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¿Son necesarias las escuelas de arte?

Hay quienes piensan que las escuelas de arte hoy en día son obsoletas, pero también existe una percepción de estas instituciones como una pieza fundamental para consolidar y profesionalizar las redes creativas, el dinamismo expositivo y el óptimo funcionamiento de su mercado.

Parch Es y Tim Sang, (xa) or, (a nonhuman subject manifest through the walls of this theater performing themselves) videoinstalación y performance presentado en Perhaps It Is High Time for a Xeno-architecture to Match, Bruselas, Bélgica, 2017. (Imagen: cortesía Julio Cann)

Detrás de la aparente transgresión y el ánimo transformador en torno al sonido y la música, en las reflexiones del compositor y filósofo musical estadounidense John Cage (1912-1992) -una de las figuras más influyentes para el arte del siglo XX-, existe también una búsqueda por resquebrajar la jerarquización occidental de los creadores y sus obras. El autor de 4′33 escapaba del encumbramiento artístico y el involucramiento de su ego, el cual suele colocar a los autores como una suerte de conocedores o detentores de la verdad del mundo. Pero más importante aún es el hecho de que para Cage, todo ser humano es un artista en potencia.

Luego entonces, si el arte contemporáneo comprende lo genuino, lo diverso y lo múltiple como elementos vitales dentro del mundo, si apela al cambio de perspectivas o incluso atraviesa el cuestionamiento de los distintos sistemas hegemónicos surge la pregunta, tan ingenua como incómoda, pero no por ello menos recurrente ni pertinente: ¿cuál es la verdadera función de las escuelas de arte contemporáneo?

El acercamiento a la realidad más visible nos muestra jóvenes individuos ajenos a las esferas o grupos ceñidos al ecosistema artístico (léase desde creadores, curadores, galeristas y art dealers hasta críticos, productores, investigadores e incluso funcionarios públicos, etc.), formados profesionalmente para poder insertarse de forma mucho más enfocada a un sistema y mercado en torno al arte.

Por una parte, a la academia no le han restado propulsores ni ejemplos palpables de éxito y pertinencia desde distintos frentes, llámense éstos éxito en ventas, trascendencia discursiva, impacto estético o penetración de ideas fuera del ámbito artístico mismo.

(timetunnel), obra de Parch Es. 44 capturas de pantalla de iPhone impresas digitalmente en papel, montadas sobre aluminio con cubierta acrílica. Juntos cuentan una narrativa no lineal de un período de tiempo, de enero a mayo de 2017. (Imagen: cortesía del artista)

Sin embargo, la llamada institución escuela también ha tenido a sus fuertes y claros detractores, especialmente durante las últimas dos décadas, en donde detrás de la discrepancia educativa frente a su realidad más inmediata logramos ver ciertas fracturas a nivel institucional, así como una vertiginosa y esperada inclinación hacia el desarrollo tecnológico, en función del autoaprendizaje y el sentido autodidacta. En no pocas naciones, este ritmo de cambio ha puesto en jaque a los programas educativos, los modelos de enseñanza y, por tanto, al papel mismo que podrían o deberían tener las escuelas frente a su campo de acción.

En una entrevista para la revista iberoamericana Arteinformado, el artista, crítico y docente uruguayo Luis Camnitzer (1937), de alguna forma concordante con el espíritu del pensamiento de Cage, afirmaba de forma puntillosa que las escuelas de arte deberían llamarse “escuelas de íconos”. “Los íconos son productos que tienen una imagen fuerte, diseñada para permanecer en la mente del consumidor como si fueran una marca registrada (...). Son reconocibles, memorables, pero no afectables. Son pensados para crear una necesidad y deseando su sobrevivencia dentro de una posteridad hipotética”, afirmó el pintor en mayo de 2020, a sus 81 años.

Desde el mismo sentido de diversidad y desarrollo del ser genuino frente a las necesidades colectivas, las sensibilidades mutuas o las múltiples posibilidades que aporta el arte contemporáneo al mundo que habitamos, la reflexión sobre el papel de la academia se complejiza desde esa misma diversidad y diferencia de contextos: no será lo mismo desarrollar una búsqueda artística libre y en condiciones óptimas para la creación desde edad temprana, que estudiar arte en una institución pública o privada, dentro del país en uno de los epicentros artísticos del mundo o en una escuela con una visión más técnica o enfocada a sólo cierto número de disciplinas, soportes o visiones mismas sobre el arte.

Acordes, similares y contextos

Para el artista multidisciplinario Parch Es (Julio Cann, 1989), su interés y pasión expandida por la música lo llevó a querer estudiar una carrera que en su momento se encontraba de forma incipiente en su país (México). Tras una primera decepción frente a la acotada oferta educativa musical local, la partida de casa vendría acompañada de una futura transformación y una constante en su quehacer artístico de Parch Es, quien hoy integra su formación profesional en torno a la música con la tecnología, las artes visuales y diversas reflexiones contemporáneas.

“Fui con un amigo a la Escuela Superior de Música del Cenart a una plática para el proceso de admisión en 2008. Entre otras cosas, ahí nos dijeron que no estudiaban jazz. Es decir, ¡algo que tiene un siglo de existencia! La carrera dura ocho años, su industria es incipiente y se basa en un modelo europeo de hace más de cien años. Incluso las academias europeas ya no están enseñando eso.

