos se vuelve controversial.
P. Milei ha adoptado posiciones que se oponen al aborto, al matrimonio igualitario y hasta al consenso sobre los crímenes de la dictadura militar. ¿Diría que eso no pesa en sus votantes?
R. Hoy no es un componente electoral tan presente como el factor socioeconómico. Eso no significa que si llega al Gobierno esa vertiente conservadora no se vaya a expresar en el sentido de la pregunta. No solo porque sus cuadros políticos piensan de acuerdo a ese conservadurismo, sino porque perforar esos consensos, debatirlos, le daría tiempo. No sé si logrará perforarlos totalmente, pero para Milei será muy importante tensarlos. Es un terreno fértil, porque como lo previamente existente confundió punto de vista oficial con hegemonía, él podrá decir “miren, yo voy a correr los velos del punto de vista oficial y permitir que se exprese lo verdadero de la sociedad”.
P. ¿Cómo cree que está Argentina para afrontar esa situación?
R. Esos consensos son más duros que lo que querría Milei, pero más blandos que lo que presuponemos los que los defendemos.
P. ¿Ve gobernando a Milei? Es una pregunta que surgió en su momento con Trump, con Bolsonaro…
R. “Milei está loco”, “Milei es un excéntrico”, “Milei no tiene estructura”, “Milei no podrá gobernar” son todas expresiones de deseo. No es, necesariamente, lo que va a pasar. Se usa mucho el ejemplo del regreso de Lula en Brasil. Pero Lula, el único líder que tenía su partido, ganó una elección por muy poco a pesar del desastre que había hecho Bolsonaro durante la pandemia. Y el problema sigue ahí. No tendría la seguridad de que Milei se cae en dos días, aunque me imagino que su Gobierno agudizaría los problemas de la Argentina.
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