El viaje de Jaime Valdiris como deportado por Trump: “Es una vaina muy cruel”

El colombiano cuenta el maltrato al que someten las autoridades de Estados Unidos a los migrantes expulsados tras asumir la presidencia el republicano

Jaime Valdiris en Barranquilla, Colombia, el 31 de enero de 2025.CHARLIE CORDERO

A Jaime Valdiris el corazón se le iba a salir del pecho. Acababa de cruzar de Tijuana a San Diego y corría despavorido por una autopista repleta de coches. Un Ford color blanco frenó un centímetro antes de hacerle papilla. Un helicóptero de la guardia fronteriza cruzaba el cielo malva, roto por las primeras luces del amanecer. Entendió que era el momento de entregarse y se arrodilló con las manos detrás de la nuca. El policía que lo detuvo hizo una mueca cuando se enteró de dónde venía: “Pinche colombiano ratero. ¿No conoce a Donald Trump?”.

No respondió, pero por supuesto que sabía quién era ese señor. Cuando aparecía en televisión se reía, nunca antes había visto a alguien de color naranja. Trump era presidente de Estados Unidos, no había manera de no haberse enterado de eso. Le parecía un hombre peligroso, lleno de cólera. Odiaba a los inmigrantes, eso lo tenía claro. Y él se convirtió en uno ese día que cruzó a Estados Unidos, el 15 de enero. Dos semanas después fue enviado de vuelta a su país. A los que han viajado como él llevan grilletes en las manos, en los pies y en la cintura. Esa cadena del abdomen aprieta como un cepo. Durante todo el vuelo lo obligaron a meter la cabeza entre las piernas, lo que provoca mareos y sensación de asfixia. No los dejan ir al baño.

“Es una vaina muy cruel. Eso no se hace, marica”, cuenta Valdiris ahora en su casa de Barranquilla, en el Caribe. El trato denigrante que sufren los deportados en el camino de vuelta a casa ha enfrentado a Trump con los principales presidentes de izquierdas de Latinoamérica, Claudia Sheinbaum, Gustavo Petro y Luiz Inácio Lula da Silva. Lula se quejó de la manera en la que habían sido devueltos 88 brasileños, que protagonizaron un motín a bordo por miedo a morir asfixiados. La presidenta de México también ha mostrado su disgusto, pero de una manera más diplomática por la amenaza de Trump de imponerle tarifas del 25% a las importaciones mexicanas. Esa misma intimidación la ha recibido Petro, el único que se atrevió a no permitir el aterrizaje de dos vuelos en esas condiciones. Sin embargo, horas después tuvo que aceptar continuar con las deportaciones sin condiciones. Una guerra comercial con Washington arruinaría la economía de su país.

Para Jaime Valdiris no existe ese condicional. Sus finanzas ya están destruidas. Vive en Las Malvinas, un barrio en el que la policía no patrulla de noche por lo que pueda pasar. Tiene cinco hijos de dos matrimonios. Alquila una casita con tres habitaciones, un baño y patio trasero angosto en el que se tiende la ropa. De una pared del salón cuelgan un calendario de un restaurante chino y una estampa de la virgen de Guadalupe. Valdiris, alto y flaco, tiene el aire desgarbado de muchos caribeños. Hasta lo más horrendo lo cuenta con gracia. A sus 51 años era mototaxista. Ahorrar le resultaba imposible, todo el dinero que entraba salía por la puerta al rato. A finales de 2024, una prima que vive en el estado de Pensilvania, un lugar del que él nunca había escuchado, le propuso irse para allá. Ella le conseguiría un empleo en la fábrica en la que ella trabaja, sin problema.

Jaime Valdiris y su hijo, en Barranquilla, Colombia. CHARLIE CORDERO

Para organizar el viaje le enviaron el teléfono de un coyote, un traficante de personas. El tipo le pidió 6.000 dólares (25 millones de pesos), la mitad por adelantado. Valdiris vendió su moto y pidió el resto a unos prestamistas que imponen intereses leoninos —“ríete de Trump”—. Mandó los primeros 3.000 y le enviaron de vuelta dos billetes de avión con su nombre para el día 13 de diciembre. El primero, de Barranquilla a Bogotá, y el segundo, de Bogotá a Ciudad de México. Solo le dijo a su familia y a unos cuantos amigos. No quería que se supiera en Las Malvinas, donde las malas lenguas abundan.

Salió una mañana de madrugada con una maleta y tocado por una gorra. Se iba dejando a los niños y a la esposa en una casa de la que debe dos meses de alquiler y tres meses de luz. En el aeropuerto de Bogotá se encontró con otros tres colombianos que habían contratado al mismo coyote. Eran de Medellín, Cartagena y Pereira. A los cuatro les enviaron instrucciones de cómo comportarse cuando los entrevistaran los agentes de migración en México.

—Tenía que decir que era turista. Que me iba a quedar en el hotel X y que quería conocer el Monumento a la Revolución y las pirámides. Tenía que ir de blanco o de negro, no con colores llamativos. Todo eso había que memorizarlo, lo recibes en el celular y después lo borras.

Cuenta Valdiris, que entonces ya sudaba pensando en el “platal” que perdería si lo devolviesen a la primera. El oficial de migración, “el man”, le hizo unas cuantas preguntas de rigor y no debió de sospechar nada. Lo dejó pasar. No le quedaron ganas de conocer la Ciudad de México, ni a él ni a los otros tres colombianos. El estrés les había dejado molidos. Se fueron derechitos a la dirección de un motel que les había enviado el contacto. Allí les esperaba una cama con sábanas limpias y una ducha caliente.