“Yo quería estudiar producción musical y eso lo tenía bastante claro. Quería una carrera que no fuera tradicional de música y que incluyera tecnología y producción. En ese entonces, las escuelas que impartían música, tanto públicas como privadas, no tenían ninguna carrera así, y la única que había (el Tec de Monterrey) apenas empezaba. Esas eran mis opciones y no me gustaban. Esto se juntó con varios factores, entre los cuales estaba el haber estudiado previamente en una escuela internacional, la cual siempre tenía esta visión más amplia, y tener la oportunidad de estudiar en la Universidad de Nueva York, la carrera de Música Grabada”.

Pese a tener una infraestructura y visión académica mucho más integral con su realidad, la cual comprendía los detalles técnicos, la innovación, el escribir sobre música y conocer sus distintas dinámicas a nivel industria, la búsqueda artística de Parch Es no fue menos difícil de apreciar, concebirse y desarrollarse desde entonces. El hoy artista multidisciplinario cuenta que al interior del instituto Clide Davies de música grabada, el enfoque educativo estaba inclinado hacia la música pop y él no era el único que deseaba integrar otras herramientas y aproximaciones a la música.

“Todos mis compañeros estaban haciendo hip-hop, EDM o pop de charts. Los que hacían cosas más raras, como mi amigo Rioux y Arca, quien iba una generación arriba de mí, los maestros no sabían cómo calificar su trabajo.

El paso de Julio Cann por Chimera Music en 2012 previo a su graduación escolar en 2015, lo fue acercando más al arte contemporáneo, interés y práctica que el joven artista ya practicaba en privado mediante la pintura sin exposiciones de por medio, más como un proceso o búsqueda para encontrar nuevos caminos creativos. “Después de eso me fui a estudiar la maestría especializada en Prácticas Sonoras Experimentales y Medios Integrados del California Institute of the Arts. Ahí me localicé más en el mundo del arte y me moví a otros medios y discursos, leí del aceleracionismo y el post internet, temas con los que me identifiqué y sentí que sí podía participar y en donde tenía más hogar, digamos. Y hoy me sigue pasando que encuentro más espacio para mi trabajo en el arte que en la música”, subraya Parch Es.

Tras la culminación de un periplo inicial enfocado en su desarrollo artístico, Parch Es reflexiona sobre el papel de la academia dentro del quehacer artístico, enfatizando que cualquier apreciación o comparativo podría ser injusto o inconcluso, ya que depende de muchos factores su “eficiencia” o “papel vital”.

“Pienso que nunca ha sido necesario (estudiar formalmente). Buena parte de los artistas ‘exitosos’ no fueron a la escuela de arte, no es esencial. Pero sí es cierto que siempre ha tenido un rol, y pese a eso existen muchas diferencias entre las academias. Depende también de los rezagos entre las mismas instituciones o los países mismos, algo que existe pero no sorprende”.

La Zona del Silencio, obra fotográfica de María José Sesma. (Imagen: cortesía de la artista).

Crisis institucional, autoaprendizaje y necedad

Para el periodista cultural, productor y conductor de La Pipa y la Fuente, programa de radio especializado en el arte contemporáneo, Jesús Pacheco Vela, las escuelas son vitales y prioritarias desde su aspecto formativo: “Sirven porque te dan una estructura que costará más trabajo adquirir de otra forma, y porque te ponen al alcance de la mano lecturas y referencias que de otra manera ibas a tener que rastrear con otro tipo de recursos y ayuda. Y supongo que eso aplica para quienes estudian arte. Algo que he escuchado de amigxs artistas es que terminan adquiriendo malformaciones que después les costará trabajo ver y dejar atrás, como la idea del desclasamiento o hiperteorizar la práctica. Con esto quiero decir que cualquier vía de aproximación es grandiosa y vital, siempre y cuando sea hecha desde una postura crítica y haciendo ejercicios constantes de alejamiento para no perder la perspectiva”.

La postura equilibrada y puntual de Pacheco Vela, coincide en cierta forma con la historia de Parch Es y el caso de la artista mexicana María José Sesma (1983), quien siendo contadora de formación profesional fue desarrollando su interés y pasión por la fotografía, a través de diversas instancias educativas o formativas de distinto alcance, al de una universidad o una carrera de largo plazo. Hoy, para Sesma, la fotografía es un medio de búsqueda artística enfocada en lo abstracto y lo espectral.

“Yo fui muy autodidacta desde pequeña, si algo me da curiosidad de forma fuerte me clavo. Y creo que eso es lo que necesitas de base. Yo estudié contabilidad y ya, pero me parecía muy aburrido. Acá (en Torreón) en ese entonces no había escuelas de arte, no me tocó y pensé que sería muy autodidacta. Pero ya en la ciudad pasé por lugares como el Centro de la Imagen y SOMA, entre otros. Si la escuela es necesaria o no, creo que hay muchos factores en medio: depende de la personalidad del artista, la disciplina misma, el interés que el alumno o los profesores pongan en ello también. La formación definitivamente ayuda pero no es determinante, lo puedes lograr sin estudiar formalmente y estamos en una época que así lo permite. Claro, siempre es mejor que te lo expliquen, pero no necesariamente”, afirma Sesma.

Buena parte de los artistas ya consolidados, al menos en la solidez de su estilo o en la recurrencia de su lenguaje estético y discursivo, coinciden en una desvinculación de la idea de que la academia artística debe ser un paso obligado para el ecosistema que le atañe, sin embargo ninguno niega sus beneficios, posibilidades, vínculos y aprendizajes que de ella derivan. Es también, en todo caso, una de las tantas formas de iniciar una búsqueda de un lugar y/o una identidad dentro del arte.

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