Venezuela mide en las urnas el deseo de cambio
Los votantes del país caribeño tienen que elegir entre la continuidad del chavismo después de 25 años, o una transición de la mano de Edmundo González y María Corina Machado
Venezuela acude a las urnas este domingo en medio de una gran urgencia histórica, como si el país se encontrase en un cruce de caminos. La permanencia en el poder del chavismo, que ha regido el destino de la nación desde hace 25 años, se encuentra en entredicho por esta elección presidencial, la sexta desde la irrupción de Hugo Chávez en 1998. En el Palacio de Miraflores, la sede estilo neobarroco tropical del Gobierno, repleta de cuadro...
Venezuela acude a las urnas este domingo en medio de una gran urgencia histórica, como si el país se encontrase en un cruce de caminos. La permanencia en el poder del chavismo, que ha regido el destino de la nación desde hace 25 años, se encuentra en entredicho por esta elección presidencial, la sexta desde la irrupción de Hugo Chávez en 1998. En el Palacio de Miraflores, la sede estilo neobarroco tropical del Gobierno, repleta de cuadros y bustos de Simón Bolívar y del propio Chávez, no terminan de entender cómo se ha llegado a esta situación límite. En sus pasillos cunde la estupefacción. “No se hizo un análisis de riesgos correcto”, dice un dirigente del PSUV, el partido oficialista. El presidente Nicolás Maduro y sus asesores, todos ellos curtidos en procesos electorales de alto voltaje, pensaban hace un par de meses que tenían todo bajo control. Era un espejismo.
No tuvieron en cuenta que la oposición, después de un cúmulo de derrotas y peleas internas, también había aprendido por el camino. La confirmación en enero de este año de la inhabilitación de María Corina Machado, la cara visible de los antichavistas, el nombre que en los sondeos punteaba por encima de Maduro, podría haber acabado con la amenaza, despejar el camino para el chavismo. Sin embargo, Machado le cedió su lugar a Edmundo González, un desconocido diplomático de 74 años que, a estas alturas de su vida, tenía pensado pasar las tardes tranquilas leyendo en el sofá de su casa, mientras por la ventana veía a las guacamayas cruzar el cielo de Caracas. Pero Machado le tocó en el hombro y le dijo que este era su tiempo y, juntos, se pusieron a recorrer Venezuela, de punta a punta. Machado le ha cogido de la mano y se la ha levantado en largas avenidas de provincia. Él, un democristiano; ella, una liberal pragmática. Maduro ha hecho un itinerario parecido rodeado del núcleo más duro del chavismo, que insiste en que los peores años de crisis económica han pasado y que solo su continuidad garantiza la paz política y social.
Llegados a este punto, solo puede ganar uno. Maduro o Edmundo, Edmundo o Maduro. Los números de las encuestadoras más fiables dan al opositor como vencedor, algunas con un gran margen de diferencia. Hay analistas que rebajan esa euforia por detectar sesgos en la medición, pero marcan igualmente una victoria de Edmundo. El chavismo ha manejado encuestas propias que le alertaban de su momento de debilidad, después de un cuarto de siglo en el poder de mucho desgaste. Una parte del electorado que le ha sido fiel en este tiempo se ha desencantado y hasta los chavistas más ortodoxos -el 10% de ellos, de acuerdo a un sondeo- plantean una posibilidad de cambio. Maduro ha reconocido en sus mítines sus equivocaciones y su falta de celeridad al detectar en el corazón mismo de su Gobierno un caso de corrupción de su ministro del Petróleo, Tareck El Aissami, cifrado en más de 3.000 millones de dólares. Sin embargo, pide un voto de confianza con el argumento del crecimiento sostenido de la economía desde 2021 (este año, el PIB crecerá un 4%) y la amenaza de que una derrota suya desataría un conflicto armado. En su entorno reconocen que no esperaban encontrarse frente a unos números como estos de Edmundo, pero, de acuerdo a sus mediciones, que no han hecho públicas, Maduro llega a la recta final con ocho puntos de ventaja.
Eso no ha impedido que en el chavismo se haya extendido la sensación de que una derrota es una posibilidad real, algo que hasta hace unos meses parecía un imposible. La revolución bolivariana controla toda la institucionalidad, todos los resortes del poder. Para el chavismo más radicalizado, como Diosdado Cabello, el vicepresidente del partido, marcharse ahora sería una traición a los ideales de Chávez, una claudicación revolucionaria. Aunque los números no les sean favorables, en su marco mental no entra esa posibilidad. Esa tesis la comparten otros cercanos a Maduro, como Jorge Rodríguez, su principal operador político, que sostienen que una victoria de Edmundo sería la “llegada del fascismo, una forma de invasión de Estados Unidos”. Al otro lado, un chavismo más moderado y algo más de talante democrático que representa una generación más joven que ha estudiado en el extranjero, habla idiomas y se pone menos el chandal. Los primeros ven a estos segundos como unos niños malcriados, repeinados, blandos, que no han cargado un fusil al hombro ni han protestado contra los gobiernos de derechas en los 80. Sin embargo, este chavismo 2.0 opta por normalizar la vida política del país y aceptar una alternancia como en otros países de la región. Eso pasaría incluso por ser oposición y refundar desde ahí el movimiento. Aunque los veteranos son los que tienen el poder y la última palabra, el debate interno ha prendido como nunca antes.