Valdiris detiene un momento el relato para salir a comprar a la tienda de la esquina una Coca Cola para su hijo pequeño.

Jaime Valdiris en la barberia de su vecino, en Barranquilla, Colombia.CHARLIE CORDERO

El barbero Andrés Amariz, gorra azul hacia atrás, brazos tatuados, chancletas, lo ve cruzar por delante de su tienda y le grita:

—¡Te dije que no te fueras! ¡No era buena!

—No joda, hermano.

El barbero era de los pocos en Las Malvinas que conocía el secreto de Jaime. Ahora le preocupa la deuda que no tiene cómo saldar.

—¿Por 25 millones te chuletean (descuartizan)?

Jaime se lo toma con humor.

—¡Por mucho menos!

Después de pasar la noche en el motel, regresó al aeropuerto y cogió un vuelo a Tijuana. Ahí empezó lo duro. Volvió con el cuento de que era turista. “Turista, ummm”, respondió el funcionario. Lo encerraron en un cuarto con cuatro chinos y dos indios. El que parecía “el jefe” entró después con su pasaporte en la mano y mari recuerda que dijo: “Pinches colombianos, ¿qué vienen a hacer acá? ¡Váyanse a Barranquilla a ver el mar!”. Le quitaron el teléfono. Al rato, llegó otro empleado de inmigración.

—Me dijo: Te voy a hablar claro. Mi jefe no acepta ni 100 ni 200 dólares. ¿Cuánto tienes por ahí? Yo le dije que 200. Me dijo que no, que ni por 500 me dejaba irme. Le dije: Te juro por mi hijo y Dios que no tengo más dinero. El señor se molestó con eso. Me dijo que no había que invocar a nadie, que ahí estábamos él y yo solos. Me explicó que me iba a dejar el pasaporte y que cuando volviera a por él le metiera el dinero dentro. Le metí 300 dólares y 200 pesos mexicanos que tenía por ahí en el bolsillo. Se lo llevó y al volver el man me dijo: Jaime Valdiris, bienvenido a Tijuana. Yo creo que se estaba haciendo el listo.

Jaime Valdiris sostiene la bolsa donde fueron entregadas sus pertenencias, en Barranquilla. CHARLIE CORDERO

Cuando salió ya era medianoche. Estaba muerto de miedo. Tijuana, tierra de cárteles, es una amenaza para cualquiera que lleve escrita en la frente la palabra colombiano. Les advierten que no cojan un taxi, que no caminen por la calle, que finjan que no saben hablar español. El coyote lo resguardó en un sitio durante dos días. Mató el aburrimiento viendo la televisión. Entonces los acontecimientos se sucedieron de forma vertiginosa. Lo llevaron a la frontera y cruzó por donde entraban dos camiones de carga. Recuerda que les dijeron que corrieran todo lo que pudieran y que al llegar al otro lado se entregaran.

Le habían dicho que al toparse con la policía fronteriza dijera que venía en busca de un mejor futuro para sus hijos. “Ni eso me dio tiempo a decir. Nos detuvieron. Ahí estaba el patrullero que me decía que si yo no conocía a Trump. ¿Es que no ven los noticieros? ¿Es que no ven que Trump no quiere colombianos? Nos quitaron correas, cordones, celulares. Desde ahí comienza el martirio”. Durante las siguientes dos semanas, los agentes le dijeron constantemente “go, go, go”. Y se le ha quedado metido en la cabeza. Aturdido como está por todo lo que ha pasado, se levanta el primero en casa, cuando todavía es madrugada, y recorre las habitaciones diciendo lo mismo batiendo palmas. Valdiris se ha convertido en el agente de migración de sus hijos.

Estuvo encerrado en un albergue para inmigrantes en San Diego, California. Dormía en la celda 8a. Le dieron una bolsa rosa para guardar sus pertenencias que lleva el sello del Departamento de Seguridad Nacional de los Estados Unidos. Dice que le dieron una camisa y un pantalón, unos zapatos sin cordones. El lunes 27 lo trasladaron en autobús a un aeropuerto militar, donde lo juntaron con los otros inmigrantes que viajaban en el vuelo que Petro había devuelto. Al bajar del bus le quitaron los grilletes y subió por las escalerillas como un hombre libre, por primera vez en 12 días.

Cuando entró a la nave, los militares de la fuerza aérea colombiana lo recibieron a él y al resto de colombianos con un aplauso. Entonces entendió la dimensión que había agarrado el enfrentamiento entre Petro y Trump. Vio al canciller colombiano, Luis Gilberto Murillo, que le pareció un “man apuesto”. Agarró dos trozos de pizza de las cajas que había en la entrada, una Coca Cola y se acomodó en uno de los asientos. Durmió buena parte de las siete horas de vuelta. Al aterrizar vio por la ventanilla que había prensa esperando en la pista de aterrizaje. Y Valdiris, que tiene mucho sentido escénico, bajó del avión con los brazos en alto y gritando “gracias, Padre”, en referencia a Dios, no a Petro ni Trump. Otro deportado que estaba a su lado le preguntó extrañado qué estaba celebrando. “Y yo le dije: Mira, papi, estoy en mi país. ¡Viva Colombia!”.

Jaime Valdiris en su hogar, en Barranquilla, Colombia.CHARLIE CORDERO

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