Lula lanza un plan para reindustrializar Brasil con 60.000 millones en créditos blandos y subsidios
El presidente quiere ampliar y reforzar el sector para depender menos del sector agropecuario y de las exportaciones
Luiz Inácio Lula da Silva, de 78 años, ha convertido el meñique izquierdo, que perdió en un accidente laboral cuando era metalúrgico, en una seña de identidad. Para muchos brasileños es un recordatorio cotidiano de que su presidente, antes de gobernar desde un palacio, fue obrero y líder sindical. Lula está convencido de que la industria debe ser tan central a la economía de Brasil como lo ha sido en su vida y su carrera profesional. El Gobierno que encabeza ha presentado este lunes un plan de impulso...
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Luiz Inácio Lula da Silva, de 78 años, ha convertido el meñique izquierdo, que perdió en un accidente laboral cuando era metalúrgico, en una seña de identidad. Para muchos brasileños es un recordatorio cotidiano de que su presidente, antes de gobernar desde un palacio, fue obrero y líder sindical. Lula está convencido de que la industria debe ser tan central a la economía de Brasil como lo ha sido en su vida y su carrera profesional. El Gobierno que encabeza ha presentado este lunes un plan de impulso de la industria para la próxima década que incluye 60.000 millones en créditos blandos, subsidios y subvenciones para reactivar la economía. “Ahora somos la novena economía del mundo, pero no porque creció mucho, sino porque otros cayeron. No es para estar orgulloso”, ha advertido durante la presentación en el palacio de Planalto, en Brasilia.
Lula se ha propuesto que el Estado vuelva a ser un protagonista central de la política económica tras seis años en los que un Gobierno de centro derecha (con Michel temer 2016-2018) y otro de extrema derecha (2019-2022) apostaron por políticas liberales y por adelgazar el poder público. Además de facilitar créditos blandos a través del BNDS (el Banco Nacional de Desarrollo), el proyecto de reindustrialización contempla subsidios, subvenciones o priorizar los bienes de producción nacional en las compras gubernamentales además de impulsar instrumentos financieros sostenibles y los crédios a la innovación. “Es muy importante volver a tener una política industrial innovadora y digitalizada”, ha proclamado el mandatario, que ha insistido en que habrá colaboración entre el poder público y la iniciativa privada.
El presidente confía en este plan para estimular a la industria y el de inversiones en obra pública, que presentó en julio, para que “Brasil dé un salto de calidad” y “entre de una vez por todas en la categoría de país desarrollado”. “Porque siempre nos quedamos ahí, a las puertas”, ha lamentado el mandatario. También ha recordado que en los últimos años su país llegó a colocarse como la sexta economía del planeta, pero también cayó al decimosegundo puesto.
A la presentación no ha acudido el ministro de Hacienda, Fernando Haddad, el hombre fuerte del ala económica, tenía un acto en São Paulo. Haddad es principal artífice de la reforma fiscal que incluye la creación del IVA entre otras medidas para simplificar el enrevesado sistema tributario. Y es el principal defensor de la política de déficit cero adoptada por el Gobierno para este año aunque no despierta el entusiasmo del presidente Lula.
El plan de reindustrialización es el gran proyecto del vicepresidente del Gobierno, Geraldo Alckmin,un antiguo rival de centro derecha que aceptó la invitación de Lula de unir fuerzas para sacar a Jair Bolsonaro del poder y restaurar la dañada democracia.
El plan de industrialización es visto con notable recelo, como indica que el real ha caído 1,2% tras la presentación. Y la Bolsa ha cerrado con un descenso del 0,8%. Los editorialistas de los principales diarios, y algunos de sus columnistas, se han mostrado estos días temerosos de que Lula y el Partido de los Trabajadores se embarquen en un gasto público exagerado. Todavía está fresca la memoria de la recesión en la que Brasil se sumió con Dilma Rousseff en la Presidencia, que, unido a la agitación política, llevó a su destitución parlamentaria.
Una visita oficial que el presidente hizo el viernes ha resucitado viejos fantasmas. Lula acudió a la refinería Abreu e Lima, de Petrobras, ubicada en Pernambuco, que en los buenos tiempos del PT fue emblema del potencial de Brasil y que en poco tiempo acabó en el centro del mayor escándalo de corrupción del continente, investigado en la Lava Jato. Que el presidente anunciara por todo lo alto que las obras se retoman, con inversiones millonarias, cuando el proyecto original costó varias veces más de lo previsto y se quedó a medias ha puesto los pelos de punta a los críticos con la peor política económica del PT, aunque Lula nunca se ha salido de la ortodoxia.
La receta de Lula para colocar a la primera economía de América Latina en la senda de crecimiento sostenido es una reindustrialización, o sea, similar a la que ya aplicó en sus dos primeros mandatos (2003-2010). Entonces coincidió con una demanda de materias primas inédita por parte de China que supuso un impulso impagable. Pero la economía brasileña lleva ahora una década aletargada aunque cerrará el ejercicio de 2023 con un resultado mucho mejor de lo pronosticado a principios de ese año.
Durante la última década el PIB ha crecido una media del 0,5%. Y la buena noticia de que cerrará el año pasado con un aumento de en torno al 3% (el triple de lo previsto hace un año) viene acompañada de la predicción de que este año no será tan favorable. Pero para 2024 Reuters estima que se quedará en un 1,2%.
El líder de la izquierda brasileña encabeza un Gobierno de coalición que incluye al Partido de los Trabajadores, miembros miembros de la derecha clásica y un partido a la izquierda del PT, entre otros. Para Lula es necesario ampliar y reforzar la industria para que Brasil sea menos dependiente del agronegocio —que ahora es el principal sector económico y mayoritariamente prefiere a Jair Bolsonaro— y de las exportaciones. Las espectaculares cosechas de 2023 han llevado las exportaciones brasileñas a un récord, con ventas por 300.000 millones de dólares, y un superávit de unos 85.000 millones.
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