La elección de Camargo, un trago amargo para Petro
Esa elección es un trago demasiado amargo para el presidente Petro, por la traición de sus aliados, y por lo que en su perspectiva significa que el uribismo radical llegue a la Corte Constitucional
La elección del exdefensor del Pueblo, Carlos Camargo Assís, como nuevo magistrado de la Corte Constitucional, se convirtió en un tsunami político cuyas olas de gran altura llegaron hasta las costas de Japón, donde el p...
La elección del exdefensor del Pueblo, Carlos Camargo Assís, como nuevo magistrado de la Corte Constitucional, se convirtió en un tsunami político cuyas olas de gran altura llegaron hasta las costas de Japón, donde el presidente Gustavo Petro se encontraba de visita oficial, asistiendo a Expo Osaka 2025, la feria tecnológica y empresarial más importante del mundo.
Camargo Assís, es aliado carnal del expresidente Iván Duque, su compañero de pupitre en la Universidad Sergio Arboleda, y representará al uribismo cordobés pura sangre en la Corte Constitucional. Ya antes otro abogado de ese departamento azotado por el paramilitarismo había ocupado silla en esa corte: Jorge Pretelt Chaljub, quien manchó el honor de la justicia y fue condenado por la Corte Suprema de Justicia por corrupción.
La Corte Constitucional es una de las entidades más queridas por los colombianos, simboliza un muro contra el autoritarismo y la violación de los derechos humanos. Es, además, la garantía de la defensa de la Constitución de 1991. En 2002, esa institución tuvo el coraje de frenar el ímpetu antidemocrático del entonces presidente Álvaro Uribe, quien intentó, luego de cambiar un “articulito” de la Carta Política, reelegirse por segunda vez y perpetuarse en el poder con el cuentazo de que era impensable un país sin su liderazgo en la lucha contra las Farc. Un país sin Uribe en el poder sería una hecatombe, decían los uribistas con horror.
23 años después de esa epopeya institucional y democrática de la Corte, que demostró la solidez de nuestra institucionalidad, Camargo se eligió apoyado en la narrativa de la extrema derecha de que su presencia es vital para impedir que Petro se tome este tribunal, con una mayoría de cinco magistrados, y tenga vía libre para hacer realidad la profecía del exjefe de gabinete de la presidencia, el nefasto pastor Alfredo Saade, de que Petro pueda ampliar su período a seis años y quedarse otros 20 años en el poder.
No hay claridad de que ello sea jurídicamente posible, ni de que el jefe de Estado lo desee, pero Saade ha alimentado, con su irresponsable locuacidad, esa narrativa, dándole a la derecha elementos para desfigurar la imagen presidencial y presentar al primer presidente de izquierda y firmante de paz en dos siglos, ante los ojos del mundo, como un pichón de dictador.
En su discurso ante el Congreso, el día de su elección, precisamente, el nuevo magistrado dijo: “señoras y señores, ustedes son el juez que decide si la democracia continúa con firmeza en Colombia; y como todo juez, ante la menor duda de la afectación de ese bien supremo, está llamado a actuar con cautela, con recelo”. Quienes votaron por el hijo ilustre de Cereté, lo hicieron convencidos de que Camargo es el antipetro, salvador de la democracia, y que la Corte Constitucional será fortín anticomunista y no templo de la justicia, imparcialidad, independencia, credibilidad y salvaguarda de la Carta Política.
Camargo fue elegido con 62 votos, y su rival obtuvo 41. La candidata independiente que se ganó la simpatía del Gobierno, la abogada negra María Patricia Balanta, fue estigmatizada y aplastada por la derecha y sectores políticos que hasta ese día fueron parte de la coalición oficial, como el sector del Partido Verde que lidera el gobernador de Boyacá, Carlos Amaya, casado con una prima hermana de Camargo Assís.
Esa elección es un trago demasiado amargo para el presidente Petro, por la traición de sus aliados, y por lo que en su perspectiva significa que el uribismo radical llegue a la Corte Constitucional. Por ello, ha reaccionado con furia a ese acontecimiento político que deja muchas lecciones y tiene hondas implicaciones en la política colombiana.
Todo cuanto tenía que decir sobre el nuevo magistrado lo dijo desde Osaka, a través de su cuenta en X, y no dejó espacio para dudas sobre su desprecio por el elegido y sus electores: “… Por eso no confío en Camargo para defender la Constitución de 1991, no confío en el que se silenció ante el fascismo, el que no protestó contra el asesinato de los jóvenes… Que Camargo tenga su segunda oportunidad, él verá si la aprovecha en pos de un Estado Social de Derecho y yo me equivoque. Por ahora mis aliado(a)s solo serán los y las que supieron en qué consistía la elección y no decidieron el camino de la traición al presidente y al proyecto democrático”.
La primera lección que deja este episodio es que el uribismo no está dormido, la derecha no está derrotada, el Congreso está en rebeldía, la coalición oficialista estaba pegada con babas, y lo que viene en la recta final del Gobierno, y en plena campaña presidencial del 2026, es bloqueo, pataleo y replanteamiento. Más bloqueo a la agenda legislativa del Gobierno, incluida la reforma tributaria, pataleo de los congresistas despojados de burocracia en la antesala de las elecciones parlamentarias, y replanteamiento de la izquierda, que no fue capaz de garantizar la elección de la candidata Balanta.
Otra consecuencia es, además, la radicalización, aún mayor —porque cada día es de mayor temperatura en el universo petrista— del presidente, con una narrativa mucho más confrontacional contra la clase política tradicional y sus castas perpetuadas en el poder desde hace 200 años; mayor inversión social en los territorios, aceleramiento de la reforma agraria, las reformas pensional y educativa; y una promoción de las reformas alcanzadas, con una estrategia audaz de comunicación, mucho más conectada a la gente, rompiendo paradigmas y posicionando los logros de su Gobierno.
La campaña de la derecha buscará seguir imponiendo la narrativa de la supuesta destrucción de la democracia y la institucionalidad, el desmoronamiento de la lealtad de la fuerza pública, y la destrucción de la economía. Pero todos los indicadores muestran que se equivocan. Los campesinos saben que la tierra está de regreso a sus manos y la vida renace en el campo. Casi 700.000 hectáreas de tierra entregadas a las víctimas y desplazados son una revolución imparable de la propiedad rural. Ahí Petro está sembrando la reelección de su proyecto político. Y la lealtad de la Fuerza Pública es hoy más fuerte que nunca, con una tropa que recibe un salario mínimo mensual, tendrá aviones nuevos suecos y se prepara para modernizar todo el armamento.
Más allá de la salida de tres ministros del Gabinete y la llegada de otras caras nuevas a la administración, lo cierto es que la campaña presidencial de 2026 toma más fuerza. Al finalizar octubre próximo, el país conocerá los nombres de los candidatos de la derecha y la izquierda, que se enfrentarán con dos ideas claras: el regreso de la derecha, o la continuidad de la izquierda.
La elección de Camargo es un golpe de la derecha que, sin embargo, no les garantiza el triunfo en 2026. Falta demasiado tiempo en un país donde cada día es una avalancha de noticias, y en donde el Gobierno tiene enorme capacidad de reacción y manejo. Petro regresará de Japón el domingo en la madrugada, con la cabeza llena de ideas para repotenciar su gabinete y amplificar sus logros. El trago amargo de Camargo será una zancadilla, no una derrota definitiva, para un líder acostumbrado a la crisis, que juega a ganar y sabe que en sus manos sigue estando el futuro de la izquierda en Colombia.