Bajo la lupa, todo el sistema electoral venezolano. El Consejo Nacional Electoral (CNE), el árbitro de estos comicios, lo controla el chavismo con una mayoría simple de rectores. Lo dirige Elvis Amoroso, alguien muy cercano a Maduro y a Cilia Flores, la primera dama, que en campaña ha ofrecido muestras de parcialidad. ¿Se pueden alterar los resultados de este domingo? Difícil. Con el apoyo de partidos opositores, el chavismo ideó un sistema de votación automatizado para evitar trampas. En ese tiempo, temía que el establishment que había gobernado hasta entonces les robara. Ahora, esa herramienta blinda lo que pueda ocurrir hoy: las máquinas de votación y las actas impreas son fiables. Donde se desiguala la contienda a favor del oficialismo es en todo lo que hay alrededor del proceso electoral. Maduro ha copado todos los minutos en radio y televisión, su imagen está por todos lados. Con dinero público se ha hecho una serie ficcionalizada de cinco capítulos, con un acabado estilo Hollywood. La noche de Caracas se llenó el jueves de drones que, unidos e iluminados, dibujaban su nombre en el cielo estrellado.
Además, el chavismo tiene un sistema geolocalizado con la vivienda de todos los empleados públicos y sus familias. Sabrán si salen a votar o no. Los activistas del movimiento difunden la idea en los barrios de que votar a la oposición podría quitarles las ayudas sociales y marginarles a la hora de encontrar trabajo. Por eso, en el cierre de campaña, Edmundo insistió en este mensaje: “El voto es secreto, nadie sabrá por quién lo hiciste”. Analistas como Luis Vicente León sostienen que esta movilización podría ser suficiente para que Maduro logre los votos que le permitan continuar en el poder otros seis años más, hasta 2030. “Los corresponsales extranjeros que han pasado por mi casa estos días solo traen en la cabeza dos posibilidades: o gana Edmundo o se ha cometido un fraude. Y no, señores. Maduro, numéricamente, con todas estas argucias electorales, podría vencer también”, explica León.
Los venezolanos votan con la policía en la calle y en los más de 15.700 puntos (con 30.026 mesas de votación) abiertos en todo el país. Además de los uniformados militares del Plan República, se activaron a los cuerpos policiales, una medida atípica. Venezuela suele acuartelar a sus funcionarios civiles de seguridad ciudadana durante este proceso y deja el resguardo en manos de las Fuerzas Armadas, incluida la Milicia Bolivariana. María De Freitas lo notó en su centro, un colegio del centro de Caracas. La mujer dice que no hubo novedades en el proceso, salvo la presencia de policías acompañando a los efectivos del Plan República, que son los encargados de la custodia del material electoral y los únicos que deberían estar dentro de los centros de votación.
En el chavismo corre desde hace unas semanas una narrativa sobre supuestos planes de la oposición de generar disturbios durante las elecciones y boicotear el proceso. Esto ha llevado a un despliegue de 380.000 funcionarios militares y policiales para la elección, más reservas militares. “Para atender situaciones de restablecimiento y control del orden público”, según las autoridades de Interior y Defensa. Las incidencias, en medio de la campaña, han tomado mucho vuelo en las redes sociales, pero son mínimas si se mira todo el mapa, como ha señalado la dirigente de la Plataforma Unitaria, Delsa Solórzano, designada testigo nacional de la coalición que respalda la candidatura de Edmundo González Urrutia. En particular, en esta ocasión han brillado por su ausencia los famosos “colectivos”, los escuadrones armados de formación paramilitar del chavismo, que solían acosar a los manifestantes opositores. No se les ha visto.
Muchos consideran que este domingo solo es el inicio de un gran proceso político. Lo verdaderamente importante empezará al día siguiente, el lunes. Si gana Maduro, tendrá que demostrar transparencia para que el resto del mundo lo reconozca y pueda salir de la situación de paria internacional en la que se encuentra. El levantamiento de sanciones resulta urgente para la economía del país. El presidente ha dicho que buscará un acuerdo político, un entendimiento con la oposición. Esto se lo han exigido también presidentes de los países de su entorno con los que tiene cierta afinidad ideológica, como Gustavo Petro, Lula da Silva y Gabriel Boric. Los dirigentes de Colombia, Brasil y Chile han tratado hacerle firmar un documento de aceptación de resultados hasta la semana antes de la votación. Le aseguraban que con ese compromiso con su firma y la de Edmundo podían defender a Maduro a ojos del mundo, al que no le quedaría otra que reconocerlo como un presidente democrático y no autoritario, por lo que se le tiene ahora. La volatibilidad de la situación, sin embargo, llevó a Maduro a ignorar ese borrador.
El escenario más incierto se abre en el caso de una victoria opositora. A partir de ahí, lo desconocido. González y Machado han planteado un cambio sereno, sin traumas ni persecuciones judiciales. Los arquitectos de esta posible transición elucubran sobre una posible amnistía para los jerarcas chavistas, ya que muchos de ellos cuentan con ordenes de arresto internacional o son reclamados por la DEA. De acuerdo a fuentes del partido oficialista, el chavismo querría que esa transición se concretarse con los militares como garantes y siempre con una condición inamovible, una línea roja: Machado no puede formar parte del Gobierno en ninguno de los casos. Serían prácticamente seis meses de convivencia entre el presidente saliente, Maduro, y el entrante, Edmundo, hasta el 10 de enero. Edmundo sería la nueva autoridad en un mundo completamente chavista, rodeado de camisas rojas y efigies de Chávez. Por los amplios ventanas de Miraflores ya no vería aves azules, sino a la guardia presidencial apostada a la entrada. Sus destinos cruzados de sereno lector de clásicos o de presidente de una nación convulsa empiezan a dirimirse este domingo.
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