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Petro elige a un ministro de Hacienda experto en vivienda popular para enfrentar una crisis fiscal

La designación del economista Germán Ávila despierta dudas por el afán de gasto en plena crisis de recaudo

La renuncia de Diego Guevara como ministro de Hacienda ha apurado esta semana la designación del cuarto jefe de esa cartera bajo el Gobierno de Gustavo Petro. El elegido ha sido el economista Germán Ávila, amigo del mandatario desde hace medio siglo, cuando fueron compañeros en el colegio y luego ingresaron juntos a la clandestinidad guerrillera. Ahora tendrá el reto de gestionar la delicada situación fiscal del Ejecutivo. Una misión de bombero y fuente de fricciones entre Petro y los anteriores equipos económicos que han tratado de cumplir las metas y linderos presupuestales del país.

El nombramiento de Germán Ávila, con más de tres décadas de experiencia en el sector de la vivienda social pero ninguno en la hacienda pública, ha generado reparos. Parece que el presidente Petro ha buscado a un funcionario más alineado con su visión económica, empecinada en acelerar el gasto público y social. El contexto, sin embargo, no es el mejor. Hernando Zuleta, decano de Economía en la Universidad de los Andes, recuerda que la relación entre ingresos y pagos comienza a ensanchar más y más el agujero fiscal. Por eso considera que el veterano líder sindical no está preparado para el cargo y anticipa que si el presidente ha buscado a un amigo de toda la vida, alguien acrítico con su liderazgo, la fórmula puede salir mal.

Se refiere, quizás, a una elección precedida por los desencuentros con el ministro Guevara. Al presidente le quedan 16 meses en la Casa de Nariño y quiere que todas las fuerzas se concentren en su proyecto político. Exije de sus ministros que sean leales a toda prueba y comulguen con sus objetivos. Gastar sin mesura en esta coyuntura, repiten los analistas, es uno de ellos. “Los Gobiernos, al igual que los hogares, tienen la opción de financiarse con deuda. Pero eso depende mucho de la capacidad productiva de cada uno, de la credibilidad que tiene para que el resto del mundo les preste a una buena tasa”, resume el académico de la Universidad Javeriana Mauricio Salazar.

Y los países con problemas de caja como los de Colombia suelen atenuar el desinterés de los inversores. En este punto la discusión salta a un terreno tan espumoso como es la confianza. “Un país que se endeuda mucho pierde la confianza de los mercados. Entran menos capitales del exterior y se devalúa el peso. La deuda [en dólares] se hace más abultada y entramos en un ciclo inflacionario porque los bienes importados son más costosos”, prosigue Salazar para explicar por qué conviene mantener la fiscalidad en regla.

No es menos cierto que la novela de los líos de caja son extrapolables a buena parte de los países del mundo. Desde Estados Unidos, pasando por Alemania, todos debieron desembolsar montos descomunales, y pedir créditos, en aras de atender un imprevisto tan singular como lo fue la crisis por el covid.

Desde entonces, cada país ha puesto sobre la mesa la necesidad de negociar los límites de la fiscalidad. El exministro Diego Guevara era consciente de ello. Pero también argumentaba la necesidad de deslizar un tijeretazo de 12 billones de pesos al presupuesto general para ganar unos metros extra en la carrera por enderezar el déficit. Una postura insuficiente para el Comité Autónomo de la Regla Fiscal, que ha planteado un recorte de 36 billones.

Nada de lo anterior, sin embargo, convence al presidente. En su opinión, apretar el corsé fiscal es inconveniente en tiempos de ralentización. En 2023 aseguró lo siguiente: “Cuando baja la inversión privada, debe crecer la inversión pública. En esto choco con la tesis de que hay que reducir ambas. El pensamiento fundamentalista neoliberal, que provoca una estricta fórmula de regla fiscal, que el mismo que la construyó la violó, no debe mantenerse en el país”. Esa postura fue, al parecer, uno de los puntos álgidos que generó el conflicto entre el exministro Guevara y Petro.

“Hoy las finanzas públicas están bajo presión debido a la incertidumbre sobre el recaudo tributario y la alta inflexibilidad del gasto, en especial de funcionamiento”, explica la experta en finanzas públicas, Johanna López. Una realidad que se traduce en un déficit fiscal por 115 billones de pesos, equivalente al 6,8% del PIB en 2024. Por su parte, la deuda pública como porcentaje del PIB gira en torno al 60%. Dos indicadores que atenazan los linderos estructurales fijados por los mismos organismos oficiales para no dinamitar la capacidad de gestión de Hacienda.

Por si fuera poco, Mauricio Salazar suma a todo lo anterior el creciente rezago presupuestal, que es el saldo pendiente o compromisos no ejecutados: “El año pasado ascendió a 61 billones, casi el doble de 2023. El problema es que esa plata entra a competir con el presupuesto de 2025. Entonces el panorama no solo pinta mal porque el recaudo tributario está caído por debajo del pronóstico. Además, nos hemos endeudado mal y cargamos con un rezago presupuestal del pasado, que muchos llaman deuda flotante, porque es un dinero que no se ejecutó en la vigencia anterior”.

Petro apostaría, a pesar del cuadro, por ensanchar más el umbral de la deuda pública con la llegada de Germán Ávila, quien por cuatro meses estuvo al frente del conglomerado financiero del Estado, el Grupo Bicentenario. Mientras el nuevo responsable de Hacienda revela su manejo del Excel estatal, Mauricio Salazar concluye: “El debate es que en la medida en que nos endeudemos mucho más de lo que sea prudente, y con tasas más caras, el futuro estará más comprometido. La salida del ministro Guevara deja un indicio de que, lastimosamente, el Gobierno no quería tener al lado a alguien que le dijera que lo más responsable es hacer un plan de ajuste”.

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